Blogs que sigo

sábado, 15 de junio de 2019

Pásate al verde





Sátiras (1)

Tú, si deseas llegar a ser algo, has de atreverte a hazañas mecedoras de la cárcel, o de los pequeños escollos de Gíaros. Ensalzamos la probidad, pero se queda rígida de frío. Es a hechos delictivos a los que se deben los jardines, los palacios, las mesas, una vajilla antigua, y el macho cabrío que sale, en relieve, de una copa. ¿Quién puede conciliar el sueño ante el suegro seductor de una nuera avarienta, ante las esposas impúdicas, ante un adúltero vestido de toga pretexta? Aun cuando la naturaleza los negara, los versos, los escribirá la indignación, de la forma que pudiere, como los míos, o los de Cluvieno.
***
Codro tenía un lecho en el que no cabía ni su mujer Prócula, seis orzas no muy grandes que decoraban su ábaco, un pequeño cántaro, que colocaba debajo, y una estatua de Quirón, reclinado, debajo del mismo mármol. Un cesto ya muy viejo le guardaba libros griegos; en él las ratas ignorantes roían los divinos poemas. Codro, pues, no poseía más que una miseria: ¿quién lo negaría? Y, con todo, el infeliz la perdió. Pero existe aún el último colmo de la desgracia: desnudo, y mendigando un mendrugo, nadie le ayudará con alimento y con un techo hospitalario. ¡Ah, en cambio! Si es la gran casa de Astúrico la que se ha derrumbado, las matronas ya no se acicalan, los próceres se visten de luto, e incluso el pretor aplaza las audiencias. ¡Ahora sí que lamentamos los desastres de la ciudad, y odiamos el fuego! Arde todavía, y ya hay uno que corre a regalarle mármol y que le ayuda a afrontar los gastos. Hay quien le ofrece estatuas blancas de desnudos, otro obras maestras de Eufranor y de Policleto. Ésta le regala joyas antiguas de divinidades asiáticas. Otro le donará libros, estanterías, y un busto de Minerva, para colocarlo en medio. Otro todavía le obsequiará con un modio de plata. Pérsico, el más opulento de nuestros viejos sin prole, recupera más y mejor. No carece de base la sospecha de que ha sido él mismo quien ha pegado fuego a su palacio.

Considera ahora otros riesgos distintos, los nocturnos. Calcula la altura de los tejados desde los que un tiesto hiere los cerebros; ¡cuántas veces, rajadas o bien rotas, saltan desde las ventanas vasijas desportilladas! ¡Qué agujero excavan, con su peso, cómo ensucian el pavimento de sílex! Serás tenido por necio, o por poco previsor de trances repentinos si alguna vez acudes a una cena sin haber hecho testamento. De noche hay tantos peligros de muerte como ventanas encuentres abiertas a tu paso. Desea, pues, sólo una cosa muy mezquina, que ojalá se te cumpla: que se contenten con echarte encima nada más que el contenido de los anchos bacines. A un borracho petulante, que por casualidad no ha sacudido a nadie todavía, esto le pone triste, y se pasa una noche como la del Pelida que lloraba a su amigo. Yace boca abajo, después boca arriba. Pero ¡no! Sólo de una manera podrá conciliar el sueño: a algunos es una pelea lo que les procura el dormir. A pesar de sus pocos años y del vino que le bulle evita a aquel del que le aconseja alejarse un manto escarlata, un largo cortejo de acompañantes, y encima de esto un gran número de antorchas y una lámpara de bronce. A mí, que suele acompañarme la luna, o la débil luz de una candela, de la que economizo cuidadosamente el pábilo, a mí me desprecia. Mira el prólogo de esta mísera riña, si es que es una riña allí donde tú pegas y yo solamente encajo: Se detiene y te ordena que te pares: hay que obedecerle: ¿qué podrías hacer, si te obliga enfurecido, y es más fuerte que tú? «¿De dónde vienes? -vocifera-, ¿en casa de quién te has hinchado de vinagre y de habas? ¿Con qué remendón has compartido un puerro hecho pedazos, y una cabeza de carnero hervida? ¿No lo dices? ¡O hablas o te arreo una coz! ¡Dime dónde mendigas! ¿En qué taberna he de buscarte?» Tanto si intentas hablar como si procuras apartarte en silencio, da lo mismo, te apalea, y encima te delata, iracundo, al pretor. La libertad del pobre consiste en que le golpean, le muelen a puñetazos, mientras él pide y suplica que le dejen algún que otro diente. Y aún no es esto sólo lo que debes temer. Cerradas ya las casas, no faltará quien te despoje de todo, cuando en todas partes las tiendas han enmudecido con sus puertas seguras y encadenadas. A veces te asalta de improviso un bandido que blande un puñal. Mientras patrullas armadas vigilan las marismas pontinas y el bosque de Gallinaria, los bandidos se precipitan aquí como sobre un vivero. ¿En qué fragua, en qué yunque no se fabrican pesadas cadenas? Es enorme la cantidad de hierro que ahora se gasta en grilletes, tanto, que ya tememos que no tendremos arados en número suficiente, y que desaparecerán azadas y escardillos. ¡Llama felices a los antepasados de nuestros abuelos, llama felices a aquellos siglos que, gobernados por reyes y tribunos, vieron cómo en Roma era suficiente una sola cárcel! 
***
Los vendedores hacen escrutar continuamente con las redes los lugares contiguos y no toleramos que los peces del mar Tirreno alcancen gran tamaño.

Juvenal