El
miedo a los bárbaros (fragmento)
No basta con
condenar la violencia. Si queremos impedir que vuelva a producirse, es preciso
intentar entenderla, ya que nunca estalla sin razón. El brote de violencia que
tuvo lugar en 2005, o más recientemente, no es una excepción. Su origen se
encuentra no tanto en el conflicto entre dos culturas cuanto en la ausencia de
esa cultura inicial mínima que todo ser humano necesita para construir su
identidad. Sus protagonistas sufren no el multiculturalismo, sino lo que los etnólogos
llaman la desculturización. Los niños de las ciudades crecen a menudo en
familias en las que el padre no está presente, o con un padre humillado y sin
prestigio. Como la madre trabaja todo el día, o también ella está privada de
toda integración social, no disponen de un marco en el que interiorizar las
reglas de la vida en común. Desde los primeros cursos escolares se sienten
excluidos. Suelen proceder de la inmigración, pero una o varias generaciones
les separan de su origen, de modo que no disponen de una identidad anterior que
colocar en el lugar de la que tanto les cuesta construir donde viven. No
siempre dominan perfectamente la lengua, y tampoco encuentran las condiciones
necesarias para estudiar tranquilamente en casa, donde no hay espacio y la televisión
está todo el día encendida. Cuando alcanzan la edad de trabajar, no logran que
los contraten, ya que no disponen de conocimientos específicos y su aspecto
físico se considera poco fiable. Como no pueden acceder a ninguna de las otras
vías que conducen al reconocimiento social, algunos de ellos se inclinan por
la violencia y por la destrucción del marco social en el que viven.
Los extranjeros a los que deciden imitar no son
los imams de El Cairo, sino los raperos de Los Ángeles. Sus inspiradores
aparecen constantemente en la pequeña pantalla, y también ellos se han
atiborrado tanto de imágenes televisivas que confunden fácilmente ficción y
realidad. No sueñan con el Corán, sino con el último modelo de teléfono móvil,
con zapatillas de deporte de marca y con videojuegos. Se les muestra la
riqueza, pero ellos viven en ciudades desprovistas de todo, encajonadas entre
autopistas y vías de tren, sin calles bonitas, sin tiendas y sin servicios.
Sus edificios baratos se caen a trozos, así que tanto da prenderles fuego. En
alusión a las revueltas que tuvieron lugar en los barrios negros de las
ciudades de Estados Unidos en 1968, Romain Gary hablaba de nuestra «sociedad
de provocación», una sociedad que «empuja al consumo y a la posesión mediante
la publicidad [...] y al mismo tiempo deja al margen de ellos a una parte
importante de la población». No es pues sorprendente, concluye, que «ese joven
acabe lanzándose a la primera ocasión sobre los productos expuestos detrás de
los escaparates». Aunque no debemos excusarlo, es urgente y crucial entenderlo.
Sólo la demagogia más simplista confunde estos dos verbos.
Tzvetan Todorov
Marcapaginasporuntubo dedica esta entrada a nuestros amigos Elisabet y Miquel Uyà