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sábado, 5 de marzo de 2016

Pierre Bonard


LA SEÑORA CARRINGTON y LA SEÑORA CRANE

Ay, querida -dijo la señora Carrington mientras quitaba de su servilletita con flecos una o dos huevas de caviar grandes como abalorios-. He llegado al punto en que ya no las aguanto ni un minuto más. Ni un solo minuto más.
-Ya lo sé -repuso la señora Crane. Suspiró y lanzó una dulce mirada a su amiga-. Si lo sabré yo. Siento exactamente lo mismo todo el tiempo.
-En serio -continuó la señora Carrington-, si esta tarde no me hubiese marchado corriendo de la partida de bridge de Ángela para venir aquí literalmente pitando, yo... pues no sé lo que habría hecho.
-No hace falta que me lo expliques -dijo la señora Crane-. Lo sé muy bien. No tienes que explicármelo.
La señora Carrington se vio en la necesidad de confesarle a su amiga:
-Cuánta vacuidad. Cuánta tontería. Cuántos cotilleos. Coti­lleos, cotilleos, eternos cotilleos. No paran de hablar de la ropa que tienen y de la ropa que se van a comprar y de lo que hacen para no engordar. ¿Sabes qué? Que estoy harta y ya está. No, gracias, queri­da, no me atrevo a servirme otro sándwich; tal como están las cosas, mañana tendré que pasarme el día entero haciendo abdominales.
-A mí hacer abdominales no me sirve de nada -comentó la señora Crane-. Lo que yo hago por las mañanas es flexionar las piernas por encima de la cabeza treinta y cinco veces, y después, si no salgo de casa, me salto el almuerzo.
-¡Uy! A mí ese plan me mataría -dijo la señora Carrington-. Me dejaría literalmente muerta. Si me salto el almuerzo, a la hora de la cena, pierdo el control por completo. Me lo como todo. Pa­tatas incluidas. Ángela está haciendo una nueva dieta; ya sabes, una de esas en las que no importa tanto cuánto comes, sino con qué comes cada cosa. Ha perdido cuatro kilos.
-¿Qué tal se la ve? -preguntó la señora Crane.
-Bien, supongo -respondió la señora Carrington-. En serio, he llegado al punto en que todas me parecen iguales. Y hablan igual. Esas mujeres tontas y huecas. No piensan más que en los trapos y las fiestas, jamás hablan de nada que merezca la pena. En invierno, la co­sa no es tan grave. En Nueva York puedes prescindir de ellas un poquito. Puedes salir sola y hacer algo que merezca la pena, visitar galerías de arte, ir a oír a la Filarmónica y, no sé, a exposiciones de pintura, a conciertos y cosas por el estilo. Pero en verano, aquí en el campo... resulta literalmente imposible prescindir de ellas. Y ya está.
-Ya lo sé -dijo la señora Crane-. No hace falta que me lo digas.
-Fiestas, fiestas y más fiestas -se vio obligada a decir la se­ñora Carrington-. Y beben, beben y beben. Ay, no, querida, no me pongas más. Después de la forma en que se comportaron en la fiesta de anoche en casa de los Weldon, siento ganas de no volver a probar una copa más en la vida.
-Vamos... es solo zumo de fruta -le dijo la señora Crane. Co­mo era una anfitriona cordial que compartía las cosas y no se limi­taba a darlas, primero llenó su propia copa y luego la de su invitada, con una dulce mezcla de ginebra, vermut y un toque de limón-. Ah, ¿así que anoche estuviste en casa de los Weldon? ¿Qué tal? ¿Fue divertido?
-¡Divertido! -exclamó la señora Carrington-. La misma his­toria de siempre. Partida de backgammon, cotilleos y más cotilleos sobre dietas y trapos. Ay, casi se me olvida contártelo, Betty llevaba ese modelo de Florelle, ya sabes, el del abrigo con faldoncillos, pero el de ella era en azul. No sé, se me había ocurrido que podría encar­garlo en negro. ¿Qué opinas? ¿No crees que en negro sería útil?
-Claro que sí, precioso -contestó la señora Crane-. ¿Estaba borracha Betty?
-Por supuesto -respondió la señora Carrington-. Iba ciega.
-Ay, qué pesada se está poniendo -dijo la señora Crane-. No entiendo cómo hace Jack para aguantarla. Bueno, la verdad, él está siempre tan bebido que supongo que no se da cuenta de nada. Es un verdadero asco, ¿no? ¡Vaya! Deja que te sirva más... venga, al fin y al cabo no es más que puro hielo.
-No, por favor, no -suplicó la señora Carrington-. Bueno, ya que te empeñas, pero un dedito nada más. ¡Ay, cuánto me has puesto! En fin. Lo cierto es que necesito esta copa porque, des­pués de esa partida de bridge y de lo de anoche, he quedado lite­ralmente por los suelos. ¿Qué hiciste tú anoche?
-Fuimos a casa de los Lockwood -respondió la señora Cra­ne-. No hace falta que te diga lo que fue. Me aburría tanto que pensé que no iba a aguantar toda la velada. Aunque, al final, que­rida, resultó la mar de entretenido. Cynthia llevaba ese modelo blanco de Cygnette con dos capitas, y Maggie Chase tenía puesto el mismo modelo en verde, y más tarde llegó Dorette vestida igual pero en amarillo brillante.
