Sobre la felicidad ¿Por qué tienes un mobiliario demasiado elegante? ¿Por qué se bebe en tu casa un vino más viejo que tú? ¿Por qué se instala una pajarera? ¿Por qué se plantan árboles que no han de dar más que sombra? ¿Por qué tu mujer lleva en las orejas la renta de una casa opulenta? ¿Por qué tus esclavos se visten con ropas preciosas? ¿Por qué es en tu casa un arte el servir la mesa y no se coloca la plata al azar y de cualquier manera, sino que se sirve con pericia y tienes un maestro de arte cisoria?». Añade aún, si quieres: «¿Por qué tienes posesiones más allá del mar? ¿Y más que las que conoces? Es una vergüenza que seas tan negligente como para no conocer a unos poquillos esclavos, o tan fastuoso como para tener más que los que la memoria alcanza a conocer». Ayudaré en seguida a tus reproches y me haré más objeciones que las que imaginas; ahora te responderé esto: «No soy un sabio y, para que tu malevolencia se regocije, nunca lo seré. Por esto no exijo de mí ser igual que los mejores, sino mejor que los malos; me basta con podar todos los días algo de mis vicios y castigar mis extravíos. No he llegado a la salud, ni llegaré siquiera; compongo para mi gota más calmantes que remedios, contento si los ataques son menos frecuentes y menos dolorosos; pero comparado con vuestros pies, yo, impotente, soy un corredor».
¿Se preocupará alguien de si parece demasiado rico a esas gentes para quienes Demetrio el Cínico no es bastante pobre? Un hombre extremadamente enérgico, que lucha contra todo deseo natural, más pobre que los demás cínicos, porque éstos se han prohibido tener nada, y él se ha prohibido también pedir, ¡niegan que sea bastante indigente! Y fíjate: no ha profesado la ciencia de la virtud, sino la de la pobreza.
Séneca
En abril, las aguas mil
Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
Zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en la ventana
y el cristal repiquetea.
A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.
(A. Machado)