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lunes, 13 de mayo de 2013

E.E.U.U.



 Yo vivía entonces en una casita de ladrillo en Manhattan y, como era por el momento solvente, tenía a mi servicio a un negro. Al otro lado de la calle y en la esquina había un bar restaurante. Un anochecer de invierno que las aceras estaban heladas me asomé a la ventana y me puse a mirar la calle y vi que salía del bar una mujer borracha, resbalaba en el hielo y caía. Intentó levantarse pero resbalaba y se caía otra vez, hasta que se quedó allí tirada chillando quejumbrosamente. En ese momento dobló la esquina el negro que trabajaba para mí, vio a la mujer e inmediatamente cruzó la calle, manteniéndose lo más lejos posible de ella.
Cuando entró en casa le dije:
—Vi cómo escurrías el bulto. ¿Por qué no le echaste una mano a esa mujer?
—Bueno, señor, está borracha y yo soy negro. Si la tocase podría muy bien ponerse a chillar diciendo que la estaba violando y vendría la gente y ¿quién me creería a mí?
—Tuviste que pensar deprisa para escurrir el bulto tan rápido.
—¡Oh no, señor!—dijo él—. Hace mucho ya que llevo practicando lo de ser negro.
               (John Steinbeck  -  Viajes con Charley)