Cicco Petrillo
Había una vez un matrimonio que tenía
una hija y le habían encontrado marido.
El día de la boda estaban invitados todos los parientes, y después de la
ceremonia se sentaron a la mesa. En medio del banquete se quedaron sin vino. El
padre dijo a la hija recién casada:
-Baja a la
bodega a buscar más vino.
La
recién casada baja a la bodega, pone la botella debajo del tonel, abre la
espita y espera a que la botella se llene. Mientras esperaba, se puso a pensar:
«Hoy me he casado, dentro de nueve meses me nacerá un hijo, lo llamaré Cicco
Petrillo, lo vestiré, lo calzaré, crecerá... ¿y si Cicco Petrillo después se me
muere? ¡Ay, pobre hijo mío!». Y rompió a llorar desconsolada.
La espita
había quedado abierta y el vino se derramaba por la bodega. Los que estaban en
el banquete, espera que te espera; pero la novia no aparecía. El padre dijo a
su mujer:
-Baja a la
bodega a ver si a aquélla le ha dado por dormirse.
La madre fue
a la bodega y encontró a su hija llorando a cántaros.
-¿Qué has
hecho, hija? ¿Qué te ha pasado?
-Ah,
madre mía, estaba pensando que hoy me he casado, en nueve meses tendré un hijo
y le pondré Cicco Petrillo; ¿y si Cicco Petrillo después se me muere?
-¡Ay, mi
pobre nieto!
-¡Ay, mi
pobre hijo!
Y las dos
mujeres rompieron a llorar.
La
bodega, entre tanto, se inundaba de vino. Los que se habían quedado a la mesa,
espera que te espera; pero el vino no llegaba.
-Les habrá
pasado algo a las dos -dijo el padre-. Mejor voy a echar una ojeada.
Fue a la bodega y encontró a las dos mujeres
llorando como criaturas.
-¿Pero qué diablos os pasa? -preguntó.
-¡Ah, hombre, si supieras! Estamos pensando
que ahora esta hija nuestra se
casó, y muy prontito nos dará un nieto, y a este nieto le vamos a poner Cicco
Petrillo; ¿y si Cicco Petrillo se nos muere?
-¡Ah! -gritó el padre-. ¡Pobre Cicco
Petrillo!
Y los tres se pusieron a llorar en medio
del vino.
El novio, al
ver que nadie volvía, dijo:
-¿Pero qué
diablos estarán haciendo ahí abajo? Vamos a ver qué pasa.
Y bajó.
-¿Pero qué os
ha pasado que estáis llorando? -preguntó al oír ese gimoteo.
Y la novia:
-¡Ay si
supieras! Estábamos pensando que ahora acabamos de casarnos, y tendremos un
hijo y le pondremos Cicco Petrillo. ¿Y si Cicco Petrillo se nos muere?
El novio al
principio se quedo mirándolos por si se trataba de una broma, pero
cuando entendió que le hablaban en serio perdió los estribos y empezó a dar gritos:
-Que erais un
poco tontos -dice-, eso me lo imaginaba, pero hasta tal punto -dice-, la verdad, no
me lo suponía. Y ahora -dice-, ¿tengo
que perder mi tiempo con estos imbéciles? ¡Pero qué esperanza! -dice-. Me voy y
se acabó. ¡Sí, señor! -dice-. Y en cuanto a ti, querida mía, quédate tranquila
que no me verás nunca más. ¡A menos que llegara a encontrarme con tres locos
peores que vosotros! -dice, y se va. Salió de la casa y ni siquiera se volvió
para saludar.
Caminó hasta
un río, donde había un hombre que quería descargar avellanas de una barca con
ayuda de una horquilla.
-¿Qué haces
con esa horquilla, buen hombre?
-Hace rato
que lo intento, pero no logro levantar ni una.
-Pero hombre,
¿por qué no pruebas con la pala?
-¿Con la
pala? Claro, ni se me había ocurrido.
«¡Vaya otro!, piensa el novio. «Éste es todavía
más bestia que toda la familia de mi mujer.»
Caminó hasta
llegar a otro río. Había un campesino que se afanaba por dar de beber a dos
bueyes con una cuchara.
-¿Pero qué
estás haciendo?
-¡Ya llevo
tres horas y todavía no logro calmar la sed a estas bestias!
-¿Y por qué no les dejas meter el hocico en el
agua?
-¿El hocico?
Ah, es cierto. No se me había
ocurrido.
-«¡Y
van dos!», se dijo el novio, y
siguió su camino.
Caminó hasta que en la copa de una morera vio una mujer que sostenía con las
manos un par de calzoncillos.
-¿Que
haces ahí, buena mujer?
-¡Oh, si
supieras! -le respondió-. Mi marido murió y el cura me dijo que subió al
Paraíso. Yo estoy esperando que vuelva a bajar y se meta de nuevo en sus
pantalones.
«¡Y con ésta tres!», pensó el novio. «Me parece
que no encuentro sino gente más tonta que mi mujer. ¡Mejor que me vuelva a
casa!»
Así lo hizo y se sintió
contento, pues bien se dice que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Italo Calvino - Cuentos populares italianos (Roma)
El texto atribuido en las redes a Gabriel
García Márquez, fue escrito al parecer por el ventrílocuo mexicano Johnny
Welch, como parte del show de su marioneta "El Mofles".