Un famoso ardid
Por razones que no nos han sido transmitidas, o más bien que varían según los países donde se cuenta esta historia, un joven llamado Hasan se encontraba en disposición de casarse con la hija única de un sultán.
Antes (los dos hombres se habían puesto de acuerdo respecto a este punto para dejar un sitio al destino) tenía que elegir entre dos trozos de papel plegados: en uno debía estar escrita la palabra «vida», en ese caso se celebraría el matrimonio; en el otro papel figuraría la palabra «muerte», y en ese caso al pretendiente le cortarían la cabeza al instante.
A pesar de aquel acuerdo, que Hasan firmó sin dudar, el sultán se desesperaba. Se decía: hay una posibilidad entre dos de que pierda a mi hija y una parte de mi fortuna en beneficio de un pobre desconocido. Una posibilidad entre dos. El riesgo es grande, se repetía el sultán. En otros momentos pensaba: ¿qué consecuencias podría acarrearme la muerte de ese joven?
Informó de su preocupación a su gran visir, un hombre carente de escrúpulos, y este le aconsejó, como algo natural y bastante corriente, según él, que escribieran la palabra «muerte» en ambos papeles. De ese modo desaparecía cualquier peligro.
El sultán se dejó convencer fácilmente.
Por suerte para él, Hasan estaba dotado de una inteligencia muy despierta. Había reflexionado sobre la propuesta del sultán y, en cierto modo, previó la trampa que le tendían.
Cuando llegó el día de la elección, entró con una sonrisa en la sala donde lo aguardaba el sultán, el visir, la corte entera y un verdugo armado con un sable muy largo que descansaba sobre un tajo.
Hasan se adelantó. Un sirviente le presentó los dos trozos de papel plegados. Sin dudar ni un instante, cogió uno, lo enrolló entre los dedos, se lo metió en la boca y se lo tragó.
-¿Qué has hecho? -gritó el sultán-. ¿Por qué te has comido el papel?
-He hecho mi elección -respondió Hasan- y me la he tragado.
Si quieres saber cuál es mi destino, abre el segundo papel.
El segundo papel, naturalmente, contenía la palabra «muerte». Hubo que deducir, pues, que Hasan había elegido y tragado la vida. El sultán no podía sino admitirlo y concederle la mano de su hija.
El ardid de Hasan es una de las astucias que los hombres han inventado para atrapar a la suerte en sus propias redes y poner la inteligencia, cueste lo que cueste, por encima del azar.