Su mantenimiento principalmente
es raíces de dos o tres maneras, y búscanlas por toda la tierra; son muy malas,
y hinchan los hombres que las comen. Tardan dos días en asarse, y muchas de
ellas son muy amargas, y con todo esto se sacan con mucho trabajo. Es tanta la
hambre que aquellas gentes tienen, que no se pueden pasar sin ellas, y andan
dos o tres leguas buscándolas. Algunas veces matan algunos venados, y a tiempos
toman algún pescado; mas esto es tan poco, y su hambre tan grande, que comen
arañas y huevos de hormigas, y gusanos
y lagartijas y salamanquesas y culebras
y víboras, que matan los hombres que muerden, y comen tierra y madera y todo lo
que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de
contar; y creo averiguadamente que si en aquella tierra hubiese piedras las
comerían. Guardan las espinas del pescado que comen, y de las culebras y otras
cosas, para molerlo después todo y comer el polvo de ello. Entre éstos no se
cargan los hombres ni llevan cosa de peso; mas llévanlo las mujeres y los
viejos, que es la gente que ellos en menos tienen. No tienen tanto amor a sus
hijos como los que arriba dijimos. Hay algunos entre ellos que usan pecado
contra natura. Las mujeres son muy trabajadas y para mucho, porque de veinticuatro
horas que hay entre día y noche, no tienen sino seis horas de descanso, y todo
lo más de la noche pasan en atizar sus hornos para secar aquellas raíces que
comen. Desde que amanece comienzan a cavar y a traer leña y agua a sus casas y
dar orden en las otras cosas de que tienen necesidad. Los más de éstos son
grandes ladrones, porque aunque entre sí son bien partidos, en volviendo uno la
cabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo que puede. Mienten muy mucho, y son
grandes borrachos, y para esto beben ellos una cierta cosa. Están tan usados a
correr que sin descansar ni cansar corren desde la mañana hasta la noche, y
siguen un venado; y de esta manera matan muchos de ellos, porque los siguen
hasta que los cansan, y algunas veces los toman vivos. Las casas de ellos son
esteras, puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada dos o
tres días para buscar de comer. Ninguna cosa siembran que se pueda aprovechar;
es gente muy alegre; por mucha hambre que tengan, por eso no dejan de bailar ni
de hacer sus fiestas y areitos. Para ellos el mejor tiempo que éstos tienen es
cuando comen las tunas, porque entonces no tienen hambre, y todo el tiempo se
les pasa en bailar, y comen de ellas de noche y de día. Todo el tiempo que les
duran exprímenlas y ábrenlas y pónenlas a secar, y después de secas pónenlas en
unas seras, como higos, y guárdanlas para comer por el camino cuando se
vuelven, y las cáscaras de ellas muélenlas y hácenlas polvo. Muchas veces
estando con éstos, nos aconteció tres o cuatro días estar sin comer porque no
lo había; ellos, por alegrarnos, nos decían que no estuviésemos tristes; que
presto habría tunas y comeríamos muchas y beberíamos del zumo de ellas, y
estaríamos muy contentos y alegres y sin hambre alguna; y desde el tiempo que
esto nos decían hasta que las tunas se hubiesen de comer había cinco o seis
meses. En fin, hubimos de esperar aquestos seis meses, y cuando fue tiempo
fuimos a comer las tunas. Hallamos por la tierra muy gran cantidad de mosquitos
de tres maneras, que son muy malos y enojosos, y todo lo más del verano nos daban
mucha fatiga; y para defendernos de ellos hacíamos al derredor de la gente
muchos fuegos de leña podrida y mojada, para que no ardiesen y hiciesen humo.
