A. A. y W. C.
Londres, 3 agosto
Salgo de un inmenso restaurante
de lujo. ¡Horrible!
Nada más repugnante que todas
aquellas bocas que se abren, que aquellos millares de dientes que mastican. Los
ojos atentos, ávidos, brillantes; las
mandíbulas que se contraen y se mueven; las mejillas que, poco a poco,
se vuelven encarnadas... La existencia de los comedores públicos es la prueba
máxima de que el hombre no ha salido todavía de la fase animalesca. Esta falta
de vergüenza, hasta en aquellos que se creen nobles, refinados, espirituales,
me espanta. El hecho de que la mente humana no ha asociado todavía la
manducación y la defecación, demuestra nuestra grosera insensibilidad. Sólo
algunos monarcas de Oriente y los Papas de Roma han llegado a comprender la
necesidad de no tener testigos en uno de los momentos más penosos de la
servidumbre corporal, y comen solos, como deberíamos hacer todos.
Llegará un tiempo en que causará
estupefacción nuestra costumbre de comer en compañía - ¡al aire libre y en
presencia de extraños! -, como hoy sentimos disgusto al leer que Diógenes, el
cínico, satisfacía en medio de la plaza sus más inmundos instintos. La necesidad
de engullir fragmentos de plantas y de animales para no morir, es una de las
peores humillaciones de nuestra vida, uno de los más torpes signos de nuestra
subordinación a la tierra y a la muerte. ¡Y en vez de satisfacerla en secreto,
la consideramos como una fiesta, hacemos de ella una ceremonia visible, la
ofrecemos como espectáculo cotidiano, con la indiferencia de los brutos!
En mi caso, en el Nuevo Partenón,
he suprimido desde hace tiempo la costumbre cuaternaria de las comidas en
común. En los corredores hay puertas cerradas con un cartelito encima donde
aparecen las dos letras A.A. Todos los huéspedes saben que allí dentro, a
cualquier hora, se halla comida y bebida. Son cuartitos pequeños, pero
luminosos, con una sola mesa y una silla única. El que tiene hambre va allí
dentro y se encierra. Cuando se ha saciado sale, sin ser visto, y vuelve a sus
ocupaciones o a su vagar. Camareros encargados de aquel servicio visitan
algunas veces al día aquellos gabinetes, hacen desaparecer los platos sucios y
proveen de alimentos bien preparados que se mantienen calientes durante muchas
horas. En la proximidad de cada cabina de alimentación hay un water-closet con
los últimos perfeccionamientos higiénicos.
¿Dentro de cuántos siglos será
adoptado mi sistema en todas las moradas de los hombres?
G. Papini - Gog