En 1920, por primera vez en la historia, un caricaturista conseguía una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Francisco López Rubio (Motril 1895 - Madrid 1965) empezaba a marcar la historia del dibujo español del siglo XX.
López Rubio ha
desaparecido de nuestra memoria pese a ser, durante los años veinte y treinta
del siglo pasado, uno de nuestros
dibujantes más populares. Fue popular él, como lo fueron sus creaciones –el
conejo Roenueces, don Oppas, el Mago
Pirulo, el profesor Bismuto y los pequeños Lita y Lito–.
Inspirado en la
fórmula del «Menos es más», este granadino creó una serie de personajes entrañables
que jugaban y se divertían en «Gente Menuda». Su tendencia a eliminar lo
superfluo de los dibujos le llevaba a conseguir la mayor de las transparencias,
un criterio
conocido como «línea clara», del que llegó a ser uno de los principales
exponentes.
La mujer de Otelo
-¡Son tan curiosos que me dejan perpleja! -dijo ella,
distraída, con expresión soñadora.
Como yo no entendiese el significado de aquellas palabras,
traté de contestar. Y desde luego, lo hice en forma vaga:
-Cierto. Se puede asegurar, sí, sin
temor a equivocarse.
-¡A veces me hacen reír!
-Lo cual no deja de ser agradable -insistí en mi vaguedad.
Pero la encantadora mujercita
precisó:
-Usted sabe qué es un verdadero
Otelo, ¿verdad?
-¡Ah, sí, ya caigo! Usted se refiere
a su marido. Realmente, su marido...
Ella me miró asombrada.
-Le advierto que no fue mi marido
quien quedó con la cabeza rota; al contrario, fue él quien se la rompió al
otro.
-¡No diga!
-Sí, le rompió la crisma a un jovencito que...
La miré desconcertado:
-Si tuviera usted la bondad, preciosa, de explicarme las
circunstancias en que el incidente se produjo...
-Pero... ¿es que usted no está enterado? Ahora me explico
que se atreva a acercarse a mí. Sus ojos tuvieron una lánguida caída.
Escuche... Hace tres semanas, volvíamos de visitar a una familia amiga.
Atravesábamos el parque. El jovencito estaba sentado en un banco. Pálido, de
cabellos negros... A veces, los hombres así, pálidos y de cabellos negros, son
audaces hasta la temeridad. Esa noche yo llevaba un coquetón sombrerito que me
sentaba admirablemente. La caminata había puesto un poco más de color en mis
mejillas. Por ello me explico que a aquel jovencito yo le pareciera una diosa
griega. Pero, ¿no cree usted que los hombres deberían ser un poco menos
impulsivos? Bien está sentir pasiones súbitas, pero conviene no perder el
sentido de la realidad. Bueno, el joven me miró fijo... Y, de pronto, se
levantó del banco y vino hacia nosotros... ¿Se imagina usted lo que eso
significa? ¡Abordar a una mujer cuando va acompañada del marido! ¡Una locura,
realmente! Ya le he dicho que mi marido es un verdadero Otelo. Se lo prevengo,
por si acaso... El joven se acerca, coge a su marido por una manga, y con voz
resuelta, autoritaria, le dice:
-¿Me da fuego?
-Al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, me miró de reojo.
¡Qué miradas incendiarias las suyas!
Pero Alejandro lo agarró en seguida por un brazo; rápido, se inclinó
para recoger un ladrillo, y... ¡pum!, en la cabeza. El joven, enviándome una
postrer mirada, cayó al suelo. ¡Qué horror! ¡Otelo no se hubiera comportado de
otra suerte!
-¡Oh! -dije-. Tiene usted razón. Otelo no hubiera procedido en otra
forma.
-Por eso le digo a usted que los hombres son unos bicharracos muy
curiosos, tan curiosos que me dejan perpleja. Por eso también me sorprende que
usted se atreva a querer hablar a solas conmigo, siendo mi marido como es.
Pero, si de veras usted ignoraba cómo es mi marido...
Me despedí de ella precipitadamente. Salí de la casa, y en
la esquina me encontré con el marido.
-¡Hola!... ¡Qué encuentro inesperado! ¿Por qué no se deja
ver por casa con más frecuencia, amigo?
