LA SEÑORA CARRINGTON y LA
SEÑORA CRANE
Ay, querida -dijo la
señora Carrington mientras quitaba de su servilletita con flecos una o dos
huevas de caviar grandes como abalorios-. He llegado al punto en que ya no las
aguanto ni un minuto más. Ni un solo minuto más.
-Ya lo sé -repuso la señora Crane. Suspiró y lanzó una dulce mirada a
su amiga-. Si lo sabré yo. Siento exactamente lo mismo todo el tiempo.
-En serio -continuó la señora Carrington-, si esta tarde no me hubiese
marchado corriendo de la partida de bridge de Ángela para venir aquí
literalmente pitando, yo... pues no sé lo que habría hecho.
-No hace falta que me lo expliques -dijo la señora Crane-. Lo sé muy
bien. No tienes que explicármelo.
La señora Carrington se vio en la necesidad de confesarle a su amiga:
-Cuánta vacuidad. Cuánta tontería. Cuántos cotilleos. Cotilleos,
cotilleos, eternos cotilleos. No paran de hablar de la ropa que tienen y de la
ropa que se van a comprar y de lo que hacen para no engordar. ¿Sabes qué? Que
estoy harta y ya está. No, gracias, querida, no me atrevo a servirme otro sándwich;
tal como están las cosas, mañana tendré que pasarme el día entero haciendo
abdominales.
-A mí hacer abdominales no me sirve de nada -comentó la señora Crane-.
Lo que yo hago por las mañanas es flexionar las piernas por encima de la cabeza
treinta y cinco veces, y después, si no salgo de casa, me salto el almuerzo.
-¡Uy! A mí ese plan me mataría -dijo la señora Carrington-. Me dejaría
literalmente muerta. Si me salto el almuerzo, a la hora de la cena, pierdo el
control por completo. Me lo como todo. Patatas incluidas. Ángela está haciendo
una nueva dieta; ya sabes, una de esas en las que no importa tanto cuánto
comes, sino con qué comes cada cosa. Ha perdido cuatro kilos.
-¿Qué tal se la ve? -preguntó la señora Crane.
-Bien, supongo -respondió la
señora Carrington-. En serio, he llegado al punto en que todas me parecen
iguales. Y hablan igual. Esas mujeres tontas y huecas. No piensan más que en
los trapos y las fiestas, jamás hablan de nada que merezca la pena. En
invierno, la cosa no es tan grave. En Nueva York puedes prescindir de ellas un
poquito. Puedes salir sola y hacer algo que merezca la pena, visitar galerías
de arte, ir a oír a la Filarmónica y, no sé, a exposiciones de pintura, a
conciertos y cosas por el estilo. Pero en verano, aquí en el campo... resulta
literalmente imposible prescindir de ellas. Y ya está.
-Ya lo sé -dijo la señora Crane-. No hace falta que me lo digas.
-Fiestas, fiestas y más fiestas -se vio obligada a decir la señora
Carrington-. Y beben, beben y beben. Ay, no, querida, no me pongas más. Después
de la forma en que se comportaron en la fiesta de anoche en casa de los Weldon,
siento ganas de no volver a probar una copa más en la vida.
-Vamos... es solo zumo de fruta -le dijo la señora Crane. Como era una
anfitriona cordial que compartía las cosas y no se limitaba a darlas, primero
llenó su propia copa y luego la de su invitada, con una dulce mezcla de
ginebra, vermut y un toque de limón-. Ah, ¿así que anoche estuviste en casa de
los Weldon? ¿Qué tal? ¿Fue divertido?
-¡Divertido! -exclamó la
señora Carrington-. La misma historia de siempre. Partida de backgammon,
cotilleos y más cotilleos sobre dietas y trapos. Ay, casi se me olvida
contártelo, Betty llevaba ese modelo de Florelle, ya sabes, el del abrigo con
faldoncillos, pero el de ella era en azul. No sé, se me había ocurrido que
podría encargarlo en negro. ¿Qué opinas? ¿No crees que en negro sería útil?
-Claro que sí, precioso -contestó la señora Crane-. ¿Estaba borracha
Betty?
-Por supuesto -respondió la señora Carrington-. Iba ciega.
-Ay, qué pesada se está poniendo -dijo la señora Crane-. No entiendo
cómo hace Jack para aguantarla. Bueno, la verdad, él está siempre tan bebido
que supongo que no se da cuenta de nada. Es un verdadero asco, ¿no? ¡Vaya! Deja
que te sirva más... venga, al fin y al cabo no es más que puro hielo.
-No, por favor, no -suplicó la señora Carrington-. Bueno, ya que te
empeñas, pero un dedito nada más. ¡Ay, cuánto me has puesto! En fin. Lo cierto
es que necesito esta copa porque, después de esa partida de bridge y de lo de
anoche, he quedado literalmente por los suelos. ¿Qué hiciste tú anoche?
-Fuimos a casa de los Lockwood -respondió la señora Crane-. No hace
falta que te diga lo que fue. Me aburría tanto que pensé que no iba a aguantar
toda la velada. Aunque, al final, querida, resultó la mar de entretenido.
