El niño suicida
Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante -un niño
se había suicidado pegándose un tiro en la sien derecha- habló el vagabundo
desconocido que acababa de comer muy pobremente en un rincón de la tasca
marinera, y dijo:
-Yo sé la historia de ese niño.
Pronunció la palabra niño de un modo muy particular. Así que los cuatro
bebedores de aguardiente, los cinco de albariño y el tabernero se callaron y
escucharon con gesto inquisidor y atento.
-Yo sé la historia de ese niño -repitió el vagabundo. Y tras una sagaz
y bien medida pausa, comenzó:
-Allá por el mil ochocientos treinta, una beata que después murió de
miedo vio salir del camposanto florido y oloroso de su aldea a un viejo muy
viejo desnudo. Aquel viejo era un recién nacido. Antes de salir del vientre de
la tierra madre había escogido él mismo esa manera de nacer. ¡Cuánto mejor ir
de viejo a mozo que de mozo a viejo!, pensó siendo espíritu puro. A Nuestro
Señor le chocó la idea. ¿Por qué no hacer la prueba? Y así, con su consentimiento,
se formó en el seno de la tierra un esqueleto. Y después con carne de gusano,
se hizo la carne del hombre. Y en la carne del hombre hormigueó el calorcillo
de la sangre. Y como todo estaba listo, la tierra-madre parió. Parió un viejo
desnudo.
"Cómo después el viejo encontró ropa y alimento es cosa de mucha
risa. Llegó a las puertas de la ciudad y como todavía no sabía hablar, los
alguaciles, después de echarle una capa encima, lo llevaron delante del juez,
como si hubiesen sido testigos: Aquí le traemos a este pobre viejo que perdió
el habla con la paliza que le dieron unos ladrones desaprensivos. No le dejaron
ni la ropa.
"El juez dio órdenes y el viejo fue llevado a un hospital. Cuando
salió, ya bien vestido y alimentado, le decían las monjitas: Va hecho un buen
mozo. Hasta parece que perdió años.
"Por aquel entonces ya había aprendido a hablar algo y se hizo
mendigo. Así anduvo muchas tierras. En Lourdes estuvo dos veces, la segunda tan
rejuvenecido que, los que le habían conocido la primera vez, pensaron que había
sido un milagro de la Virgen.
"Cuando adquirió suficiente experiencia pensó que lo mejor era
mantener en secreto aquella extraña condición que lo hacía más joven cuantos
más años corriesen. Así, no sabiéndolo nadie -a no ser uno o dos amigos fíeles-
podría vivir mejor su verdadera vida.
"Trabajó de viejo y se hizo rico para descansar de joven. De los
cincuenta a los quince años su vida fue lo más feliz que imaginarse pueda. Cada
día gustaba más a las muchachas y anduvo envuelto con muchas y con las más
bonitas. Y hasta dicen que una princesa... Pero de eso no estoy seguro.
"Cuando llegó a niño comenzó la vida a complicársele. Le daba
miedo la sorpresa con que lo veían entrar tan libre en las tiendas a comprar
golosinas y juguetes. Algún ratero de visera calada lo había seguido a veces a
lo largo de muchas calles tortuosas. Y alguna vez comió sus golosinas temblando
de angustia, con las lágrimas en los ojos y el almíbar en los labios. La última
vez que lo encontré -tenía ocho años- estaba muy triste. ¡Cuánto pesaban en su
espíritu de niño los recuerdos de su vejez!
"Luego comenzó a atosigarlo día y noche una obsesión tremenda.
Cuando pasaran algunos años lo recogerían en cualquier calleja perdida. Quizá
alguna señora rica y sin hijos. Después... ¡Quién sabe lo que pasaría después!
La lactancia, los paseos en un carrito, con un sonajero de cascabeles en la
tierna manecita. Y al final... ¡Oh! El final daba espanto. Cumplir su destino
de hombre que vive al revés y refugiarse en el seno de la señora rica -puede
que cuando ella durmiese- para ir allí consumiéndose hasta transformarse
primero en una sanguijuela, después en un corpúsculo, y luego en pequeñísima
simiente..."
El vagabundo se levantó muy pensativo, con las manos en los bolsillos,
y comenzó a pasear muy amargado. Finalmente dijo:
-Me explico, sí, me explico que se diese un tiro en la sien el pobre
muchacho.
Los cuatro bebedores de aguardiente, creían. Los cinco de albariño
sonreían y dudaban. El tabernero negaba. Cuando todos discutían más
animadamente, el tabernero de pronto se levantó de puntillas y se puso a mirar
alrededor con los ojos muy abiertos. El vagabundo había desaparecido: sin
pagar.
(Rafael Dieste)
Marga y Paco dedican esta entrada a Justa