Un piadoso
anciano rezaba cinco veces al día, mientras que su socio en los negocios jamás
ponía los pies en la iglesia. Pues bien, el día que cumplió ochenta años, el
anciano oró de la siguiente
manera:
«¡Oh Dios,
nuestro Señor! Desde que era joven, no he dejado un sólo día de acudir a la
iglesia desde por la mañana y rezarte mis oraciones cinco veces diarias, como
está mandado. No he hecho un solo movimiento ni he tomado una sola decisión,
importante o intranscendente, sin haber primero invocado tu Nombre. Y ahora, en
mi ancianidad, he redoblado mis ejercicios piadosos y te rezo sin cesar, día y
noche. Sin embargo, aquí me tienes: tan pobre como un ratón de sacristía. En
cambio, fíjate en mi socio: juega y bebe como un cosaco e incluso, a pesar de
sus años, anda con mujeres de dudosa reputación... y a pesar de todo, nada en
la abundancia. Y dudo que alguna vez haya salido de sus labios una sola
oración. Pues bien, Señor: no te pido que le castigues, porque eso no sería
cristiano; pero te ruego que respondas: ¿Por qué, por qué, por qué... le has
permitido a él prosperar y me has tratado a mí de este modo?»
«¡Porque eres
un verdadero pelmazo!», le respondió Dios.
A. de Mello
Ésta se la dedica Javier (Pato) a Pepi.