Los siete pelos del diablo
-¡Teniente Mandujano!
-Presente, mi coronel.
-Vaya usted por veinticuatro
horas arrestado al cuarto de banderas.
-Con su permiso, mi coronel -contestó el oficial; saludó militarmente y
fue, sin rezongar poco ni mucho, a cumplimentar la orden.
El coronel acababa de tener
noticia de no sé qué pequeño escándalo dado por el subalterno en la calle del
Chivato. Asunto de faldas, de esas benditas faldas que fueron, son y serán,
perdición de Adanes.
Cuando al día siguiente pusieron
en libertad al oficial, que el entrar en Melilla no es maravilla, y el salir de
ella es ella, se encaminó aquél a la mayoría del cuerpo, donde a la sazón se
encontraba el primer jefe, y le dijo:
-Mi coronel, el que habla está
expedito para el servicio.
-Quedo enterado -contestó lacónicamente el superior.
-Ahora ruego a usía que se digne
decirme el motivo del arresto, para no reincidir en la falta.
-¿El motivo, eh? El motivo es que
ha echado usted a lucir varios de los siete pelos del diablo, en la calle del
Chivato..., y no le digo a usted más. Puede retirarse.
Y el teniente Mandujano se alejó
architurulato, y se echó a averiguar qué alcance tenía aquel de los siete pelos
del diablo, frase que ya había oído en boca de viejas.
Compulsando me hallaba yo unas
papeletas bibliotecarias, cuando se me presentó el teniente, y después de
referirme su percance de cuartel, me pidió la explicación de lo que, en vano,
llevaba ya una semana de averiguar.
Como no soy, y huélgome en
declararlo, un egoistón de marca, a pesar de que
en este mundo enemigo
no hay nadie de quien fiar;
cada cual cuide de sigo,
yo de migo y tú de tigo...
y procúrese salvar,
como diz que dijo un jesuita que
ha dos siglos comía pan en mi tierra, tuve que sacar de curiosidad al pobre
militroncho, que fue como sacar ánima del purgatorio, narrándole el cuento que
dio vida a la frase.
II
Cuando Luzbel, que era un ángel
muy guapote y engreído, armó en el cielo la primera trifulca revolucionaria de
que hace mención la historia, el Señor, sin andarse con proclamas ni decretos
suspendiendo garantías individuales o declarando a la corte celestial y sus
alrededores en estado de sitio, le aplicó tan soberano puntapié en salva la
parte, que, rodando de estrella en estrella y de astro en astro, vino el muy
faccioso, insurgente y montonero, a caer en este planeta que astrónomos y
geógrafos bautizaron con el nombre de Tierra.
Sabida cosa es que los ángeles
son unos seres mofletudos, de cabellera riza y rubia, de carita alegre, de aire
travieso, con piel más suave que el raso de Filipinas, y sin pizca de vello. Y
cata que al ángel caído lo que más les llamó la atención en la fisonomía de los
hombres fue el bigote; y suspiró por tenerlo, y se echó a comprar menjurjes y
cosméticos de esos que venden los charlatanes, jurando y rejurando que hacen
nacer el pelo hasta en la palma de la mano.
El diablo renegaba del afeminado
aspecto de su rostro sin bigote, y habría ofrecido el oro y el moro por unos
mostachos a lo Víctor Manuel, rey de Italia. Y aunque sabía que para satisfacer
el antojo bastaríale dirigir un memorialito bien parlado, pidiendo esa merced a
Dios, que es todo generosidad para con sus criaturas, por pícaras que ellas le
hayan salido, se obstinó en no arriar bandera, diciéndose in pecto:
-¡Pues no faltaba más sino que yo
me rebajase hasta pedirle favor a mi enemigo!
No hay odio superior al del
presidiario por el grillete.
-¡Hola! -exclamó el Señor, que, como es notorio,
tiene oído tan fino que percibe hasta el vuelo del pensamiento-. ¿Esas tenemos,
envidiosillo y soberbio? Pues tendrás lo que mereces, grandísimo bellaco.
Arrogante, moro, estáis,
y eso que en un mal caballo
como don Quijote vais;
ya os bajaremos el gallo,
si antes vos no lo bajáis.
Y amaneció, y se levantó el ángel
protervo luciendo bajo las narices dos gruesas hebras de pelo, a manera de dos
viboreznas. Eran la SOBERBIA y la ENVIDIA.
Aquí fue el crujir de dientes y
el encabritarse. Apeló a tijeras y a navaja de buen filo, y allí estaban,
resistentes a dejarse cortar, el par de pelos.
-Para esta mezquindad, mejor me
estaba con mi carita de hembra -decía el muy zamarro; y reconcomiéndose de
rabia fue a consultarse con el más sabio de los alfajemes, que era nada menos
que el que afeita e inspira en la confección de leyes a un mi amigo, diputado a
Congreso. Pero el socarrón barbero, después de alambicarlo mucho, le contestó:
-Paciencia y non gurruñate, que a lo
que vuesa merced desea no alcanza mi saber.
Al día siguiente despertó el
rebelde con un pelito o viborilla más. Era la IRA.
-A ahogar penas se ha dicho
-pensó el desventurado. y sin más encaminóse a una parranda de lujo, de esas
que hacen temblar el mundo, en las que hay abundancia de viandas y de vinos y
superabundancia de buenas mozas, de aquellas que con una mirada le dicen a un
prójimo: ¡dése usted preso!
¡Dios de Dios y la mona que se arrimó el maldito! Al
despertar miróse al espejo y se halló con dos huéspedes más en el proyecto de
bigote. La GULA y la LUJURIA.
Abotagado por los licores y
comistrajos de la víspera, y extenuado por las ofrendas en aras de la Venus
pacotillera, se pasó Luzbel ocho días
sin moverse de la cama, fumando
cigarrillos de la fábrica de Cuba
libre y contando las vigas del techo. Feliz semana para la humanidad,
porque sin diablo enredador y perverso, estuvo el mundo tranquilo como balsa de
aceite.
Cuando Luzbel volvió a darse a
luz le había brotado otra cerda: la PEREZA.
Y durante años y años anduvo el
diablo por la tierra luciendo sólo seis pelos en el bigote, hasta que un día,
por malos de sus pecados, se le ocurrió aposentarse dentro del cuerpo de un
usurero, y cuando hastiado de picardías le convino cambiar de domicilio, lo
hizo luciendo un pelo más: la AVARICIA.
De fijo que el muy bellaco
murmuró lo de:
Dios, que es la suma bondad,
hace lo que nos conviene.
-(pues bien fregado me tiene
Su Divina Majestad.)
Hágase su voluntad.
Tal es la historia tradicional de
los siete pelos que forman el bigote del diablo, historia que he leído en un
palimpsesto contemporáneo del estornudo y de las cosquillas.
Ricardo Palma - Tradiciones peruanas
Justa se la dedica a Javier