El letrado Pao no es un valiente
El letrado Pao es catedrático de
Alta Literatura en la Escuela Imperial
de Mandarinato en Peking. Su situación es, por todos conceptos,
envidiable, pues al gran honor que
supone tan elevado cargo se unen los
honorarios que, corresponden a su sabiduría -el titulo más preciado en el rango de los chinos.
Pao tiene además dos hijos varones: Lung Hai y Tie Niu (Dragón de Mar
y Toro de Hierro), los cuales han de honrar sus cenizas cuando muera y cumplir
con las ceremonias rituales de los antepasados. Como son hijos buenos y
respetuosos en extremo, apenas dispusieron de algún dinero compraron para su
padre el féretro que le llevará a su última
morada; de modo que también, bajo este
aspecto, Pao puede vivir tranquilo, seguro de que no ha de faltar ningún detalle a la pompa de sus funerales. Pao debía, pues, ser un hombre feliz. ¡Ahimé!,
Sin embargo, no es así.
¿Cuál es la causa de su desgracia? Nuestro insigne letrado tomó un día por
esposa a la dulce, a la suave Na
Ting, hija del magistrado de Tientsin. Su nombre significa «calladita y
quietecita», y, efectivamente, Na Ting habla poco y apenas si se mueve del
gineceo. Pero, cuando habla, sus palabras son otras tantas flechas envenenadas,
y su gesto favorito es el de ponerse «en tetera» (1). Pao le tiene un miedo
colosal, inconmensurable, absurdo. El docto mandarín, cuyos poemas maravillan
hasta los más recónditos confines del Imperio; el padre fuerte y severo, que es
«el cielo» de los hijos; el amo venerado, cuya voz hace temblar a los criados,
parece un niño pequeño cuando se halla en presencia de su tierna esposa.
Verdaderamente, Pao tiene un miedo fenomenal a su mujer.
Deseando sobreponerse a tan
inverosímil actitud, el profesor, después de pensarlo mucho, decide un día consultar
a sus honorables discípulos sobre el particular. Todos los alumnos del último
curso del mandarinato son, naturalmente, casados; por dos razones: primera,
porque los chinos se casan jóvenes, y segunda, porque para llegar a tan alto
grado de sabiduría han sido precisos muchos años de estudios.
El día catorce de la luna octava,
vísperas de la gran fiesta de la Luna, Pao, venciendo su natural timidez,
interroga a los honorables discípulos:
-Señores -les dice -, hoy he de
haceros una pregunta que no consiste en metáforas ni aforismos, que no tiene
rimas, ni imágenes, ni alusiones. Sé que todos sois casados desde más a menos
tiempo, y quisiera saber cual de vosotros no siente miedo de su esposa, pues yo
confieso que no soy nadie delante de la mía.
Se hace un grave y hondo
silencio; ni un discípulo ha pestañeado, ni mucho menos ha hecho intención de
hablar. Cierto malestar reina en el aula.
-Veo, señores, que habéis
enmudecido como el pez en el agua. Es natural y os comprendo. ¿Quién es el que
se atreve a declarar rotundamente ante sus compañeros que teme a la tierna
«esclava» del hogar? Pues bien; no hace falta pronunciar palabras fútiles e
inadecuadas. Os propongo lo siguiente: que los que tiemblan a la vista de sus
mujeres se levanten de los asientos y se aparten a la derecha. Que los
valientes permanezcan sentados en sus puestos.
Al momento, todos los alumnos se
levantan como un solo hombre y se apartan a la derecha. Todos... menos Liu;
Liu, el más joven de la clase, que no ha mucho se ha unido en los dulces lazos
del matrimonio.
-Amigo Liu -dice el maestro
acercándosele -, me parecéis un héroe. Se ve que aún sois recién casado. Pero,
contadme, os lo ruego, ¿cómo habéis logrado semejante arrojo y valentía?
Liu está algo pálido; emite una
voz tenue y blanca como su rostro:
-Perdón, honorable y elevado
maestro; esto es un error. Yo también temo a mi esposa. Es que cuando oí a
Vuestra Señoría decir: "vuestra esposa", me entró tal temblor en las
piernas que me ha sido imposible levantarme del asiento y seguir a mis
compañeros de infortunio.
(1) En China, «ponerse en tetera»
equivale en cierto modo al «ponerse en jarras» de España. Consiste en colocar
una mano sobre la cadera y, con la otra tendida, indicar la puerta,
representando así el asa y el pico de la
tetera.