Lo que queda después del olvido
En una
pequeña ciudad donde vivía una comunidad judía, había una particular ceremonia,
instituida desde hacía mucho tiempo, que se celebraba en el bosque cada treinta
años. Un viejo rabino, que conocía al dedillo el ritual de la ceremonia, se lo
transmitió a otro rabino antes de morir.
Cuando llegó
el momento, este último condujo a un reducido grupo de fieles al bosque, al
lugar preciso, y celebró la ceremonia según el rito exacto. Después todos
regresaron a sus casas.
Pasaron los
años. Cuando, treinta años más tarde, volvió a llegar el momento de la
ceremonia, el rabino ya había muerto. Sólo quedaban tres o cuatro fieles con
vida de la última ceremonia, los cuales se fueron al bosque con algunos
neófitos y otro rabino.
Una vez en el
bosque, les fue difícil recordar el lugar exacto. «Es en este claro», decía
uno. «No —decía otro—, ¡es mucho más lejos!» Finalmente escogieron un sitio sin
estar seguros de que fuera el correcto, celebraron la ceremonia según el ritual
y volvieron a sus casas.
Treinta años
después, sólo quedaban algunos de los neófitos con vida. Bajo la dirección de
un nuevo rabino, acompañados por un grupo de jóvenes, volvieron a dirigirse
hacia el bosque. Esta vez les fue imposible reconocer siquiera un claro. Todo
había cambiado, todo se enmarañaba en sus memorias. Incluso el rito de la
ceremonia les parecía incierto, impreciso. ¿Había que pronunciar primero
aquella plegaria o aquella otra? Ya no lo sabían.
Lo hicieron
lo mejor que pudieron y regresaron a la ciudad.
Treinta años
más tarde, un nuevo grupo, guiado por un nuevo rabino, se adentró en el bosque.
Habían oído hablar de una importante ceremonia que se celebraba allí antaño.
¿Qué día? No lo sabían con exactitud. ¿En qué lugar? ¿De qué forma? Imposible
decirlo con certeza.
El rabino y
los fieles erraron por el bosque durante dos horas, bajo la lluvia, sin
celebrar la ceremonia, y luego regresaron. Se volvieron a encontrar en la
sinagoga.
Uno de los
fieles, desanimado, dijo:
—Lo hemos
olvidado todo. La próxima vez ya no valdrá la pena ni regresar al bosque.
—Es verdad
—dijo el rabino—, hemos olvidado todos los detalles de la ceremonia. Pero no
todo está perdido. Seguimos teniendo un buen motivo para sentirnos satisfechos.
—¿Por qué
deberíamos estarlo? —preguntaron los fieles.
—Porque
siempre podremos contar la historia.