Acabamos de llegar de vacaciones y todavía tenemos el cuerpo golfo, así que hoy en vez de trabajar os proponemos un juego: Los marcapáginas que exponemos son parte de las letras capitulares del Códice Emilianense 46. Este códice,
que está considerado como el primer diccionario enciclopédico de la Península
Ibérica, fue terminado, según consta en su colofón, el 13 de junio de 964 y,
aunque no menciona su scriptorium de origen, por muchas de sus características
la mayoría de los expertos están de acuerdo en considerarlo como una obra
escrita por un único copista en el Monasterio de San Millán de la Cogolla.
Hemos colocado las letras formando el título de una importante publicación digital. Igual que en el "Juego del ahorcado" debéis acertar de qué publicación se trata. Marcapaginasporuntubo premiará a todos los que lo acierten con una suscripción por tiempo indeterminado a dicha publicación. ...¡Ah! Y dime una cosa: "Si no disfrutas ahora de la vida, ¿a qué esperas?"
M O
Como si el loco fuera yo
Hoy en la mañana, una voz amable y correcta se me acercó bajo la lluvia.
—Hola, buenos días. Caballero, por favor, me presta su paraguas un momento, ya se lo devuelvo.
El hombre que hablaba venía con un periódico sobre la cabeza. Tendría unos cincuenta años, usaba bigotes gruesos y lentes, y también portaba una buena porción de canas. Tenía aspecto de persona seria. Pero por lo que acababa de decir, parecía no serlo. También cabía la posibilidad de que fuese un loco, de los tantos que sobran en la ciudad. Me quedé con esta última idea, y le respondí:
—Espérame ahí mismo que ya vengo.
Orgulloso de mi sagaz respuesta seguí mi camino. Por lo general, ante este tipo de situaciones, no encuentro qué decir o digo cualquier cosa y hago el ridículo. Pero esta vez yo iba con la frente en alto, y sentí que caminaba como caminaría Batman luego de propinarle una buena paliza a cinco villanos.
Media hora más tarde había terminado mi diligencia. Aún llovía afuera. Con el paraguas desplegado, regresé a la calle donde había estacionado. Era la misma calle donde el loco me había abordado. Y donde aún seguía, bajo la lluvia, muy mojado y con el periódico hecho papilla sobre su cabeza. Se hallaba en el sitio exacto donde le había dicho que esperara. Entre molesto, apenado y asustado, apresuré la caminata y me mantuve a distancia. Aun así el hombre me reconoció.
—¡Ya está de vuelta! ¡Muchas gracias! —me dijo con el gesto iluminado de beatífico agradecimiento—. ¿Ahora sí me presta el paraguas? De verdad, ya se lo devuelvo.
No le respondí, eché a correr hasta el carro, recogí el paraguas y me monté. Retrocedí, maniobré y pasé junto al hombre. Él me miraba asombrado, confundido, como si no pudiera creer lo que estaba pasando, como si el loco fuera yo.
Fedosy Santaella