Me pesa hacerle abrir la puerta cuando acababa de cerrar, pero es que su mercería es la única que me coge de paso al salir de la obra. Ya
hace unos cuantos días que miro el escaparate... Dará risa el que un hombre de
mi edad, sucio de cemento y cansado de trajinar por los andamios... Permítame
que me seque el sudor del cuello; el polvo del cemento se me mete en las
grietas de la piel y con el sudor me escuecen. Bueno, yo quería... En su
escaparate hay de todo menos de lo que yo quisiera..., pero quizá no lo tiene
usted puesto porque no está bonito ponerlo. Tiene usted collares, alfileres,
hilos de todas clases. Se nota que esto de los hilos es una cosa que a las
mujeres las vuelve locas... Cuando era pequeño andaba en el canasto de la
costura de mi madre y ensartaba los ovillos en una aguja de hacer punto y me
entretenía dándoles vueltas. Da risa el que un grandullón como yo era se
divirtiese de esa manera, pero, ya se sabe, cosas de la vida. Hoy es el día de
mi mujer y seguro que se cree que no voy a regalarle nada, que no me acuerdo.
Lo que yo quisiera, en las mercerías a veces lo tienen dentro de unas cajas
grandes de cartón... ¿Qué le parece a usted si le regalase un collarcito? Pero
no; no le gustan. Cuando nos casamos le compré uno con las cuentas de cristal
color vino de Málaga; le pregunté si le gustaba y me dijo; sí, me gusta mucho.
Pero no se lo puso ni una sola vez. Y cuando le preguntaba, de vez en cuando
para no cansarla: ¿no te pones el collar?, decía que era de mucho vestir para
ella, y que si se lo ponía le parecía que parecía una vitrina. Y no hubo
manera, no señor, de sacarla de ahí. Rafaelita, nuestro primer nieto, que
nació con un montón de pelos y seis dedos en cada pie, utilizó el collar para
jugar a las canicas. Bueno, veo que la estoy entreteniendo, pero es que hay
cosas difíciles para un hombre. A mí, mándeme usted a comprar lo que sea de
cosas de comer, no soy de esos a los que avergüenza ir con el cesto; al
contrario, me gusta escoger la carne; el carnicero y yo somos amigos desde el
nacimiento; y también escoger el pescado. La pescadera, bueno, sus padres, ya
le vendían pescado a los míos. Pero cuando se trata de comprar cosas que no
sean de comer... ya me tiene usted más perdido que un mochuelo en pleno día. Aconséjeme
usted. ¿Qué cree usted que puedo regalarle?.. ¿Dos docenas de ovillas de
hilo?.. De diferentes colores, pero sobre todo blanco y negro, que son los
colores que siempre hacen falta. A lo mejor le acertaba el gusto, pero ¡vaya
usted a saber! A lo mejor me los tiraba a la cabeza. Según como esté; a veces,
si está de mal humor, me trata como si fuese un chiquillo... Después de treinta
años de matrimonio, un hombre y una mujer... La culpa de todo la tiene el
exceso de confianza. Yo siempre lo digo. Pero, claro, tanto sueño dormido
junto, tantas muertes, tantos nacimientos y tanto pan nuestro de cada día...
