El anillo de Hans Carvel
con moza joven casó,
y al par que esposa, tomó
alarmas
y desengaños,
cosa
que siempre se vio.
Babeau,
-es la doncella,
de
concordato hija ducha,
fue
de raza, ardiente, bella,
y apta a la amorosa lucha.
Hans
Carvel, que por natura,
temía
los cuernos traidores,
alegaba
a la criatura
la
leyenda y la Escritura
y los
mejores autores.
Las
visitas censuradas,
maldecía
de las coquetas
y de
sus miles recetas,
y ansioso vituperaba
la
que de agradar trataba.
Reíase
de esto la galante,
sin
atender a razones,
no
gustando de sermones
a no
venir de un amante.
Y el
infeliz marido,
mal
llevado y mal traído,
habría
deseado la muerte,
cuando
a su pena artera,
-la
historia es muy verdadera-,
dio
una hora de paz la suerte.
Cierta
noche el de que hablo,
después
de haber bien bebido,
de Babeau roncaba al oído,
cuando
creyó que el diablo
le
ponía al dedo un anillo
y decía: "-Veo la tortura
que
te consume y apura
y de
ello me maravillo.
Guarda
ese anillo y no penes,
pues
te aseguro y prometo,
mientras
le lleves sujeto,
que
nada que temer tienes.
-Prosternarme
ante ti quiero,
no
hay merced que más halague.
¡Satanás!
¡Dios te lo pague!
¡Gracias,
señor limosnero!"
Y en
esto, -creerme podéis,-
despertándose
el marido,
halló
su dedo metido,
en el
sitio en que sabéis.
(La Fontaine)