El
Emperador se dedicaba permanentemente a buscar nuevas maneras de poner a prueba
a sus cortesanos. Un día, Akbar planteó una pregunta extraña:
-Si
alguien me tirara del bigote, ¿cómo habría que castigarlo?
-¡Habría
que darle mil azotes! -sentenció un cortesano.
-¡Habría
que colgarlo boca abajo! -replicó otro.
-¡Habría
que colgarlo hasta que muriera! -insistió un tercero.
-¡Habría
que decapitarlo! -añadió un cuarto.
Birbal
no decía nada, de modo que el Emperador se dirigió a él.
-¿Qué
castigo propondrías, Birbal?
-Habría
que darle una caja de dulces -respondió Birbal fríamente.
-¿Una
caja de dulces? -exclamaron todos con cara de espanto. ¡Birbal se había vuelto
loco! El Emperador no pasaría por alto una respuesta tan descarada.
-¿Por
qué dices esto? -preguntó Akbar.
-Jahanpanah, sólo hay en el mundo una
persona que se atrevería a tiraros del bigote: ¡vuestro pequeño nieto!
Desde
luego, el mejor «castigo» sería una caja de dulces.
Clifford Sawhney
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