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miércoles, 23 de abril de 2014

Sant Jordi 2014


 Lo que queda después del olvido

En una pequeña ciudad donde vivía una comunidad judía, había una particular ceremonia, instituida desde hacía mucho tiempo, que se celebraba en el bosque cada treinta años. Un viejo rabino, que conocía al dedillo el ritual de la ceremonia, se lo transmitió a otro rabino antes de morir.
Cuando llegó el momento, este último condujo a un reducido grupo de fieles al bosque, al lugar preciso, y celebró la ceremonia según el rito exacto. Después todos regresaron a sus casas.
Pasaron los años. Cuando, treinta años más tarde, volvió a llegar el momento de la ceremonia, el rabino ya había muerto. Sólo quedaban tres o cuatro fieles con vida de la última ceremonia, los cuales se fueron al bosque con algunos neófitos y otro rabino.
Una vez en el bosque, les fue difícil recordar el lugar exacto. «Es en este claro», decía uno. «No —decía otro—, ¡es mucho más lejos!» Finalmente escogieron un sitio sin estar seguros de que fuera el correcto, celebraron la ceremonia según el ritual y volvieron a sus casas.
Treinta años después, sólo quedaban algunos de los neófitos con vida. Bajo la dirección de un nuevo rabino, acompañados por un grupo de jóvenes, volvieron a dirigirse hacia el bosque. Esta vez les fue imposible reconocer siquiera un claro. Todo había cambiado, todo se enmarañaba en sus memorias. Incluso el rito de la ceremonia les parecía incierto, impreciso. ¿Había que pronunciar primero aquella plegaria o aquella otra? Ya no lo sabían.
Lo hicieron lo mejor que pudieron y regresaron a la ciudad.
Treinta años más tarde, un nuevo grupo, guiado por un nuevo rabino, se adentró en el bosque. Habían oído hablar de una importante ceremonia que se celebraba allí antaño. ¿Qué día? No lo sabían con exac­titud. ¿En qué lugar? ¿De qué forma? Imposible decirlo con certeza.
El rabino y los fieles erraron por el bosque durante dos horas, bajo la lluvia, sin celebrar la ceremonia, y luego regresaron. Se volvieron a encontrar en la sinagoga.
Uno de los fieles, desanimado, dijo:
—Lo hemos olvidado todo. La próxima vez ya no valdrá la pena ni regresar al bosque.
—Es verdad —dijo el rabino—, hemos olvidado todos los detalles de la ceremonia. Pero no todo está perdido. Seguimos teniendo un buen motivo para sentirnos satisfechos.
—¿Por qué deberíamos estarlo? —preguntaron los fieles.
—Porque siempre podremos contar la historia.