Esta defensión nos daba otro trabajo, porque en toda la noche no hacíamos sino llorar, del humo que en los
ojos nos daba, y sobre eso, gran calor que nos causaban muchos fuegos, y
salíamos a dormir, a la costa. Si alguna vez podíamos dormir, recordábannos a
palos, para que tornásemos a encender los fuegos. Los de la tierra adentro para
esto usan otro remedio tan incomportable y más que éste que he dicho, y es
andar con tizones en las manos quemando los campos y montes que topan, para que
los mosquitos huyan, y también para sacar debajo de tierra lagartijas y otras
semejantes cosas para comerlas. También suelen matar venado, cercándolos con
muchos fuegos; y usan también esto por quitar a los animales el pasto, que la
necesidad les haga ir a buscarlo adonde ellos quieren, porque nunca hacen
asiento con sus casas sino donde hay agua y leña, y alguna vez se cargan todos
de esta provisión y van a buscar los venados, que muy ordinariamente están
donde no hay agua ni leña. El día que llegan matan venados y algunas otras
cosas que pueden, y gastan todo el agua y leña en guisar de comer y en los
fuegos que hacen para defenderse de los mosquitos, y esperan otro día para
tomar algo que lleven para el camino. Cuando parten, tales van de los
mosquitos, que parece que tienen la enfermedad de San Lázaro. De esta manera
satisfacen su hambre dos o tres veces en el año, a tan grande costa como he
dicho; y por haber pasado por ello puedo afirmar que ningún trabajo que se
sufra en el mundo se iguala con éste.
***
Contrataba
con estos indios haciéndoles peines, y con arcos y con flechas y con redes
hacíamos esteras, que son cosas, de que ellos tienen mucha necesidad; y aunque
lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto qué comer, y
cuando entienden en esto pasan muy gran hambre. Otras
veces me mandaban raer cueros y hablandarlos. La mayor prosperidad en que yo
allí me vi era el día que me daban a raer alguno, porque yo lo raía mucho y
comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o tres días.
También nos aconteció con estos y con los que atrás habemos dejado, damos un
pedazo de carne y comérnoslo así crudo, porque si lo pusiéramos a asar, el
primer indio que llegaba se lo llevaba y comía. Parecíamos que no era bien
ponerla en esta ventura, y también nosotros no estábamos tales, que nos dábamos
pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo. Esta es la vida
que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los rescates
que por nuestras manos hicimos.
***
Desde la isla del Mal Hado, todos
los indios que a esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus
mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han
criados los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años; que ya
entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por
qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontecía muchas veces, como nosotros veíamos, estar dos o tres
días sin comer, y a las veces cuatro.
***
En el tiempo que así estaba,
entre estos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y estos son
unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen
oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, y entre estos vimos
muchos de ellos así amarionados como digo, y son más membrudos que los otros
hombres y más altos; sufren muy grandes cargas.
***
Aquí me trajeron un hombre, y me
dijeron que había mucho tiempo que le habían herido con una flecha por el
espalda derecha, y tenía la punta de la flecha sobre el corazón. Decía que le
daba mucha pena, y que por aquella causa siempre estaba enfermo. Yo la toqué, y
sentí la punta de la flecha, y vi que la tenía atravesada en la ternilla, y con
un cuchillo que tenía le abrí el pecho hasta aquel lugar, y vi que tenía la
punta atravesada, y estaba muy mala de sacar. Torné a cortar más, y metí la
punta del cuchillo, y con gran trabajo en fin la saqué. Era muy larga, y con un
hueso de venado, usando de mi oficio de medicina, le di dos puntos. Dados, se
me desangraba, y con raspa de un cuero le estanqué la sangre; y cuando hube
sacado la punta, pidiéronmela, y yo se la di, y el pueblo todo vino a verla, y
la enviaron por la tierra adentro, para que la viesen los que allá estaban, y
por esto hicieron muchos bailes y fiestas, como ellos suelen hacer. Otro día le
corté los dos puntos al indio, y estaba sano; y no parecía la herida que le
había hecho sino como una raya de la palma de la mano, y dijo que no sentía
dolor ni pena alguna. Esta cura nos dio entre ellos tanto crédito por toda la
tierra, cuanto ellos podían y sabían estimar y encarecer.
Álvar Núñez Cabeza de Vaca - Naufragios