Historia que se relaciona con una de las
ciudades de al-Andalus conquistada por Táriq ibn Ziyad
(Noche 271)
... Me han dicho, rey feliz, que en el reino de los cristianos hay una ciudad llamada Toledo y que en ella se
encuentra un palacio siempre cerrado. Cada vez que
moría un rey cristiano y le sucedía otro, éste ponía en la puerta un candado
resistente. De este modo
llegaron a haber en aquella puerta veinticuatro candados, uno por rey. Llegó un
momento en que reinó en el país
un hombre que no pertenecía a la dinastía anterior y quiso abrir aquellos
candados para ver lo que contenía el palacio. Los grandes señores del reino le
aconsejaron que no lo hiciera y trataron de disuadirle, pero
él no quiso escucharles y dijo:
-No tengo más
remedio que abrir este palacio.
Los
cortesanos le ofrecieron las más preciosas riquezas y los tesoros que poseían
si no lo abría, pero él no dio su brazo a torcer.
Acto seguido
rompió los candados, abrió la puerta y encontró unas pinturas que representaban
a los árabes, montados en caballos y camellos, tocados con turbantes con una
estola que colgaba, con espadas al cinto y largas lanzas en la mano. Encontró
también un libro. Lo abrió, se puso a leerlo y descubrió que en él estaba
escrito lo siguiente: «Si se abre esta puerta, un pueblo árabe dominará este
país. Su aspecto es semejante al de estas pinturas. ¡Cuidado! ¡Tened cuidado y
no la abráis! »
Aquella
ciudad se encontraba en al-Andalus. Aquel mismo año la conquistó Táriq ibn
Ziyad, siendo califa al-Walid ibn Abd al-Málik, uno de los Omeyas. Aquel rey
tuvo la más horrible de las muertes. Táriq se apoderó del país por la fuerza,
hizo prisioneros a mujeres y niños, obtuvo ganado y riquezas y descubrió
inmensos tesoros, entre los que había más de ciento setenta coronas de perlas
y jacintos. Encontró también piedras preciosas, un salón tan grande que en él
se hubieran podido celebrar torneos, utensilios de oro y plata imposibles de
describir, la mesa que fue propiedad del profeta de Dios Salomón hijo de David
-la paz sobre ellos dos-, que, según se dice, era de esmeraldas verdes y que se
ha conservado hasta ahora en la ciudad de Roma. Sus vasos eran de oro y sus
platos de crisolita y piedras preciosas. Sobre ella encontró el Salterio,
escrito con caracteres griegos sobre páginas de oro incrustadas con gemas.
Encontró también un libro de oro y plata en el que se indicaban los usos de las
piedras nobles, las ciudades, los pueblos, los talismanes y la alquimia.
Descubrió otro libro que describía el arte de la joyería para trabajar con
jacintos y otras piedras, la manera de preparar venenos y tríacas, la forma de
la tierra, de los mares, los países y las minas. Encontró una gran sala llena
del elixir con un dirhem del cual se podían transmutar mil dirhemes de plata en
oro puro: en ella había un enorme espejo redondo y maravilloso, fabricado con
una aleación de metales, para el profeta de Dios Salomón hijo de David -sobre
ambos la paz-, y que tenía la virtud de que si alguien lo miraba podía ver con
sus propios ojos los siete climas de la tierra. Encontró también una sala que
contenía unos jacintos de Bahramán que son indescriptibles. Todo eso se lo
llevó a al-Walid ibn Abd al-Málik, y los árabes se dispersaron por las ciudades
de aquel país, que es uno de los mayores del mundo.
Las mil y una noches