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lunes, 17 de junio de 2019

Vitoria Gasteiz



Sátiras (2)

Fue en el reinado de Saturno, creo yo, cuando el Pudor habitaba en la Tierra. Le vieron durante mucho tiempo cuando las frías cuevas ofrecían aún un modesto albergue que encerraba el fuego, los dioses lares, el dueño y el rebaño dentro de la misma sombra, cuando la esposa montaraz se arreglaba en el bosque una yacija de hojarasca, de paja y pieles de los alrededores. No se asemejaba, en nada ni a ti, Cintia, ni tampoco a ti, que tenías tus hermosos ojos llenos de lágrimas por la muerte del pajarillo. Sus pechos amamantaban lactantes robustos; con frecuencia era más repugnante que su marido cuando eructaba un hartazgo de bellotas. Aquellos hombres nacidos en las hendiduras de las encinas, o bien aquellos otros modelados con arcilla y que no tuvieron progenitores, vivían de otra forma cuando el cielo era nuevo y el mundo era reciente. Puede ser que quedaran todavía muchos vestigios del Pudor, o al menos algunos, en el reinado de Júpiter, de un Júpiter, eso sí, todavía imberbe, cuando no había griegos dispuestos a jurar sobre la cabeza ajena, cuando nadie no temía que le robaran las hortalizas y las frutas, y se vivía en huertos sin cerrojo. Pero después Astrea se retiró poco a poco hacia el cielo, acompañada del Pudor: las dos hermanas nos dejaron a un tiempo.
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¿Te preocupas de lo que ha hecho una familia privada, una Epia? Pues considera las rivales de los dioses, escucha lo que ha debido tolerar el emperador Claudio. Cuando su mujer notó que él ya dormía, se atrevió a preferir la estera de prostituta a su lecho del Palatino. Augusta meretriz, cogió, de noche, unos capuchones, y se escapó seguida de una sola esclava. Ocultando su negra cabellera con una peluca rubia, se introdujo en la celda vacía que se le guardaba en un bochornoso prostíbulo de viejos tapices. Allí, desnuda totalmente, con los pezones adornados de oro, bajo el nombre fingido de Licisca, prostituyó, oh noble Británico, el vientre del que tú naciste. Recibió halagüeña a los que entraron, y les pidió su paga. Más tarde, cuando el alcahuete despide ya a las mozas, se alejó tristemente. Hizo todo lo posible para ser la última en cerrar su celda. Ardiente todavía por la tensión de sus sentidos vibrantes, fatigada, pero no saciada, por los hombres, se marchó. Asquerosa, negruzcas sus mejillas, fea del humo de las lámparas, llevó al lecho imperial el hedor del prostíbulo.
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Lo más barato para un padre son sus hijos. «¿Pues cómo es que Quintiliano tiene tantos predios?» «Deja los ejemplos recientes de una buena suerte excepcional. El hombre afortunado es bello y valiente, el hombre afortunado es sabio, noble y generoso; puede acomodar a su calzado negro la fíbula de marfil. El hombre afortunado es el más grande orador, y óptimo lanzador de jabalina; por más ronco que esté, canta con afinación. Pues es muy distinto que te acojan unos astros u otros cuando empiezas a dar los primeros vagidos, rojizo aún del vientre de tu madre. Si la Fortuna lo quiere, de retor te convertirás en cónsul; si ella lo quiere, será el cónsul quien bajará a retor. ¿No es esto lo que demuestran Cicerón y Ventidio? ¿Es que prueban otra cosa que no sea el poder admirable de los astros y el hado? Éste otorga imperios a los esclavos, y la pompa triunfal a los cautivos. Con todo, un hombre tan afortunado es más raro que un cuervo blanco.»

Juvenal