El Valle Salado de la localidad alavesa de
Añana es actualmente uno de los paisajes culturales más espectaculares y mejor
conservados de Europa. Su valor no radica únicamente en su particular
arquitectura o en sus más de 1.200 años documentados de historia, ni siquiera
en sus características geológicas, su biodiversidad o en sus valores
paisajísticos, sino en la unión en perfecta armonía de todo ello en un contexto
privilegiado.
En la villa más antigua de Álava, y en lo que
hace 200 millones de años fueron las aguas de un vasto mar, se levanta el valle
Salado de Salinas de Añana. Un soberbio paisaje cultural (monumento) al aire
libre formado por más de 5000 eras: plataformas sobre las que se vierte la
muera -agua salada- para la obtención de sal por evaporación solar. Una
peculiar y extensa red de canales de madera distribuye el agua hasta los puntos
más recónditos del Valle Salado.
“El oro viene del sur, la sal del norte
y el dinero del país del hombre blanco,
pero los cuentos maravillosos
y la palabra de Dios
sólo se encuentran en Tombuctú.”
Poema árabe del siglo XIII.
[MALÍ]
Tras veinticinco días, llegamos a Tagázá, una aldea sin cultivos y cuya
singularidad consiste en que sus casas y mezquita estén edificadas con
pedruscos de sal gema, mientras los techos son cueros de camello. El suelo es
arenoso, sin árboles. Hay allá una mina de sal, en la que se encuentran,
excavando, enormes placas de sal superpuestas, como si hubieran sido labradas y
luego amontonadas bajo tierra. Un camello sólo alcanza a transportar dos de
estas placas.
En el lugar no habitan más que los esclavos de los Massüfa, que
trabajan en la mina de sal y se alimentan con dátiles traídos del Draa [Dar´a]
y Siyilmása, de la carne de los camellos y del anli [mijo] proveniente del
Sudán. Los negros, procedentes de su país, llegan hasta aquí para trocar mijo
por sal y una carga de este producto, en Iwálátan, se vende entre ocho y diez
meticales de oro, pero en la ciudad de Mállí [Malí] sube a veinte, treinta y
hasta cuarenta meticales. Los negros se sirven de la sal como moneda, igual que
si fuera oro o plata, la cortan en pedazos y con ella negocian. Pese a su
escasa importancia, en Tagázá se cierran tratos por muchísimos quintales de oro
en polvo. Allí pasamos diez días entre grandes rigores, porque su agua es
salobre y es el lugar con más moscas que he visto. En él se hace acopio de agua
para entrar en el desierto que hay a continuación y que se extiende a lo largo
de diez jornadas de marcha, sin aguadas, a no ser raramente. Sin embargo,
nosotros encontramos agua en abundancia en charcas que las lluvias formaran.
Cierto día dimos con un estanque natural, entre dos colinas rocosas, cuya agua
era dulce y con la que nos hartamos y lavamos nuestras ropas. En este desierto
abundan las trufas y los piojos hasta el punto de que la gente se coloca en el
cuello hilos con azogue que los matan.
Ibn Battuta - A través del Islam