Había en Roma un caballero que tenía dos hijas y un hijo, y aquel caballero hacía muchas veces justas y torneos, tanto que gastaba todo lo que tenía en tales cosas. En aquellos tiempos había un emperador llamado Octaviano, que tenía más plata y oro que todos los reyes; tanto que tenía una torre llena de oro y un caballero que la guardaba. Y el caballero que amaba tanto los torneos llegó a tal pobreza, que decidió vender su hacienda; y llamó a su hijo y le dijo: -Hijo, aconséjame cómo hagamos; obligado por la necesidad tengo que vender la heredad o encontrar otros recursos con los que podamos vivir; pues si vendemos la tierra, tú y tus hermanos moriréis de hambre.
Respondió el hijo: -Padre, si pudiéramos discurrir otra cosa para no vender la tierra, yo os querría ayudar.
Dijo el padre: -Yo he pensado una buena cosa: el emperador tiene una torre llena de oro; vayamos de noche muy secretamente con instrumentos para minar la torre y sacaremos todo el oro que necesitemos.
Respondió el hijo: -Padre, sí; me parece una buena idea, pues mejor es coger el oro del emperador y conseguir así el que nos falta, teniendo él tanta abundancia, que vender nuestra tierra.
Y se levantaron, pues, de noche los dos con sus utensilios y fueron a la torre, y la minaron y cogieron cuanto oro pudieron llevar entre los dos. Y el caballero hizo sus justas y sus torneos acostumbrados y lo gastó todo. Y entre tanto, entró el guardián en la torre y vio el robo, y se espantó y fue al emperador y se lo contó, y le dijo el emperador: -¿Por qué me dices estas cosas? ¿No te encargué yo mi tesoro? Dame cuenta de él y no te preocupes de otra cosa.
Él, después de oír esto, entró en la torre y puso delante del agujero por donde habían entrado a robar una tina llena de pez, mezclada con betún. Y la puso de modo tan acertado, que nadie podía entrar allí sin caer en ella. Poco tiempo después, el caballero gastó todo el oro que había sacado, y fueron otra vez él y su hijo a la torre a robar del tesoro. Y en seguida, al entrar primero el padre, cayó en la tina llena de pez y de betún hasta el cuello. Y, como se vio engañado, le dijo al hijo: -No te acerques, pues si lo hicieras, no podrías escapar.
Respondió el hijo: -Dios no lo quiera, ¿cómo no te voy a ayudar? Pues si te encontraran aquí, todos moriríamos. Y si no te puedo sacar solo, buscaré cómo preguntando a los otros.
Y dijo el padre: -No hay mejor consejo salvo que me cortes la cabeza, pues hallando el cuerpo sin cabeza nadie me podría reconocer; y así tú y mis hijas os libraréis.
Respondió el hijo: -Padre, habéis dicho bien; pues si os conocieren, nadie de nosotros escaparía.
Y en ese momento sacó su espada y le cortó la cabeza a su padre y la echó a un pozo, y se lo dijo a sus hermanas, las cuales lloraron muchos días a escondidas la muerte de su padre.
Y después de esto, entró el guardián de la torre y halló el cuerpo sin cabeza y se maravilló, y lo denunció al emperador; y le dijo él: -Atad ese cuerpo a la cola de un caballo y arrastradlo por todas las calles y plazas, y prestad atención donde oigáis grandes lloros; allá entraréis y prenderéis a cuantos en la casa estén y los llevaréis a la horca.
Y así lo hicieron los servidores; y cuando llevaban el cuerpo por delante de la casa, viendo las hijas arrastrar el cuerpo de su padre, lloraron mucho, y el hermano, que oyó sus gritos, se hirió él mismo en el muslo y se hizo mucha sangre. Y cuando los alguaciles oyeron el llanto, entraron en la casa y preguntaron la razón por la que lloraban; y dijo el hijo: -No sé cómo me he caído y me he descalabrado; y como me han visto mis hermanas que me salía tanta sangre, dieron gritos como veis.
Y ellos se creyeron lo que les dijo; y estuvo mucho tiempo en la horca y su hijo no quiso hacer nada para que quitasen el cuerpo de la horca ni para sepultar la cabeza del padre.
Anónimo