Cynthia llevaba ese modelo blanco de Cygnette con dos capitas, y Maggie Chase
tenía puesto el mismo modelo en verde, y más tarde llegó Dorette vestida igual
pero en amarillo brillante.
-Cielos -dijo la señora Carrington-. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Ya lo decía yo.
¿Te has fijado en cómo les funciona la cabeza? Nunca una idea original; si
hasta tienen que copiarse en los trapos. No sé cómo voy a aguantar hasta el
final del verano. Ya se lo dije a Freddy anoche, cuando volvíamos a casa.
Cuando volvíamos a casa, le dije: «Freddy, no aguanto más, literalmente no
aguanto más a esa panda de tontas, huecas y borrachas».
-Yo le he dicho lo mismo a Jim -le comentó la señora Crane-, más de
una vez. Infinidad de veces. ¿Qué haréis Freddy y tú esta noche?
-Iremos a casa de los Gray -replicó la señora Carrington-. Y será la
misma historia de siempre. Las mismas conversaciones tontas. Nunca una idea
nueva, nunca un solo pensamiento dedicado a cosas que merezcan la pena.
-Vaya, nosotros también iremos -dijo la señora Crane-. Ay, menos mal,
me salvará la vida el que tú vayas. Con suerte, dispondremos de un momento
para charlar.
-Si no charlamos -dijo la señora Carrington-, me resultará imposible
aguantar toda la noche. En serio, querida, no tienes ni idea de cuánto haces
por mí. No, no me sirvas más... por favor. Bueno, de acuerdo, si tú también te
tomas otra. Vaya, ya está bien así, en serio. Pues eso, lo que iba a decirte es
que una persona mínimamente inteligente debe tener cierta dosis de estímulo. No
se puede vivir día tras día de vacuidades, tonterías y trapos. En fin, supongo
que esa gente sí puede, pero la gente como nosotras... pues no, nos morimos,
eso es todo. Nos morimos, literalmente.
-Ya lo sé -dijo la señora Crane-. Si lo sabré yo.
-No veo la hora de regresar a Nueva York -comentó la señora
Carrington-. Este invierno quiero aprovecharlo, hacer algo que merezca la pena.
Creo que me matricularé en Columbia, en algún curso de algo. Como hizo Hester
Coles el año pasado. Claro que ella es tontísima, como todas las demás. Pero me
pareció que yo también podía hacer uno.
-Este invierno yo también quiero hacer algo -dijo la señora Crane-. Si
encuentro tiempo. Lo que de verdad me gustaría es tomar clases de claqué. Mary
Morton hizo claqué el año pasado y adelgazó seis kilos.
-Ah, ¿fue así como lo consiguió? -preguntó la señora Carrington-. ¿En
serio? ¿No tuvo que hacer dieta también?
-No -contestó la señora Crane-. Dejó de comer dulces y féculas y no
podía tomar carne, solo pollo una o dos veces por semana. Adelgazó seis kilos.
-Qué maravilla -dijo la señora Carrington-. Justo los que a mí me
gustaría perder.
-Y cuando los pierdes de esa manera, no vuelves a recuperarlos -aclaró
la señora Crane.
-Pues fíjate en lo que te digo, en cuanto regrese, me apunto a claqué
-dijo la señora Carrington-. ¿Y si nos apuntáramos juntas? ¿De veras te
apuntarás? Ay, creo que será francamente estupendo. Ya ves lo que haces por
mí... Siempre que hablo contigo me siento estimulada. Ahora sí que podré
afrontar el resto del verano, mientras tenga algo que me haga ilusión,
mientras sepa que vaya sacarle provecho al invierno. Cielos, hay que ver cómo
vuela el tiempo aquí. Caramba, ¿en serio se ha hecho tan tarde? Tengo que irme
literalmente pitando para cambiarme. Llevo horas de retraso. ¿Qué te vas a
poner?
-¡Uy! Ni siquiera lo he pensado -contestó la señora Crane-. Se me
había ocurrido que tal vez podría ponerme el negro de gasa, pero no sé. A lo
mejor el modelo rosa pálido de Valérie. Ya sabes cuál te digo. Betty lo tiene
en beige.
-Ah, sí, es una monada -dijo la señora Carrington-. Supongo que Betty
también irá esta noche. A estas horas ya estará borracha.
Se puso en pie y fue hacia la puerta. Por un instante dio la impresión
de que el zumo de fruta y el hielo disuelto iban a poder con ella. Se tambaleó
ligeramente.
-¡Vaya! -exclamó, y volvió a recuperar el equilibrio. Le sonrió con
delicadeza a su anfitrión-. No te haces idea de lo que esto ha significado para
mí -dijo-. Me siento de lo más animada. Si no hubiera hablado contigo esta
tarde, me resultaría imposible enfrentarme a todas las tonterías que me
esperan esta noche. Literalmente imposible.
La señora Crane se balanceó con suavidad en dirección a su amiga.
-Ya lo sé -dijo-. Es un gran consuelo saber que hay alguien, aunque sea
aquí en el campo, que no se parece a las demás. No hace falta que me lo digas.
Se besaron, cariñosas, y por un ratito, se separaron.
Dorothy Parker
De Javier a Pato ¿O de Pato a Javier?