Movimiento de partida
Había, como en cualquier otra parte del mundo, un
movimiento para nacer y otro para morir; el de estar enfermo y el de amar la
vida y las cosas; el de hacer un gesto sobre el dorso de los animales que
pastaban y decir: «¡los bueyes y los carneros son preciosos!»; el de arar y gradar
la tierra, de traer leña para la lumbre, lavarse los pies, cenar e irse pronto
a la cama. Así se movían las noches y los días de la infancia, y el tiempo de
los años, de los meses y de los abuelos - con domingos bochornosos que en el
Invierno tiraban del frío y de la leña hacia dentro de las casas, y que en el
Verano hacían más vastos el tiempo y los días. Además, creo que el primero de
todos los movimientos de la infancia fue el de la partida. (Más tarde,
comprendí que ése era un movimiento total y definitivo, el que nos llevaba para
siempre para lejos de las Azores: su despoblamiento).
Lo supe cuando las personas de las casas vecinas entraban
en una especie de cuenta atrás de todo lo que hasta entonces las movía y
explicaba. Empezaban por despedirse del mar, de la agricultura, de los bueyes,
de los instrumentos y de los oficios; después, se paraban en el rincón de cada
calle para ver a quienes por allí pasaban, con unos ojos repentinamente
invadidos por la saudade y la tristeza, como si estuviesen a punto de separarse
no de la aldea y de la familia sino de la propia vida.
En cierto modo, aquélla era una nueva forma de morir
alrededor, de morir a los ojos de la tierra y de las personas - aunque por
dentro una voz adversa, la de la esperanza, les contase en secreto los
misterios remotos de la vida con salud y abundancia, en las tierras del Brasil
y de América.
Una mañana, todavía muy temprano, nos despertamos con sus
agudos y lancinantes gritos de náufragos. Corrimos a la puerta de la calle.
Asistimos al espectáculo de ese dolor único y familiar de los que se iban
lejos. Había siempre un taxi parado a la puerta, con el motor funcionando, y el
taxista ayudaba a acomodar los bultos en el maletero: parecía indiferente a los
gritos, porque era la única persona que mantenía los ojos secos. Su rostro
parecía entre sereno y lívido, sus manos estaban como invisiblemente trémulas.
Había en su voz una conmoción ardiente y silenciosa - pero, viéndolo bien, todo
él sudaba, y también transparentaba la misma palidez fría y matinal, que
denunciaba lo embarazoso de aquellas despedidas. Cuando el taxi subió la Rua Direita , vi los
pañuelos agitarse al aire, oí los gritos desesperados de los que se quedaban,
y me entró un vago dolor en el alma, al mismo tiempo ajeno y surgido del fondo
de mis lágrimas. Un día, también a mí me llegaría la hora de verme allí diciendo
adiós a la familia, o de ser yo el que se iba de mi tierra, con rumbo a los
caminos, a los barcos y a los aviones de la emigración...
La sangría de mi familia saliendo de la isla la empezó la
tía Urbana, cuando decidió, casi de un día para otro, embarcarse para el Brasil,
en una especie de fuga madrugadora y clandestina. Tomaría un barco para Lisboa,
después un avión a la ciudad de Sao Paulo, y así se perdería de la isla y de
nuestra memoria de ella.
Apenas me acuerdo de su rostro seco y chiquito, tan circunspecto
como el de mi padre. Pero me acuerdo perfectamente de que la vimos marcharse en
la parte de delante del coche de línea del Nordeste, y tan temprano como lo permitían
las primeras luces de la mañana, siendo su intención la de andar, primero, un
buen trozo de camino, hasta que la recogiesen en la carretera y ahorrarse así
el precio de medio billete en el viaje a nuestra ciudad de Ponta Delgada.
La tribu de la familia se despidió de ella en el
extremo de la parroquia, en la salida hacia el Caminho Novo, y se quedó allí
asistiendo a su lenta y progresiva extinción en la mañana rosada de ese primer
y único día de su destino. La vi subir la rampa del Caminho Novo, volverse de
vez en cuando para atrás, decir ¡adiós!, ¡adiós!, ¡adiós!, y secarse las
lágrimas con el pañuelo blanco con el que nos despedía; desapareció en lo alto
de la curva, en donde la carretera empezaba a bajar para el riachuelo de la Salga. Nunca volví a
ver su pequeño rostro, de simio. Sin embargo, los adultos que estaban allí
conmigo se pusieron a espiar sus pasos y a seguir el bulto que caminaba
carretera abajo. Me instigaron a abrir bien los ojos, a verla allá muy lejos,
describiendo la curva de Redondo, pasando entre los macizos de hortensias
azules que crecían en las cunetas de la carretera. Y decían: «Mírala, por allí
va, por allí va», meneando la cabeza, mirando al frente, siempre y tan sólo al
frente.
Yo, que hacía mucho que había dejado de verla, llegué a
la conclusión de que mi tía Urbana era al fin una cuestión de fe. Todos
necesitaban creer en su partida, en ese paso suyo por el tiempo que la llevaba
fuera de la isla, tanto como todavía hoy yo creo en su existencia brasileña. Y
fue también por eso por lo que decidí mentirme a mí mismo y decirle a los demás
que sí: era verdad, yo seguía divisándola a lo lejos, en los confines de la
carretera y del destino. Y para que todos creyesen en mí, le hice grandes y
repetidos gestos de adiós y despedida, tal como hacían los tíos y los primos
que habían ido allí para honrarla, para sonreírle una última vez y para llorar
después.
En el fondo de mi alma, me despedí de todo y de todos: de ella,
de la infancia y de la familia, del tiempo y de la edad, los cuales ya nunca
dejaron de perseguirme, de llevarme con ellos en las alas del viento, de
perderse conmigo entre recuerdos, placeres, sombras, hilos, ecos, claridades,
amarguras de la vida.
Joao de Melo
Aconteceu
Eu
não estava à tua espera
E tu
não me procuravas
Nem
sabias quem eu era
Eu
estava ali só porque tinha que estar
E tu
chegaste porque tinhas que chegar
Olhei
para ti
O
mundo inteiro parou
Nesse
instante a minha vida
A
minha vida mudou
Tudo
era para ser eterno
E tu
para sempre meu
Onde
foi que nos perdemos?
O que
foi que aconteceu?
Tudo
era para ser eterno
E tu
para sempre meu
Onde
foi que nos perdemos, meu amor?
O que
foi que aconteceu?
Aconteceu
Chama-lhe
sorte ou azar
Eu
não estava à tua espera
E tu
voltaste a passar
Nunca
senti bater o meu coração
Como
senti ao sentir a tua mão
Na
tua boca o tempo voltou atrás
E se
fui louca
Essa
loucura
Essa
loucura foi paz
Tudo
era para ser eterno
E tu
para sempre meu
Onde
foi que nos perdemos?
O que
foi que aconteceu?
Tudo
era para ser eterno
E tu
para sempre meu
Onde
foi que nos perdemos, meu amor?
O que
foi que aconteceu?