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domingo, 9 de junio de 2019

Viláfer







Anábasis (1)                                                                                                                                                                                                                                                                              »Porque para mí sois vosotros patria, amigos y compañeros, y con vosotros pienso que seré respetado dondequiera me halle; separado de vosotros, bien veo que no tendría fuerza ni para favorecer a un amigo ni para defenderme de un enemigo. Seguros, pues, de que os seguiré donde vayáis, podéis tomar la resolución que os agrade.»                                                                                                                                                                                                                 ***                                                                                                                                                                                                                      »Estad seguros de que yo cambiaría la libertad por todos los bienes que poseo y por otros muchos más.
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»...Y a quienes están dispuestos a iniciar la fuga es mucho mejor tenerlos enfrente como enemigos que a nuestro lado.
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»Y si alguno de vosotros está desalentado porque no disponemos de caballería y los enemigos la tienen numerosa, considerad que diez mil jinetes no son nada más que diez mil hombres: nadie murió jamás en una batalla a consecuencia de los mordiscos o de las coces de un caballo; son los hombres quienes deciden la suerte de las batallas. ¿Y puede negarse que nosotros marchamos sobre un vehículo mucho más seguro que los jinetes? Ellos van suspendidos sobre sus caballos, temerosos no sólo de nuestros ataques, sino también, de caerse. Nosotros, en cambio, que marchamos por tierra, golpearemos con mucha más fuerza si alguno se acerca, daremos con más facilidad en el blanco que queremos. Sólo en una cosa nos llevan ventaja los jinetes: pueden huir con más seguridad que nosotros.
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»Acaso también tenéis confianza en el resultado de los combates, pero estáis disgustados porque en adelante Tisafernes no nos servirá de guía ni el rey nos proporcionará mercado. Mas examinadlo bien: ¿es preferible llevar de guía a Tisafernes, cuyas maquinaciones vemos, que no a hombres cogidos por nosotros, a los cuales ordenaremos que nos guíen haciéndoles ver que si nos engañan se exponen a perder la vida? Y en cuanto a los víveres, ¿es preferible comprarlos en el mercado que nuestros enemigos nos proporcionasen, gastando en pequeñas cantidades mucho dinero, que ya no tenemos, a cogerlos, si somos los más fuertes, no usando de otra medida que la necesidad de cada uno?
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»Reconoceréis, tal vez, que esto es preferible; pero pensáis que los ríos son obstáculos infranqueables y que hemos sido engañados grandemente al pasarlos; pero considerad si los bárbaros han podido cometer tal disparate. Todos los ríos, aunque fuesen invadeables lejos de las fuentes, se pueden pasar aun sin mojarse la rodilla cuando se aproxima uno a su origen. Pero aunque ni podamos pasar los ríos ni tengamos ningún guía, no por eso debemos desanimarnos. Sabemos que los misios, a los cuales no creemos más bravos que nosotros, habitan, dentro de los estados del rey y contra la voluntad de éste, muchas ciudades prósperas y grandes, y sabemos que otro tanto ocurre con los pisidas. Nosotros mismos hemos visto que los licaones, apoderándose de los sitios fuertes que dominan las llanuras, recogen los frutos de estas tierras. Estaría casi por decir que no debemos dar la impresión de que nos volvemos a nuestro país, sino hacer preparativos para quedarnos por aquí. Pues estoy seguro de que el rey daría a los misios muchos guías, muchos rehenes en prenda de conducirlos sin engaño; que les allanaría el camino aunque quisiesen retirarse en cuadrigas. Y estoy seguro también de que muy gustoso haría lo mismo con nosotros si viese que hacíamos preparativos para quedarnos. Sólo temo que, una vez acostumbrados a vivir en la ociosidad y en la abundancia y a gustar el amor de las mujeres y doncellas de los persas y los medos, que son tan hermosas y desarrolladas, nos olvidemos como los lotófagos del camino de la patria. Me parece, pues, justo y razonable que procuremos llegar primero a Grecia y al lado de nuestras familias para mostrar a los griegos que si pasan trabajos es porque quieren, pues podrían mandar aquí a los que viven mal en su patria y pronto los verían ricos.

Jenofonte