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sábado, 15 de abril de 2017

Granada


Historia que se relaciona con una de las ciudades de al-Andalus conquistada por Táriq ibn Ziyad       
(Noche 271)

... Me han dicho, rey feliz, que en el reino de los cristianos hay una ciudad llamada Toledo y que en ella se encuentra un palacio siempre cerrado. Cada vez que moría un rey cristiano y le sucedía otro, éste ponía en la puerta un candado resistente. De este modo llegaron a haber en aquella puerta veinticuatro candados, uno por rey. Llegó un momento en que reinó en el país un hombre que no pertenecía a la dinastía an­terior y quiso abrir aquellos candados para ver lo que contenía el palacio. Los grandes señores del reino le aconsejaron que no lo hiciera y trataron de disuadirle, pero él no quiso escucharles y dijo:
-No tengo más remedio que abrir este palacio.
Los cortesanos le ofrecieron las más preciosas rique­zas y los tesoros que poseían si no lo abría, pero él no dio su brazo a torcer.
Acto seguido rompió los candados, abrió la puerta y encontró unas pinturas que represen­taban a los árabes, montados en caballos y camellos, tocados con turbantes con una estola que colgaba, con espadas al cinto y largas lanzas en la mano. Encontró también un libro. Lo abrió, se puso a leerlo y descubrió que en él estaba escrito lo siguiente: «Si se abre esta puerta, un pueblo árabe dominará este país. Su aspecto es semejante al de estas pinturas. ¡Cuidado! ¡Tened cuidado y no la abráis! »
Aquella ciudad se encontraba en al-Andalus. Aquel mismo año la conquistó Táriq ibn Ziyad, siendo califa al-Walid ibn Abd al-Málik, uno de los Omeyas. Aquel rey tuvo la más horrible de las muertes. Táriq se apo­deró del país por la fuerza, hizo prisioneros a mujeres y niños, obtuvo ganado y riquezas y descubrió inmensos tesoros, entre los que había más de ciento setenta coro­nas de perlas y jacintos. Encontró también piedras pre­ciosas, un salón tan grande que en él se hubieran podido celebrar torneos, utensilios de oro y plata imposibles de describir, la mesa que fue propiedad del profeta de Dios Salomón hijo de David -la paz sobre ellos dos-, que, según se dice, era de esmeraldas verdes y que se ha con­servado hasta ahora en la ciudad de Roma. Sus vasos eran de oro y sus platos de crisolita y piedras preciosas. Sobre ella encontró el Salterio, escrito con caracteres griegos sobre páginas de oro incrustadas con gemas. Encontró también un libro de oro y plata en el que se indicaban los usos de las piedras nobles, las ciudades, los pueblos, los talismanes y la alquimia. Descubrió otro libro que describía el arte de la joyería para trabajar con jacintos y otras piedras, la manera de preparar venenos y tríacas, la forma de la tierra, de los mares, los países y las minas. Encontró una gran sala llena del elixir con un dirhem del cual se podían transmutar mil dirhemes de plata en oro puro: en ella había un enorme espejo redondo y maravilloso, fabricado con una aleación de metales, para el profeta de Dios Salomón hijo de David -sobre ambos la paz-, y que tenía la virtud de que si alguien lo miraba podía ver con sus propios ojos los siete climas de la tierra. Encontró también una sala que contenía unos jacintos de Bahramán que son indescripti­bles. Todo eso se lo llevó a al-Walid ibn Abd al-Málik, y los árabes se dispersaron por las ciudades de aquel país, que es uno de los mayores del mundo.

Las mil y una noches