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jueves, 21 de enero de 2016

Palazzo Doria Pamphilj - Roma



La pantufla desparejada
  
De viaje por un país de Oriente, el señor Palomar ha comprado en un bazar un par de pantuflas. De regreso en su casa, trata de calzárselas: se da cuenta de que una pantufla es más ancha que la otra y se le cae del pie. Recuerda al viejo vendedor sentado sobre los talones en una covachuela del bazar de­lante de un montón desordenado de pantuflas de todas las medidas; lo ve revolver en el montón en busca de una pantufla adecuada a su pie y que le hace probar, después revolver de nuevo y entregarle la presunta compañera, que él acepta sin probársela.
«Tal vez ahora -piensa el señor Palomar- otro hombre camina por aquel país con dos pantuflas desparejadas.» Y ve una enjuta sombra que recorre el desierto cojeando, con un zapato que se le sale del pie a cada paso, o si no demasiado estrecho, aprisionándole el pie encogido. «Tal vez también él en este momento piensa en mí, espera encontrarme para hacer el cambio. La relación que nos une es más concreta y clara que gran parte de las relaciones que se establecen entre seres hu­manos. Y sin embargo no nos encontraremos jamás.» Decide seguir usando esas pantuflas desparejadas por solidaridad con su desconocido compañero de desventura, para mantener viva esa complementariedad tan rara, ese espejeo de pasos cojean­tes de un continente a otro.
Se solaza representándose esa imagen, pero sabe que no co­rresponde a la verdad. Un alud de pantuflas fabricadas en se­rie viene periódicamente a reabastecer el montón del viejo co­merciante de aquel bazar. En el fondo del montón quedarán siempre dos pantuflas desparejadas, pero mientras el viejo co­merciante no agote su reserva (y tal vez no la agotará nunca, y muerto él la tienda con toda la mercadería pasará a sus here­deros y a los herederos de los herederos), bastará con buscar en el montón y se encontrará siempre una pantufla que forme el par con otra pantufla. Sólo con un comprador distraído co­mo él puede haber un error, pero pueden pasar siglos antes de que las consecuencias de este error repercutan en otro fre­cuentador del antiguo bazar. Todo proceso de disgregación del orden del mundo es irreversible, pero los efectos quedan ocultos y retardados en el polvillo de los grandes números que contiene posibilidades prácticamente ilimitadas de nuevas si­metrías, combinaciones, apareamientos.
Pero ¿y si su error no hubiese servido sino para borrar un error precedente? ¿Si su distracción hubiera sido portadora no de desorden sino de orden? «Tal vez el comerciante sabía lo que hacía -piensa el señor Palomar-; al darme aquella pantu­fla desparejada corregía una disparidad que desde hace siglos se escondía en aquel montón de pantuflas, transmitida duran­te generaciones en aquel bazar.»
El compañero desconocido tal vez cojeaba en otra época, la simetría de sus pasos se corresponde no sólo de un continente a otro, sino a siglos de distancia. No por eso el señor Palomar se siente menos solidario con él. Continúa chancleteando fati­gosamente para dar alivio a su sombra.
Italo Calvino


Maite López la dedica a todos los que todavía son capaces de ilusionarse por alguna cosa.