Cierta noche cerrada, cuando ya la Osa había girado de la mano del
Boyero y los pueblos mortales todos reposaban agobiados de fatiga,
presentándose entonces el Amor sacudió los cerrojos de mi puerta.
-«¿Quién -dije yo- a mis puertas así llama?
¿Mis sueños así me desbaratas?».
Y Amor: «Abre -me dice-. Una criatura soy: no
te amedrentes. Estoy calado y en noche sin luna voy errante».
Tuve compasión de sus palabras, luz encendí
al punto y fui a abrirle. Y un niño portador de arco allí contemplo, con alas y
una aljaba. Junto al fuego hice se sentase, con mis manos a las suyas di calor,
en tanto que su pelo de la humedad libraba.
Y Amor, curado ya del frío, «probemos, ea,
este arco -me propone-, por si el nervio con la lluvia está dañado».
Lo tensa y,
como un tábano, me hiere del hígado en el centro. Y brinca y entre risas:
«Huésped, alégrate conmigo, que sana tenemos nuestra arma, por más que tú
penarás del corazón».
Anacreónticas