Gustav Klimt fue un pintor simbolista austriaco, y
uno de los más conspicuos representantes del movimiento modernista de la
secesión vienesa. Pintó lienzos y murales con un estilo personal muy
ornamentado, que también manifestó a través de objetos de artesanía, como los
que se encuentran reunidos en la Galería de la Secesión vienesa.
Intelectualmente afín a cierto ideario romántico, encontró en el desnudo
femenino una de sus más recurrentes fuentes de inspiración. Sus obras están
dotadas de una intensa energía sensual, reflejada con especial claridad en sus
numerosos apuntes y esbozos a lápiz, en cierto modo herederos de la tradición
de dibujos eróticos de Rodin e Ingres.
Yo ya no sé si esta anécdota corresponde al maravilloso escritor que fue Jorge Luis Borges o si el que me la contó (no recuerdo quién) se la atribuyó a él sin más contemplaciones. En cualquier caso, creo que Borges hacía bromas con su ceguera. Y esta anécdota, sea verdadera o no, merece salvarse del olvido.
—Cuando fui a cruzar la Avenida 18 de julio en Buenos Aires —acaso tres o cuatro veces más ancha que la de la Castellana en Madrid— anduve buscando a tientas ayuda y al fin encontré otra mano. Cogido de esa mano amiga crucé la ancha avenida, escuchando los cláxones y el zumbido de los automóviles. Una vez cruzado, ya en la otra acera, alguien se desprendió de mi mano y dijo: «Muchas gracias».
José Mª de Quinto
“Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”
Francisco de Icaza