Cómo se pasa al
lado
Los
descubrimientos importantes se hacen en las circunstancias y los lugares más
insólitos. La manzana de Newton, mire si no es cosa de pasmarse. A mí me
ocurrió que en mitad de una reunión de negocios pensé sin saber por qué en los
gatos -que no tenían nada que ver con el orden del día- y descubrí bruscamente
que los gatos son teléfonos. Así nomás, como siempre las cosas geniales.
Desde luego
un descubrimiento parecido suscita una cierta sorpresa, puesto que nadie está
habituado a que los teléfonos vayan y vengan y sobre todo que beban leche y
adoren el pescado. Lleva su tiempo comprender que se trata de teléfonos
especiales, como los walkie-talkies que no tienen cables, y además que también
nosotros somos especiales en el sentido de que hasta ahora no habíamos
comprendido que los gatos eran teléfonos y por lo tanto no se nos había
ocurrido utilizarlos.
Dado que esta
negligencia remonta a la más alta antigüedad, poco puede esperarse de las
comunicaciones que logremos establecer a partir de mi descubrimiento, pues
resulta evidente la falta de un código que nos permita comprender los mensajes,
su procedencia y la índole de quienes nos los envían. No se trata, como ya se
habrá advertido, de descolgar un tubo inexistente para discar un número que
nada tiene que ver con nuestras cifras, y mucho menos comprender lo que desde
el otro lado puedan estar diciéndonos con algún motivo igualmente confuso. Que
el teléfono funciona, todo gato lo prueba con una honradez mal retribuida por
parte de los abonados bípedos; nadie negará que su teléfono negro, blanco,
barcino o angora llega a cada momento con un aire decidido, se detiene a los
pies del abonado y produce un mensaje que nuestra literatura primaria y
patética translitera estúpidamente en forma de miau y otros fonemas parecidos. Verbos sedosos, afelpados
adjetivos, oraciones simples y compuestas pero siempre jabonosas y glicerinadas
forman un discurso que en algunos casos se relaciona con el hambre, en cuya
oportunidad el teléfono no es nada más que un gato, pero otras veces se expresa
con absoluta prescindencia de su persona, lo que prueba que un gato es un
teléfono.
Torpes y
pretenciosos, hemos dejado pasar milenios sin responder a las llamadas, sin
preguntarnos de dónde venían, quiénes estaban del otro lado de esa línea que
una cola trémula se hartó de mostrarnos en cualquier casa del mundo. ¿De qué me
sirve y nos sirve mi descubrimiento? Todo gato es un teléfono pero todo hombre
es un pobre hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, los caminos que nos
muestran; por mi parte sólo he sido capaz de discar en mi teléfono ordinario el
número de la universidad para la cual trabajo, y anunciar casi
avergonzadamente mi descubrimiento. Parece inútil mencionar el silencio de tapioca
congelada con que lo han recibido los sabios que contestan a ese tipo de
llamadas.
Julio Cortázar