Las señales de Dios
En un pueblo comenzó a llover de modo
incesante. El río a cuyas orillas se levantaba el poblado empezó a crecer y a
desbordarse, inundando las calles del pueblo.
Una persona, de enorme fe en Dios, le suplicó
a éste que lo salvara.
Las autoridades municipales dieron la orden
de evacuar el pueblo. El hombre escuchó la noticia en la radio, pero se dijo:
-Ya he orado a Dios, y él me salvará.
La lluvia arreció, el agua siguió subiendo y
comenzó a penetrar en el interior de las casas.
Cuando el agua le llegaba a las rodillas del
protagonista del relato, una camioneta del Servicio de Defensa Civil vino a
buscarlo. El hombre les dijo que no se iría.
Él confiaba en Dios y Dios lo salvaría.
La lluvia era incesante, el agua continuó su
crecida y anegó por completo la planta baja de su casa. El hombre, asomado a la
ventana de la planta alta, vio una lancha que se detenía ante su hogar.
-Tiene que venir con nosotros –le dijo uno
de los hombres que estaban a bordo de la lancha-. El agua es imparable y
todavía crecerá más.
Nuestro protagonista, con absoluta calma, les
dijo que estaba bien, que había orado a Dios y éste se encargaría de salvarlo.
Luego de insistir durante casi media hora, y
ante la inutilidad de todas las razones que intentaban hacer ver al hombre, los
rescatistas se marcharon en la lancha.
No mucho tiempo después, el agua alcanzó el
nivel de la planta alta, y el hombre tuvo que refugiarse en el techo de la
vivienda.
Poco tiempo más tarde, escuchó el estrépito
de un helicóptero que se acercaba hasta detenerse, suspendido en el aire, a
corta distancia de donde él se hallaba. Desde él le arrojaron una soga y, con
un megáfono, le dijeron:
-La situación es desesperante. Esta es la
última oportunidad que tiene para abandonar el lugar. Ya no podremos regresar.
El hombre les hizo unos gestos con sus manos
indicándoles que se fueran, que él estaba bien y no se iría. Él sabía que, en
cualquier momento, Dios se ocuparía de salvarlo. El helicóptero al fin se
marchó.
La
crecida continuó, arrasando todo a su paso, y el hombre murió ahogado.
Cuando su espíritu llegó al cielo y se
encontró con Dios, le reprochó:
-Señor, puse toda mi fe en ti, y me
defraudaste. Creí en ti como nadie más podría haberlo hecho en una situación
terrible, y tus oídos se cerraron a mis ruegos. ¡No hiciste nada para salvarme!
Dios lo miró, con una expresión mezcla de
asombro y diversión, y luego de unos momentos le respondió:
-Querido mío, supe cuáles eran tus
necesidades desde antes que me pidieras nada. Y te envié no una ayuda, sino
tres: una camioneta, una lancha y un helicóptero…. ¡pero no aceptaste ninguna
de ellas!
(Anónimo)