¿Y unas cuantas piezas de cintas? No, claro que no... ¿Un cuello de
ganchillo?..A ver, un cuello de ganchillo. Me parece que nos vamos
acercando..., un cuello de ganchillo. Ella tuvo uno de rosas, con capullos y
hojas. Sólo te faltan las espinas, le decía yo para reírme siempre que se lo
cosía a un vestido. Pero ahora ya apenas se arregla, sólo vive para la casa. Es
una mujer de su casa. Si viese usted cómo lo tiene todo de brillante... Las
copas del aparador, ¡madre mía!, creo que las limpia tres veces al día, y con
un paño de hilo. Las coge de una manera que parece que no las toca, las pone
todas encima de la mesa, y dale que te pego, venga darle vueltas al paño por
dentro. Y luego vuelve a ponerlas en su sitio, unas junto a otras, como si
fuesen soldados con un gorro muy grande. ¡Y el culo de las cacerolas!... No
parece sino que la comida en lugar de cocerla dentro tuviera que cocerla
fuera... En casa todo huele a limpio. ¿Qué se cree usted que hago yo en cuanto
llego? ¿Coger el periódico o escuchar el parte?.. Sí, sí; ya me encontraré
preparado un baño de agua soleada en la galería; me obliga a enjabonarme de la
cabeza a los pies y ella misma me enjuaga con una regadera. Ha hecho una
cortina a la medida, de rayas verdes y blancas, para que los vecinos no me
vean. Y en invierno tengo que lavarme en la cocina. Y el trabajo que le queda
luego, recogiendo el agua que se derrama por el suelo. Y si llevo el pelo un poco
largo, me riñe. Y todas las semanas ella misma me corta las uñas... Bueno, sí,
esto que hablábamos del cuello de ganchillo, pues no sé... ¿Y unas madejas de
lana para un jersey?.. Claro que no sé las que necesitaría...Y también comprar
lana con este calor y regalarle una cosa que le dará más trabajo... Permítame
que lea lo que dice que hay dentro de las cajas. Botones dorados, botones de
plata, botones de hueso, botones mate. Encajes de bolillo. Camisetas para
niño. Calcetines de fantasía. Patrones. Peines. Mantillas. Ya, ya veo que
tendré que decidirme porque si no me decido usted terminará por echarme a
empujones. Bueno, ahora que ya hemos hablado un rato y que he cogido un poco
más de confianza, ¿sabe usted lo que de verdad de verdad me gustaría? Unos
calzones de señora... larguitas. Con una puntilla rizada abajo que haga como
Un volante y una cinta antes del volante pasada por los agujeros con las puntas
atadas en un lazo. ¿Tiene usted?..Y tanto que me ha costado decírselo. Se
volverá loca de alegría. Se los pondré encima de la cama sin que se dé cuenta y
se pegará la gran sorpresa. Le diré: ve a cambiar las sábanas, y se extrañará
mucho; irá a cambiarlas y se encontrará con los calzones. ¡Ay!, se le ha
atascado la tapa. Estas cajas tan grandes son dificultosas para abrir y cerrar.
Ya está. Tanto sufrir por nada. Los que me gustan son estos que tienen la
puntilla más rizada porque parecen como de espuma... La cinta, ¿azul? No, no.
El rosa es más alegre. ¿No se le romperán enseguida, verdad?.. Como es tan
hacendosa y no se está un momento quieta..., por lo menos que estén
reforzados. A mí me parece que son fuertes, y si además usted lo dice...Y el
tejido, ¿es de algodón? Parecen bien hechos. Ya se fijará ella, ya. Y no se lo
callará, no. Me gustan, dirá. Y basta. Porque es de pocas palabras, pero dice
todas las necesarias. ¿De qué medida?.. Madre mía, ahora sí que estoy perdido.
A ver, extiéndalos... Ella, ¿sabe usted?, está redonda como una calabacita. Por
el pernil necesita por lo menos lo que tienen de cintura. ¿Y dice usted que
ésta es la medida mayor que tiene? Si parecen de muñeca. Cuando tenía veinte
años le hubieran sentado como un guante..., pero nos hemos hecho viejos. Claro,
¿qué le va usted a hacer? Tampoco yo puedo hacer nada. Lo que pasa es que no
veo ninguna otra cosa que pueda gustarle. Ella siempre ha querido cosas que
sirvan Y ahora, ¿qué hago?, dígame. No voy a presentarme con las manos vacías.
Como no sea que compre algo en la pastelería de la esquina... Pero, claro, no
es eso. Un hombre que trabaja tiene tan poco tiempo para las cosas de
cumplido...
(Mercè Rodoreda - Amor)