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viernes, 15 de enero de 2016

Chiesa de Sant´Ignazio di Loyola


El milagro económico

Me trasladé a uno de los países de Europa del Este para establecer contactos económicos aprovechando su nue­va situación política.
Alquilé un local y puse un rótulo con la inscripción:

EXPORT - IMPORT

...Y esperé propuestas. Pero no apareció nadie.
Pensé que, a causa del déficit de productos básicos en el mercado nacional, sus habitantes estarían más inte­resados en la importación que en la exportación. Cam­bié, pues, el orden del anuncio:

IMPORT - EXPORT

...colocando «import» en primer lugar.
Apareció un jubilado que me pidió que le trajera del extranjero un retrato de Karl Marx, mercancía actualmen­te imposible de conseguir en el mercado nacional. Du­rante cuarenta y cinco años se había acostumbrado a escu­pirle a K. M. dos veces al día y la última copia que tenía ya estaba gastada. Accedí, por cortesía, a traerle unas copias de Cuba, pero aquello no era ningún negocio.
Puesto que por mi oficina seguía sin aparecer nadie, adiviné que, tal vez, fuera la grafía extranjera de la ins­cripción lo que dificultaba el contacto con la población local y cambié la x por ks, adaptándola a la lengua au­tóctona.
Entonces, llegó un joven declarando que, por un precio conveniente, podría exportarlo a algún país de Euro­pa Occidental o, mejor, a Estados Unidos. Reaccionó con sorpresa cuando le pregunté que en calidad de qué se su­ponía que tenía que exportarlo.
Después me explicó que en calidad de calidad. Al haber nacido en un país sin igual en el mundo, era puro producto nacional y, por lo tanto, automáticamente mejor que quienes habían nacido en otros lugares, así que como producto de importación debería ser acogido con entusiasmo en cualquier país del mundo. Cuando me ne­gué, me rompió los cristales de todas las ventanas.
Como seguía sin tener clientes, decidí hacer más atractivo el anuncio, al menos visualmente:

         E
         K
         S
              I   M   P   O   R   T
         O
         R
         T

...lo cual, sin embargo, tampoco dio resultado.
Sólo algún vándalo se interesó por mi empresa. Al cerrar el local tras otro día de espera infructuosa, observé que alguien había tachado tanto «import» como «eks­port» y había puesto: 

MIERDA

Desanimado, decidí cerrar el negocio y, con esta idea, regresé al hotel.
Cuando al día siguiente me dirigí por la mañana a la oficina para liquidarla, vi de lejos que delante del rótulo modificado por el vándalo anónimo el día anterior, se había formado una larga cola de clientes que esperaban con impaciencia la apertura del local.
He cambiado de parecer, me quedo. Contrato perso­nal y amplío la oficina. Queda por aclarar en qué va a con­sistir mi actividad. Pero eso no es problema, me lo dirán los expertos en márketing. Lo más importante es que ha­ya clientes.

Slawomir Mrozek


Javier dedica esta canción a Paco Pérez.