-Tenga la seguridad de que jamás pondré los pies en su casa
-contesté-. Se asegura por ahí que usted se dedica ahora a partir cráneos a
ladrillazos.
El Otelo se echó a reír.
-¿Le contó la aventura mi mujercita? Menos mal que había en el suelo
un ladrillo. ¡Imagínese! Yo llevaba en la cartera mil quinientos rublos, y mi
mujer llevaba sus pendientes de brillantes.
-¿Y qué tienen que ver los rublos y los brillantes?
-¿Cómo qué tienen que ver? El parque estaba solitario, era de
noche... ¿Y si algún hombre se le ocurre arrancarle los pendientes a mi mujer?
-¿Cree usted que era un salteador?
-¿Y quién iba a ser? ¿El embajador de Inglaterra?.. ¡Ja, ja! Un
hombre se le acerca a usted en un lugar desierto, y le pide fuego sujetándole
por la manga del abrigo... ¡Me parece que las intenciones de ese hombre son
claras!
Calló, como esperando un comentario.
-¿Y así que... entonces, usted se defendió dándole con un
ladrillo en la cabeza?
-En la cabeza, sí. ¡No dijo ni pío!
Estupefacto, me despedí de él y continué mi camino.
-¡Eh! ¿A dónde vas tan de prisa?
-Me volví y vi a un amigo íntimo a quien no veía desde hacia
tres semanas. Le tendí la mano, y me faltó poco para lanzar un grito.
-¿Qué te ha pasado?
-¿No lo sabes? Estuve tres semanas entre la vida y la
muerte. Todavía tengo la cicatriz, y creo que me va a quedar por el resto de
mis días.
Con súbito interés, le
interpelé:
-¿Una cicatriz? ¿Hace tres semanas? ¿En el parque?
-Si. Por lo visto, has leído la noticia en los periódicos. Es la cosa más absurda que me ha sucedido en la vida. Yo estaba tan
tranquilo, en el parque. La noche era tibia, serena. Me tenía preocupado un
problema de matemáticas. Quería ver si en la soledad de la noche, una
inspiración feliz me daba su solución. Quise fumar un cigarrillo. No tenía
fósforos. En eso pasa un hombre en compañía de una mujer. A la mujer ni la
miré, porque tuve la impresión que era bastante fea. Él fumaba un cigarrillo.
Me acerqué, le toqué un brazo con toda cortesía, y le dije:
-¿Me permite fuego, por favor?
-No me vas a creer. El energúmeno se agachó, recogió algo y
¡tac! me desplomó de un golpe en la cabeza. ¡Y pensar que aquella mujer
indefensa iba con él sin sospechar qué clase de hombre era!
Miré a mi amigo en los ojos y le
pregunté rudamente:
-¿Crees que se trataba de un loco?
-¡No me cabe la menor duda! ¿O supones
que puede estar cuerdo un hombre que procede así?
Durante
media hora revisé los periódicos de las últimas semanas. Por fin encontré lo
que buscaba.
Eran unos párrafos de la crónica
policial:
"Bajo los efectos del alcohol, un
joven noble sufre un accidente."
"En la madrugada de ayer, los
guardias del parque encontraron tendido en el suelo a un joven que,
identificado más tarde, resultó ser el noble X. Y. En estado de embriaguez, el
joven había resbalado con tan mala fortuna que su cabeza golpeó contra un
ladrillo. La herida es de consideración, pero los médicos aseguran que el
joven noble se salvará."
Corrí al teléfono. Hablé con la esposa de Otelo, pidiéndole
una entrevista a solas, para esa misma tarde.
-¡Oh! Pero... ¿no le he dicho que mi marido es un Otelo?
-Sí, sí. Creo lo mismo. Pero esto
demuestra, precisamente, hasta dónde llega mi amor.
Tuvimos la entrevista. Por la tarde,
cuando el marido llegó, yo estaba en la casa.
-Ya ve -le dije-. He aceptado su
invitación. Aquí me tiene... de visita.
-¡Encantado, hombre, encantado!
Supongo que se quedará a cenar.
-Ya que insiste tanto...
La mujer de Otelo estaba pálida de
miedo. Pero yo me senté a la mesa con la desenvoltura de los héroes.
Averchenko