Afectuosamente
para Miguel Martínez Rendón
-¿Ves?
Primero es huarapo... después, cachaza, luego melado, después melcocha, por
último piloncillo.
La
voz de mi padre se oía entre el bufar de los émbolos.
Me
llevaba de la mano recorriendo los departamentos del enorme trapiche. Su voz
era insinuante. Se notaba a leguas su afán de enseñarme.
-Aquellos
son los moldes. Allí están los peroles... esos hombres desnudos son los
batidores... tienen la piel curtida, la cachaza hirviente no les levanta
ampollas.
Y
pasaban corriendo cerca de nosotros muchos hombres encuerados hasta medio
cuerpo. Los calzoncillos de manta delgada se enrollaban hasta muy cerca de las
ingles. Sus plantas desnudas, sudorosas, se estampaban sobre el piso negruzco.
-Allá
está el molino.
Fuimos
hasta allá.
-Ésta
es la caldera. Sigamos la banda para que conozcas la muela. Te va a interesar.
Y
seguimos la banda.
Mi
padre hablaba; pero el ruido del molino opacó su voz. En adelante no pude
escuchar lo que dijo.
Llegamos
a la muela.
Medrosamente
me apreté a sus piernas. Dos enormes cilindros giraban uno sobre el otro. Diez
peones, con sus vientres protegidos por recios mandiles de cuero, alimentaban
la gran máquina. Gruesos tercios de caña morada desaparecían entre los dos
cilindros, produciendo ruidos que daban calosfrío. Parecían quejidos humanos.
Mi
padre gesticulaba como queriendo comunicarme algo interesante. Yo entendí: quería
que fijara mi atención en aquella enorme muela, en aquella máquina gigante a
la que no sé qué de trágico le encontré desde el momento en que la vi. Hice
con la cabeza un signo de asentimiento. Mi padre se tranquilizó.
Dimos
una vuelta alrededor del estridente aparato.
Por
un costado salía el bagazo completamente prensado. Muchos hombres cargaban con
él y lo llevaban a secar hasta los enormes patios soleados. Por el otro lado
una cascada de líquido zarco, delgado, corría haciendo burbujas.
-¡Ése
es el huarapo! -gritó mi padre a mi oído.
-¡Ah,
el huarapo! -murmuré. Un peón escogió para mí la caña más tierna. Me obsequió
con ella y sonrió tristemente cuando pasó la manaza torpe sobre mi cabeza.
Después me tomó por el hombro y me condujo a un lejano rincón de la fábrica.
Allí apenas llegaban los ruidos; pero la muela gigantesca y sus operarios se
veían perfectamente.
Mi
padre, recargado contra el muro descascarado, me dijo la cruel historia:
-Una
mañana, cuando el trapiche empezaba a trabajar, Estanislao, el viejo
mayordomo, paseaba vigilante muy cerca de la muela. El viento jugueteaba con
las largas puntas de su jorongo pintado a colorines. En una de tantas vueltas
el aire sopló más fuerte y las puntas del jorongo de Estanislao fueron cogidas
por los cilindros. La polea giraba a toda tensión; el mayordomo trató en vano
de quitarse el gabán; gritó pidiendo auxilio; algunos corrieron en su ayuda;
pero la gran máquina se lo tragó con la facilidad con que se traga los tercios
de caña morada.
"Cuando
los peones rodearon la muela, el huarapo se había convertido en sangre, y los
bagazos salían revueltos con carne molida. Algunos piadosos recibían en botes
de petróleo las entrañas machacadas. Pararon la máquina; pero el huarapo
enrojecido ya había llegado al gran tanque de depósito.
"El
mecánico llevó la noticia al patrón. Llegó jadeante a su presencia.
"-¡Señor,
algo grave aconteció en la fábrica!
"-¿Qué,
otra flecha rota?
"-No,
patrón, algo peor, una cosa horrible...
"-¿Se
reventó la banda?
"-No,
señor, Estanislao el mayordomo fue remolido
por la muela.
"-¡Ah!
-respiró. Agachó de nuevo su cabeza para terminar el asiento que había empezado
en el libro de deudores.
"-¡Bueno,
qué le vamos a hacer; Dios lo tenga en su gloria! Pero tú te has quedado como
bruto... ¡Qué esperas, vete... recojan los restos que salgan por la boca del
bagazo... y que lo entierren!
"-Pero,
patrón, la sangre ha llegado hasta el tanque de depósito, no ha sido posible
detenerla, yo...
"-¡Cómo!
¿Pero qué dices, animal? Que la sangre ha... ¿Sabes que ese descuido me
significa la pérdida de toda la molienda del día?
"-¡Señor...!
"-¡Nada,
ordena que sigan trabajando! ¡Yo no puedo perder...! ¡Vamos!
"Y
vinieron ambos al trapiche.
"Los
peones permanecían aún alrededor de la muela. Algunos sacaban con palas los
despojos de Estanislao.
