Un
Cavernícola que vivía en una cueva cerca de una gran ruta de caravanas regresó
a su casa un día y vio, no lejos, una gran concurrencia de hombres y animales,
y en medio de ellos una torre, en cuyo pie algo con ruedas humeaba y resoplaba
como un caballo agotado. Buscó al Jeque del Equipo.
-¿Qué pecado
estás cometiendo ahora, oh hijo de perro cristiano? -dijo el Cavernícola con
cortesía auténticamente oriental.
-¡Perforamos
en busca de agua, recluta del patíbulo! -replicó el Jeque del Equipo con esa
rapidez de respuesta que distingue al Descreído.
-¿No sabes,
engendro de las tinieblas y padre de vividores turbulentos -exclamó el
Cavernícola-, que el agua hará crecer yerba aquí, y árboles, y posiblemente
hasta flores? ¿No sabes que estás ocasionando un verdadero oasis?
-¿Y tú? -dijo
el Jeque del Equipo- ¿No sabes que entonces las caravanas se detendrán aquí a
descansar y refrescarse, brindándote así ocasión de que les robes camellos,
caballos y mercancías?
-¡Que el
puerco profane mi tumba si no habla por tu boca la sabiduría! -replicó el Cavernícola
con la dignidad de su raza, extendiendo la mano-. ¡Chócala!
Ambrose Bierce