-Cielos -dijo la señora Carrington-. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Ya lo decía yo. ¿Te has fijado en cómo les funciona la cabeza? Nunca una idea original; si hasta tienen que copiarse en los trapos. No sé cómo voy a aguantar hasta el final del verano. Ya se lo dije a Freddy anoche, cuando volvíamos a casa. Cuando volvíamos a casa, le dije: «Freddy, no aguanto más, literalmente no aguanto más a esa panda de tontas, huecas y borrachas».
-Yo le he dicho lo mismo a Jim -le comentó la señora Cra­ne-, más de una vez. Infinidad de veces. ¿Qué haréis Freddy y tú esta noche?
-Iremos a casa de los Gray -replicó la señora Carrington-. Y será la misma historia de siempre. Las mismas conversaciones tontas. Nunca una idea nueva, nunca un solo pensamiento dedicado a cosas que merezcan la pena.
-Vaya, nosotros también iremos -dijo la señora Crane-. Ay, menos mal, me salvará la vida el que tú vayas. Con suerte, dispon­dremos de un momento para charlar.
-Si no charlamos -dijo la señora Carrington-, me resultará imposible aguantar toda la noche. En serio, querida, no tienes ni idea de cuánto haces por mí. No, no me sirvas más... por favor. Bueno, de acuerdo, si tú también te tomas otra. Vaya, ya está bien así, en serio. Pues eso, lo que iba a decirte es que una persona mínimamente inteligente debe tener cierta dosis de estímulo. No se puede vivir día tras día de vacuidades, tonterías y trapos. En fin, supongo que esa gente sí puede, pero la gente como nosotras... pues no, nos morimos, eso es todo. Nos morimos, literalmente.
-Ya lo sé -dijo la señora Crane-. Si lo sabré yo.
-No veo la hora de regresar a Nueva York -comentó la señora Carrington-. Este invierno quiero aprovecharlo, hacer algo que merezca la pena. Creo que me matricularé en Columbia, en algún curso de algo. Como hizo Hester Coles el año pasado. Claro que ella es tontísima, como todas las demás. Pero me pareció que yo también podía hacer uno.
-Este invierno yo también quiero hacer algo -dijo la señora Crane-. Si encuentro tiempo. Lo que de verdad me gustaría es tomar clases de claqué. Mary Morton hizo claqué el año pasado y adelgazó seis kilos.
-Ah, ¿fue así como lo consiguió? -preguntó la señora Carrington-. ¿En serio? ¿No tuvo que hacer dieta también?
-No -contestó la señora Crane-. Dejó de comer dulces y féculas y no podía tomar carne, solo pollo una o dos veces por se­mana. Adelgazó seis kilos.
-Qué maravilla -dijo la señora Carrington-. Justo los que a mí me gustaría perder.
-Y cuando los pierdes de esa manera, no vuelves a recuperar­los -aclaró la señora Crane.
-Pues fíjate en lo que te digo, en cuanto regrese, me apunto a cla­qué -dijo la señora Carrington-. ¿Y si nos apuntáramos juntas? ¿De veras te apuntarás? Ay, creo que será francamente estupendo. Ya ves lo que haces por mí... Siempre que hablo contigo me siento esti­mulada. Ahora sí que podré afrontar el resto del verano, mientras ten­ga algo que me haga ilusión, mientras sepa que vaya sacarle provecho al invierno. Cielos, hay que ver cómo vuela el tiempo aquí. Caramba, ¿en serio se ha hecho tan tarde? Tengo que irme literalmente pitando para cambiarme. Llevo horas de retraso. ¿Qué te vas a poner?
-¡Uy! Ni siquiera lo he pensado -contestó la señora Cra­ne-. Se me había ocurrido que tal vez podría ponerme el negro de gasa, pero no sé. A lo mejor el modelo rosa pálido de Valérie. Ya sabes cuál te digo. Betty lo tiene en beige.
-Ah, sí, es una monada -dijo la señora Carrington-. Supongo que Betty también irá esta noche. A estas horas ya estará borracha.
Se puso en pie y fue hacia la puerta. Por un instante dio la im­presión de que el zumo de fruta y el hielo disuelto iban a poder con ella. Se tambaleó ligeramente.
-¡Vaya! -exclamó, y volvió a recuperar el equilibrio. Le son­rió con delicadeza a su anfitrión-. No te haces idea de lo que esto ha significado para mí -dijo-. Me siento de lo más animada. Si no hubiera hablado contigo esta tarde, me resultaría imposible en­frentarme a todas las tonterías que me esperan esta noche. Literal­mente imposible.
La señora Crane se balanceó con suavidad en dirección a su amiga.
-Ya lo sé -dijo-. Es un gran consuelo saber que hay alguien, aunque sea aquí en el campo, que no se parece a las demás. No ha­ce falta que me lo digas.
Se besaron, cariñosas, y por un ratito, se separaron.
Dorothy Parker


De Javier a Pato ¿O de Pato a Javier?