"-¡Probe
Tanilo! -decían-, ¡y deja familia!
"-¡Bueno,
muchachos, a trabajar... y sea por Dios! -dijo el amo al llegar.
"Los
peones, aún con la terrible impresión pintada en el semblante, fueron cada uno a sus puestos.
"-¡Vamos,
echa la fuerza! -gritó el propietario. Y la polea giró arrancando a los
cilindros su chirriar escalofriante. Por el conducto del bagazo salieron los
últimos pedazos de carne machacada.
"Del
canal del huarapo sólo salió sangre, que caía haciendo burbujas en el gran
tanque de depósito.
"-¡Metan
caña, plebe...! ¡Yo no puedo perder! ¡Vamos!
"Diez
hombres, como ahora, alimentaron de nuevo la enorme muela, la caña morada salía
convertida en bagazo y huarapo. El líquido zarco, espumoso, empujaba hasta el
tanque el último cuajarón de sangre.
"-¡Vamos,
que no es posible perder veinte arrobas de piloncillo por una torpeza! ¡Que
lleven luego esos botes a la casa de la viuda para que ella dé sepultura a su
difunto...! ¡Pero pronto, pronto, no hay que gastar el tiempo como quiera...!
¡Vamos!
"La
gran muela siguió tragando tercio tras tercio de caña; de vez en vez salía
entre el bagazo algún guiñapo del gabán de colorines de Estanislao.
"Al
otro día fueron diez peones en
comisión a ver al amo. Lo encontraron como siempre echado sobre el libro de
caja. Vio por encima de los lentes a los comisionados; pero no les habló sino
hasta que terminó su apunte.
"-¿Qué
hay? -gritó secamente.
"-¡Tío
Tanasio, hable usté! -dijo uno de los peones dirigiéndose al más viejo.
"-No,
mejor Florentino, es el más letrao -contestó el viejo.
"Florentino,
que había estado en el Norte y cuyo prestigio de 'letrado' se fincaba
sólidamente en el uso de pantalones de mezclilla y zapatos anchos, se
adelantó, y tomando su sombrero por el ala lo hizo girar entre las manos para
decir:
"-Bueno...
yo y la compañía hemos sido mandados por
los demás para ver si usté le da algo a la viuda y a los chiquillos de Estanislao,
la probe ha quedado muy atrasada y...
"-¡Oh,
no sigas! -dijo el patrón haciendo un gran gesto de entendimiento-, ya sé lo
que quieren... una compensación. Eso lo aprendiste tú en el Norte, ¿no? Muy
bien... ¡una compensación! La hacienda sabrá recompensar ampliamente a la
familia de su peón que muere en el trabajo. ¡La viuda tiene derecho! ¡Tiene
derecho!
"Tosió,
y mientras se rascaba la nuca dijo al empleado del escritorio:
"-A
ver, Casillas, déme la nota de las moliendas.
"El
empleado le entregó un libro pringoso y de gran volumen.
El
patrón se sumió en un mar de sumas y restas.
"Después
dijo, enseñando sus dientes negros por el tabaco:
"-¡Ah,
ja! Conque una compensación... Muy bien. Mire, Casillas, ordene que le
entreguen a la viuda el importe de media arroba de piloncillo, precisamente del
que salió ayer... En eso aumentó la molienda; fue por la sangre de Estanislao
que pasó hasta el tanque del depósito... ¡Tiene derecho la viuda...! ¡Media
arroba!, ¿eh? -y dirigiéndose a los peones-, muchachos: hoy les complazco porque
quiero que esto les sirva de estímulo... ¡Tú, Florentino, desde mañana te
quitas esos pantalones y esos zapatos; huarache y calzón blanco es lo que aquí
debe usarse; no quiero que hombres vestidos como tú andas me vengan a inquietar
la gente...! ¡Si no te parece puedes largarte otra vez al Norte, y allá, si se
te antoja, estira la pata para que te den compensación! ¡Ahora a trabajar todo
el mundo que la muela siempre está hambrienta! ¡Vamos, vamos, no hay que perder
el tiempo en cualquier cosa!
"Y
los peones salieron con la cabeza inclinada sobre el pecho, arrastrando
penosamente sus huaraches sobre las baldosas del piso.
"Los
arrieros de tierra fría, al pasar por el jacal de Estanislao, obsequiaron a la
viuda con un puñado de piloncillo. Ella lo recogió en un paliacate y lo colgó
en un rincón de su casucha. Debajo ardió mucho tiempo una lámpara de aceite.
"El
cura vino a bendecir el trapiche. Roció la muela con agua bendita, con mucha
agua bendita... pero no la suficiente para borrar las manchas que aún se ven
cerca del canal del huarapo."
-¿Conque
no se te ha olvidado la lección?... ¡Vamos a ver!
-No,
no se me ha olvidado, papá... primero es huarapo, después cachaza, después...
después...
Francisco
Rojas González