El Instituto Español de Oceanografía es uno de los primeros organismos del mundo que comenzó a dedicarse íntegramente a la investigación del mar y sus recursos. Sus orígenes se remontan a finales del siglo XIX, en una época en que algunos naturalistas españoles se ponen como meta mejorar la investigación sobre el mar, en un intento de equipararla a la que se venía haciendo en otros países más avanzados.
Surgen así figuras como Augusto González
de Linares, que en 1886 funda la Estación Marítima de Zoología y Botánica
Experimental de Santander, vinculada a la Universidad de Valladolid y, más
adelante, el profesor Odón de Buen, creador en 1906 del Laboratorio Biológico
Marino de Baleares, en Porto Pi y de la Estación Biológica-Marina de Málaga en
el año 1908.
Pocos años después, en 1914, tiene lugar
el nacimiento del organismo: Odón de Buen funda el Instituto Español de
Oceanografía, que aglutina y coordina los trabajos que se estaban realizando en
los centros antes mencionados. En el Real Decreto fundacional se establece,
entre otras cosas, que la red de laboratorios costeros se ampliará con dos
nuevas instalaciones, “que se establecerán en Vigo y en Canarias”. Además, se
definen las funciones del IEO, que “tendrá por objeto el estudio de las
condiciones físicas, químicas y biológicas de los mares que bañan nuestro
territorio con sus aplicaciones a los problemas de la pesca”, con lo que ya se
señalaba el carácter de servicio público del organismo como uno de sus pilares.
Los dos sastres
Dos sastres trabajaban el uno frente al otro desde hacía muchos años. Cortaban y cosían incansablemente, hablando de vez en cuando de distintas cosas.
Uno le dijo al otro:
-¿Irás de vacaciones este año?
-No -contestó el segundo tras un momento de reflexión.
Regresaron a su silencio. Más tarde, el segundo sastre dijo de repente:
-Fui de vacaciones hace veinte años.
-¿Fuiste de vacaciones hace veinte años? -preguntó el primero, muy sorprendido.
-Sí.
Entonces el primer sastre, que no recordaba ninguna ausencia de su compañero, le dijo:
-¿Y adónde fuiste?
-A la India.
-¿A la India?
-Sí. Fui a cazar el tigre de Bengala.
-¿Fuiste a cazar el tigre de Bengala? ¿Tú?
Los dos hombres habían dejado de trabajar y se miraban. El segundo sastre, que parecía muy tranquilo, retomó la palabra para contar lo siguiente:
-Partí al alba sobre un magnífico elefante que un gran príncipe me había prestado. Armado con cuatro fusiles de culatas de plata y acompañado por una escolta de ojeadores, me aventuré en una montaña solitaria. De repente un tigre enorme se levantó rugiendo frente a mi montura, el tigre más grande que nunca se había visto en aquella región de Bengala. Mi elefante, asustado, se tiró para atrás, me caí en unos matorrales espinosos y el tigre se me echó encima y me devoró.
-¿Te devoró? -preguntó el primer sastre, que había estado escuchando estupefacto.
-Me devoró... por completo, hasta el último pedazo de carne.
-Pero bueno, ¿qué me cuentas? ¡Ningún tigre te devoró! ¡Sigues vivo!
Entonces el segundo sastre retomó el hilo, retomó la aguja y le dijo al primero:
-¿A esto le llamas vida?
(Anónimo)