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lunes, 7 de abril de 2014

China









El chino es el último pueblo del mundo que aún fabrica escupideras, orinales, máquinas de coser de pedal, calentadores de camas, martillos de orejas, plumillas (con plumín de acero, para mojar y escribir), yugos de madera para bueyes, arados de hierro, bicicletas de más de una plaza y locomotoras de vapor.
Aún fabrican relojes de caja, ese mecanismo de cadena que hace tic-tac y bang. ¿Es interesante? En mi opinión, sí, pues los chinos inventaron el primer reloj mecánico del mundo a finales de la dinastía Tang. Como tantos otros inventos chinos, lo olvidaron; la idea se les escapó y el reloj fue reintroducido en China desde Europa. Los chinos fueron los primeros en producir hierro colado y poco después inventaron el arado de hierro. Los metalúrgicos chinos fueron los primeros en fabricar acero («gran hierro»). En el siglo IV a.C. los chinos inventaron la ballesta y en 1895 seguían utilizándola. Fueron los primeros en observar que los copos de nieve son hexagonales. Inventaron el paraguas, el sismógrafo, la pintura fosforescente, la rueca, el compás de corredera, la porcelana, la linterna mágica y la bomba fétida (una receta incluía siete kilos y medio de mierda humana, así como arsénico, acónito y cantáridas). En el siglo I d.C. inventaron la noria de cangilones y aún la utilizan. Fabricaron la primera cometa dos mil años antes de que la hicieran volar en Europa. Inventaron los tipos móviles y diseñaron el primer libro impreso: el texto budista Sutra del diamante, en el año 868 de nuestra era. En el siglo XI ya tenían prensas y hay pruebas inequívocas de que Gutenberg asimiló la tecnología de los portugueses que, a su vez, la habían aprendido de los chinos. Construyeron el primer puente colgante y el primero escarzano (éste, erigido en el 610, aún está en uso). Inventaron los naipes, los carretes de pescar y el whisky.
Corría el año 1192 cuando un chino se lanzó en paracaídas desde un minarete de Guangzhou, aunque hay que reconocer que experimentaban con paracaídas desde el siglo II a.C. El emperador Guanyun (que reinó del 550 al 559) sometió a prueba las «cometas humanas» -forma primitiva del planeador- arrojando condenados desde una torre alta, haciendo que se aferrasen a artilugios de bambú; un pobre prisionero voló tres kilómetros antes de estrellarse contra el suelo. Los chinos fueron los primeros navegantes del mundo que utilizaron el timón; los occidentales se basaron en los remos de gobierno de la nave hasta que, alrededor del 1100, tomaron prestado de los chinos el timón. Cualquier escolar sabe que los chinos inventaron el papel moneda, los fuegos de artificio y la laca. Además, fue el primer pueblo del mundo en emplear papel pintado (en el siglo XV, los misioneros franceses trasladaron de China a Europa la idea del papel pintado). El papel siempre volvió locos a los chinos. Las excavaciones realizadas en la depresión de Turfán dieron por resultado un sombrero, un cinturón y un zapato de papel realizados en el siglo V. Ya he mencionado el papel higiénico. También hicieron cortinas de papel y armaduras del mismo material, cuyos pliegues impedían que las flechas penetraran. En Europa el papel sólo empezó a fabricarse en el siglo XII, unos mil quinientos años después de que fuese inventado en China. Crearon las primeras carretillas y algunos de los mejores diseños chinos de carretillas aún no se han estrenado en Occidente. Y hay muchas cosas más. Cuando el profesor Needham termine Ciencia y civilización en China: la obra ocupará veinticinco tomos.

(Paul Theroux - En el gallo de hierro)

Recuerdo una mañana clara...

Recuerdo una mañana clara del Noveno Mes cuando ha­bía llovido toda la noche. Aunque brillaba el sol queda­ban gotas de rocío en los crisantemos del jardín. En los cercos de bambú y en los bordes entrecruzados vi jirones de telaraña y donde se habían roto los hilos vi pendientes gotas de lluvia que parecían cuentas de perlas blancas. Me sentí conmovida y encantada. Al aumentar la luz del día, el rocío fue desapareciendo del trébol y de las otras plan­tas donde antes abundaba; las ramas se agitaron y luego se elevaron a un tiempo como si se hubieran puesto de acuerdo. Luego conté a la gente lo bello que había sido todo eso. Lo que más me impresionó fue que nadie se im­presionara.

(Sei Shonagon - El libro de la almohada)

Marcapaginasporuntubo dedica esta entrada a Joan Ramón Gálvez