Antes del
puente Río-Niterói
Pues sí.
Cuyo papá era amante, con su alfiler en la corbata,
amante de la esposa del médico que
atendía a la hija, es decir, de la hija del amante y todos lo sabían, y la
mujer del médico colgaba una toalla blanca en la ventana, lo que significaba
que el amante podía entrar. Si ponía una toalla de color, él no entraba.
Pero me estoy confundiendo toda o el caso es tan
enredado que si puedo voy a desenredarlo. La realidad de éste es inventada. Pido
disculpas porque además de contar los hechos también adivino y lo que adivino
aquí lo escribo, escribana que soy por fatalidad. Yo adivino la realidad. Pero
esta historia no es de mi cosecha. Es de la zafra de quien puede más que yo,
humilde que soy.
Pues a la hija la invadió la gangrena en la pierna y
tuvieron que amputársela. Jandira, de diecisiete años, fogosa como un potrillo
y con hermoso cabello, estaba comprometida. Apenas el novio vio la figura en
muletas, toda alegre, alegría que no entendió que era patética, pues bien, el
novio tuvo sencillamente el valor de deshacer el noviazgo sin remordimientos,
pues lisiada no la quería. Todos, incluso la resignada mamá de la chica, le
imploraron que fingiera que todavía la amaba, lo que -le decían- no sería tan
penoso porque sería a corto plazo: es que la novia tenía vida a corto plazo.
Y después de tres meses -como si hubiera cumplido la
promesa de no pesar en las débiles ideas del novio-, después de tres meses
murió, bonita, con su cabellos sueltos,
inconsolable, extrañando al novio y asustada con la muerte como niño que tiene
miedo a lo oscuro: la muerte es una gran oscuridad. O tal vez no. No sé cómo
es, aún no me muero, y después de morir no sabré. Quién sabe si no es tan
oscura. Quién sabe si es un deslumbramiento. A la muerte, a ésta me refiero.
El novio, conocido por su apellido Bastos, al parecer
vivía -aun en el tiempo en que la novia no había muerto-, vivía con una mujer.
Y así continuó con ésta, haciéndole poco caso.
Bien. Esa mujer ardiente un día tuvo celos. Y era
refinada. No puedo no advertir los detalles crueles. Pero ¿dónde estaba yo que
ya me perdí? Sólo empezando todo de nuevo, en otro renglón y en otro párrafo
para comenzar mejor.
Bien. La mujer tuvo celos y mientras Bastos dormía,
por el pico de la tetera, le vació agua hirviendo dentro del oído. Sólo tuvo
tiempo de dar un berrido antes de desmayarse, berrido, el cual podemos adivinar
que era el peor que daba, como un grito de animal. Bastos fue llevado al
hospital y permaneció entre la vida y la muerte, ésta en lucha feroz con
aquélla.
La mujer hombruna, llamada Leontina, pasó un año y
pico en la cárcel.
De donde salió para encontrarse, ¿adivinen con quién?
Pues fue a reunirse con Bastos. En ese entonces, un Bastos consumido y, claro,
sordo para siempre, él, que no perdonaba ningún defecto físico.
¿Qué sucedió? Pues volvieron a vivir juntos, amor
para siempre.
En cuanto a esto, la niña de diecisiete años, muerta
hace mucho tiempo, sólo dejó huella en la madre desgraciada. Y si me acordé de
la muchachita fuera de tiempo, es por el amor que siento por Jandira.
Ahí es cuando entra el papá de ella, como quien no
quiere nada. Siguió siendo el amante de la mujer del médico, quien había
tratado a su hija con devoción. Hija, quiero decir, del amante. Y todos lo
sabían, el médico y la mamá de
la ex novia muerta. Creo que me perdí de nuevo, está todo un poco confuso,
pero ¿qué puedo hacer?
El médico, incluso sabiendo que el papá de la muchachita
era el amante de su mujer, había cuidado mucho a la noviecita demasiado
asustada con la oscuridad de la que hablé. La esposa del papá -por tanto, mamá
de la ex noviecita- sabía de las elegancias adulterinas del marido que usaba
reloj de oro en el chaleco, un anillo que era una joya y un alfiler de
brillante en la corbata. Negociante acomodado, como se dice, pues las gentes
respetan y saludan con amplia deferencia a los ricos, a los victoriosos, ¿no es
así? Él, el papá de la chica, vestido con traje verde y camisa color de rosa de
rayitas. ¿Cómo es que lo sé? Vaya, simplemente sabiendo, como lo hace la gente
con la adivinación imaginativa. Lo sé y listo.
No puedo olvidar un detalle. Es el siguiente: el amante
tenía al frente un pequeño diente de oro, por puro lujo, y olía a ajo. Toda su
aura era ajo puro, pero la amante no le daba importancia, lo que quería era
tener amante, con o sin olor a comida. ¿Cómo lo sé? Sabiendo.
No sé qué fin tuvieron esas personas, no tuve más
noticias. ¿Se disgregaron? Pues es una historia antigua y tal vez ya haya
habido fallecimientos entre ellas, entre esas personas. La oscura, oscura
muerte. Yo no quiero morir.
Agrego un dato importante y que, no sé por qué,
explica el maldito lugar de nacimiento de toda esta historia: ésta ocurrió en
Niterói, con las tablas del muelle siempre húmedas y ennegrecidas, y con el
vaivén de sus barcas. Niterói es un lugar misterioso y tiene casas viejas,
oscuras. ¿Y ahí pudo haber sucedido lo del agua hirviendo en el oído del
amante? No lo sé.
¿Qué hacer de esta historia que sucedió cuando el
puente Río-Niterói no pasaba de ser un sueño? Tampoco lo sé, la doy de regalo a
quien la quiera, pues estoy asqueada de ella. Hasta demasiado. A veces me da
asco la gente. Después pasa y me siento de nuevo curiosa y atenta.
Y es tan sólo eso.
Clarice Lispector