Blogs que sigo

domingo, 11 de diciembre de 2016

Orbis Medievalis 2





Un europeo

Cuando el cocodrilo entró en mi dormitorio pensé que tampoco había que exagerar. No me refiero al cocodrilo sino a mí mismo. Ya que mi primer im­pulso fue alcanzar el teléfono y marcar los tres nú­meros de urgencias: policía, bomberos y ambulan­cia. Pero justamente semejante reacción me pareció exagerada. Puesto que soy un europeo educado en el espíritu cartesiano, siento repulsión por los ex­tremismos, pienso de un modo racional y no sucum­bo a impulsos de ningún tipo sin haberlos analizado previamente.
Así que me cubrí la cabeza con el edredón y em­prendí un trabajo mental.
Primero -determiné- la aparición de un coco­drilo en mi dormitorio es un absurdo y, según el pensamiento lógico, el absurdo sirve sólo para ser excluido del razonamiento ulterior. O sea que no había ningún cocodrilo. Tranquilizado con esta con­clusión, asomé la cara por debajo del edredón, gra­cias a lo cual logré ver cómo el cocodrilo cortaba de un mordisco el cable del aparato telefónico, ya ante­riormente devorado por él. Incluso en el caso de que alargando la mano a través de sus fauces hasta el estómago consiguiera marcar uno de los números de urgencias, la comunicación ya estaba cortada.
Decidí acudir a la cabina telefónica más próxima para avisar al pertinente departamento de la em­presa de telecomunicaciones sobre el fallo de mi te­léfono particular, lo cual me permitiría, tras la eli­minación del fallo por un equipo de especialistas, ponerme en contacto con la institución competente en materia de retirar cocodrilos. Sin embargo, como hombre civilizado que soy, no podía salir a la calle en pijama, y el cocodrilo, justamente, acababa de en­gullir mis pantalones. Por supuesto no eran los úni­cos pantalones de que yo disponía. A pesar del in­suficiente, en mi opinión, crecimiento del nivel de vida, en mi armario había unos cuantos pantalones. Por desgracia, los que tenía la intención de poner­me, pues combinaban mejor con la americana Yves Saint Laurent, no se encontraban en el armario, sino en la tintorería. ¿Y dónde estaba el comprobante de mi identidad como dueño de aquellos pantalones, documento sin el cual resultaría imposible retirar­los de la tintorería? Me puse a buscar el compro­bante cojeando un poco, ya que mientras tanto el cocodrilo había devorado una de mis piernas. No hice caso de la pierna, pues iba creciendo en mí la preocupación por los pantalones. Justamente esta­ba a punto de devorarme la otra pierna, cuando adi­viné la terrible verdad: el cocodrilo había devorado el comprobante de la tintorería y nunca más recu­peraría mis pantalones.
Estrangulé a la bestia con mis propias manos. Reconozco haber actuado con brutalidad y, lo que es peor, bajo la influencia de una emoción incontrolada. Reconozco que en lugar de confiar en las insti­tuciones constitucionales actué por mi cuenta. Pero ¡comerse un comprobante de tintorería! Hay situa­ciones en las que la defensa de la civilización re­quiere faltar a las normas civilizadas.

Slawomir Mrozek