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lunes, 7 de marzo de 2016

Testimonio Compañía Editorial - Beato de San Millán de la Cogolla





Peronella, al volver su marido a casa, esconde a su amante en un tonel. Dice el marido que lo ha vendido y ella alega que lo ha vendido a su vez a otro que, para probar su solidez, se ha metido dentro. Sale el hombre, muéstrase al esposo y se lleva el tonel.

No ha mucho que en Nápoles un hombre pobre tomó por esposa a una bella y gentil mocita llamada Peronella, y él, con su arte de albañil y ella hilando, ganaban lo poco necesario para vivir como mejor podían. Un joven apuesto, viendo un día a aquella Peronella, de ella se enamoró y tanto la solicitó de un modo y otro, que al fin consiguió su intimidad. Y a fin de poder verse acor­daron que, como el marido se levantaba temprano para ir a trabajar o a buscar trabajo, el joven se apostaría en lugar desde donde le viese salir, y como era la calle, que del Marfil se llama, muy solitaria, él, en saliendo el esposo, entraría en la casa. Y así lo hicieron muchas ve­ces. Pero ocurrió una mañana que, habiendo marchado el buen hombre y Juanillo Strignario, que tal era el nombre del galán, penetrando en casa y estando con Peronella, a poco rato el esposo, que no solía tornar en todo el día, ­volvió y, encontrando la puerta cerrada, empezó a llamar y a decirse: «Dios mío, loado seáis siempre porque, si me has hecho pobre, me has consolado con tan buena y ho­nesta esposa. Y ello se ve en que en cuanto yo salí, cerró la puerta para que no pudiera entrar nadie que la importunase.»
Peronella, al oír al marido, dijo:
-¡Ay, Juanillo mío, muerta soy! Ahí está mi marido, a quien Dios confunda, que ha vuelto. No sé lo que esto querrá decir, porque nunca vuelve a esta hora, y quizá te vio cuando entraste. Ya que, pues no tiene remedio, métete en este tonel que ves aquí, y yo iré a abrir.
-¿Crees que voy a aguantar que me empeñes la falda y las demás ropas, mientras no hago día y noche otra cosa que hilar, al punto de que ya se me separa la carne de las uñas, y todo para tener al menos aceite con que encender nuestra lámpara?
Y, así diciendo, comenzó a llorar y siguió:
-Ay, pobre y triste de mí. ¡En mal hora nací y qué mal acierto tuve! Sí, que habría podido casar con un joven de bien y no lo quise, para dar con éste, que no piensa en lo que ha traído a casa. Las demás se solazan  con sus amantes, y no hay ninguna que no tenga dos o  tres, y gozan, y hacen pasar a sus maridos la luna por el sol, y yo, mísera de mí, por buena y por no andar en esos lances, así me veo de desventurada. No sé por qué no tomo amante, como las otras. Y has de saber, marido, que si yo quisiera obrar mal, encontraría con quién, que muy apuestos los hay que me aman y me han mandado a ofrecer muchos dineros, o ropas o joyas, a mi gusto, y nunca me lo toleró el ánimo, porque, no soy hija de mujer de ésas; y con todo, tú vienes a casa cuando debías ir a trabajar.
-Vamos, mujer, no te entristezcas por Dios, que debes comprender que sé quién eres y aun esta mañana lo he advertido más. Cierto es que salí a trabajar, pero se ve que no sabes, como yo mismo no lo sabía, que hoy es la fiesta de san Galeón y no se trabaja. Por ello he tornado a casa, pero, no obstante, ya he provisto y hallado modo de tener pan para más de un mes, porque a éste que ves conmigo le he vendido nuestro tonel, el cual hasta ahora solo ha servido de estorbo; y me da cinco florines de oro.
Dijo entonces Peronella:
-Véase si no tengo causas de pena. Tú, que eres hombre y  andas por el mundo, y deberías saber todas sus co­sas, has vendido un tonel en cinco liriados, y yo, mujer y sin salir apenas, viendo el estorbo, que en casa hacía, lo he vendido en siete a un buen hombre, el cual, cuando tú tornaste, se metió en él para ver si era sólido.
El marido, al oír esto, alegróse mucho y dijo al que le acompañaba:
-Buen hombre, vete con Dios; que ya has oído que mi mujer ha vendido en siete aquello por lo que tú sólo dabas cinco.
-Sea en buena hora - dijo el hombre. Y se fue.
Peronella dijo a su marido:         
-Ven, puesto que aquí estás, y trata nuestros negocios.      
Juanillo, que estaba con el oído atento, por si algo ocurría que le hiciera temer o deber prepararse, al oír las palabras de Peronella salió prestamente del tonel y, como si no hubiera sentido regresar al esposo,  preguntó:
-¿Dónde estás, buena mujer?
A lo que el marido, que ya llegaba, respondió:
-Aquí estoy. ¿Qué quieres?
Dijo Juanillo:
-¿Quién eres tú? Necesito ver a la mujer con la que ajusté este barril.
Dijo el buen hombre:
-Habla sin rebozo, que soy su marido -dijo el otro.
Entonces dijo Juanillo:         
-El tonel me parece sólido, pero debe haber conte­nido heces, porque está todo untado de una cosa tan seca, que no puedo arrancarla con las uñas, así que no me lo llevaré si antes no lo limpiáis.
-No se deshaga por eso el trato. Mi marido lo lim­piará todo - dijo entonces Peronella.
-Sí.
Y, dejando las herramientas y quedándose en mangas de camisa, mandó encender la luz y que le diesen un ras­pador, y se metió en el tonel y empezó a raspar. Y Pero­nella, como si quisiese ver lo que hacía metió la cabeza por la  boca del barril, que no era muy  grande, y puso también un brazo y toda la espalda, y empezó a decir:
-Raspa ahí, y aquí, y allá, y mira que aún queda acá un poco.
Y, mientras estaba así y al marido enseñaba y recordaba, Juanillo, que no había saciado su deseo plenamente aquella mañana cuando llegó el marido, viendo que no podía satisfacerlo como quisiera, decidió satisfacerlo como pudiese y, aferrándose a ella; que tapaba toda la boca del tonel, en la forma en que en los anchos campos los desen­frenados y de amor caldeados caballos asaltan a las ye­guas de Partia, a efecto llevó su moceril deseo, el cual llegó a su extremo casi en el mismo punto en que la lim­pieza del tonel acababa. Separáronse ambos, y Peronella sacó la cabeza del barril y el marido salió.
-Toma esta luz, buen hombre, y mira, si esto se ha limpiado a tu gusto -dijo Peronella a Juanillo.
Juanillo miró, y dijo que sí, y pagó los siete liriados e hizo que le llevasen a casa el tonel.

Giovanni Boccaccio - Decamerón


A petición de Javier