Muchos ríos antes se deslizarán apartándose del mar inmenso
y antes el año conducirá al revés sus estaciones,
que se mude en lo hondo de mi corazón mi amor a ti.
Puedes ser lo que quieras, no, sin embargo, ajena;
antes que a ti no te parezcan de poco valor esos ojos tuyos,
por los que a menudo he confiado en ti, pérfida.
Que éstos, jurabas tú, se te cayesen a las manos,
dispuestas para ello, si en algo habías mentido.
¿y eres capaz de levantarlos y mirar al gran Sol,
y no tiemblas, teniendo en la conciencia la infidelidad que has cometido?
¿Quién te obligaba a palidecer cambiando mucho de color
y a derramar lágrimas con ojos forzados?
Por ésos yo, futuro consejero de amantes como yo,
muero ahora. «¡Oh, de ningunos halagos es seguro fiarse!»
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«Puerta, mucho más cruel incluso que la misma dueña,
¿por qué callas cerrada con tus hojas para mí tan duras?,
¿por qué, nunca abierta, no admites mis amores,
sin saber contestar, compadecida, a mis furtivas súplicas?
¿No se concederá ningún límite a mi dolor,
y en el umbral tibio me llegará un torpe sueño?.
De mí en el suelo se duelen las noches cerradas, de mí los astros
en todo su esplendor, y de mí la brisa fila de la matutina escarcha.
Tú que, la única, jamás te apiadaste del dolor de los hombres,
respondes a tu vez con tus callados quicios.
¡Oh, ojalá mi tenue voz, pasando a través de una fina rendija,
se dirija a los oídos de mi dueña y los traspase!,
aunque sea ella más resistente que la roca Sicana,
aunque sea también más dura que el hierro y el acero,
no podrá, sin embargo, reprimir ella sus ojos,
y en medio del llanto no querido, surgirá un suspiro.
Ahora reposa apoyada en el afortunado brazo de otro,
y mis palabras caen en el nocturno Céfiro.
Pero tú, la única, tú, la máxima causa del dolor mío,
puerta jamás vencida por mis presentes,
a ti no te ofendió atrevimiento alguno de mi lengua,
que suele en momentos de ira decirlo todo, hasta el punto
de que tú permites que yo, ronco por tan prolongadas quejas,
en la calle pase en vela angustiadas esperas.
A ti, por el contrario, muchas veces te he tejido poemas en insólitos
versos, y apoyado en tus gradas te di apretados besos.
¡Cuántas veces me di la vuelta, pérfida, ante tus goznes,
y ofrecí con disimuladas manos las debidas ofrendas!»
Todo esto dice él y cuantas cosas sabéis los infelices amantes,
y se sobrepone con sus lamentos a las aves de la mañana.
«Así a mí ahora, por causa de los vicios de mi dueña y de los llantos
de un eterno amante, se me censura con odio perpetuo.»
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Por esto, mientras podamos, gocemos nosotros amándonos:
Con ninguna duración es bastante largo un amor.
Propercio
En España de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa.
(Antonio Machado)