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miércoles, 25 de julio de 2018

Biblioteca Nacional





Onís es asesino  

Nuestro idioma parece ser particularmente propicio para los juegos de palabras. Todos nos hemos divertido con los de Villamediana (diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer); con los más recatados, si bien más insulsos (di, Ana, ¿eres Diana?), de Gracián, quien, hay que reconocerlo, escribió un tratado bastante divertido, la Agudeza y arte de ingenio, para justificar esa su irresistible manía; con los de Calderón de la Barca (apenas llega cuando llega a penas); etcétera. Es curioso que sea difícil recordar alguno de Cervantes. Muchos años después Arniches (imagínate, mencionarlo al lado de estos) llega a la cumbre. Como es natural, nosotros heredamos de los españoles este vicio que, entre los escritores y poetas o meros intelectuales, se convierte en una verdadera plaga. Hay los que suponen que entre más juegos de palabras intercalen en una conversación (principalmente si ésta es seria) los tendrán por más ingeniosos, y no desperdician oportunidad de mostrar sus dotes en este terreno. Es dificilísimo sacar a un maniático de estos de su error. Personaje digno de La Bruyere, no hay quien no lo conozca. A dondequiera que vaya es recibido con autentico horror por el miedo que se tiene a sus agudezas, que sólo él celebra o que los demás le festejan de vez en cuando para ver si se calma. ¿Lo visualizas y  te ríes? Pues tú también tendrías que releer un poco tu Horacio.  
Son más raros los que llevan sus hallazgos a lo que escriben, aunque, por supuesto, mucho más soportables. Shakespeare aterra con sus juegos de palabras a los traductores (su merecido, por traidores), quienes no tienen más remedio que recurrir a las notas a pie de página para explicar que tal cosa significa también otra y que ahí estaba el chiste. Proust, tú sabes, los dosifica majestuosamente. En las traducciones de Proust las notas casi desaparecen: cuando habla de las preciosas radicales no se necesita ser muy listo para darse cuenta de que está aludiendo a las preciosas ridículas de Moliere. Joyce lleva las cosas a extremos demoníacos, por lo cual no se traduce Finnegan´s Wake. Entre nosotros, recuerdo, han sido buenos para esto Rubén Darío:   

Kants y Nietzsches y Schopenhauers, 
ebrios de cerveza y azur 
iban, gracias al calembour
a tomarse su chop en Auer's 

y más cerca aún, Xavier Villaurrutia:  

Y mi voz que madura 
y mi bosque madura 
y mi voz quemadura 
y mi voz quema dura. 
  
Pero lo anterior no tiene casi nada que ver con que Onís sea asesino, o con que amen a Panamá, o con que seamos seres sosos, Ada.  
Ahora te lo explico. La otra noche me encontré al señor Onís, hijo del señor Onís, en una reunión de intelectuales. En cuanto me lo presentaron dije viéndolo fijamente a los ojos: ¡Onís es asesino! Cuando noté que, aterrado, estaba a punto de decirme que sí, de confesarme algo horrible,  me apresuré a explicarle que se trataba de un simple palíndroma. Qué gusto sentí al notar que el  alma le volvía al cuerpo. Recuerda que palíndromas son esas palabras o frases que pueden leerse  
igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, según declara valientemente la Academia  de la Lengua, aunque llamándolas palíndromos, como si no fuera mejor del otro modo. Los vimos en la escuela: ANILINA. DABALE ARROZ A LA ZORRA EL ABAD. ANITA LAVA LA TINA, etcétera.  
Y es aquí donde los asesinos de salón que hacen juegos de palabras para acabar con las conversaciones se encontrarían con una verdadera dificultad. Pruébenlo. Hace ya varios años nos entregábamos a este inocente juego (lo más que requiere es un poco de silencio y mirar de cuando en cuando al techo con un papel y un lápiz en la mano) un grupo de ociosos del tipo de Juan José Arreola, Carlos Illescas, Ernesto Mejía Sánchez, Enrique Alatorre, Ruben Bonifaz Nuño, algún otro y yo. Durante tardes enteras o noches a la mitad tomábamos nuestros papelitos, trabajábamos silenciosos y allá cada vez nos comunicábamos con júbilo nuestros hallazgos.  
Estas cuatro o cinco cuartillas quieren ser un homenaje y un reconocimiento al talento (entre otros) para el palíndroma de Carlos Illescas, positivo monstruo de este deporte, quien de pronto levantaba la mano, pedía silencio y decía, como hablando de otra cosa: Aman a Panamá, o Amo la paloma, o sea AMAN A PANAMA o AMO LA PALOMA por cualquier lado que los mires o quieras amarlos; mientras nosotros, yo por lo menos, nos debatíamos repitiendo ROMA AMOR ROMA AMOR, para que él nos saliera al rato con algo tan humillante como esto: ADELA, DIONISO: NO TAL PLATÓN, O SI NO, ID A LEDA, lo que acababa de sumirnos en la desesperación y la impotencia.  
Posteriormente leímos los famosos que el gran mago Julio Cortázar trae en «Lejana», de Bestiario:  

Salta Lenin el atlas  
Amigo, no gima  
Átale, demoníaco Caín, o me delata  
Anás usó tu auto, Susana.  

Y recordábamos uno muy pobre o muy tímido de Joyce o que Joyce usó:  

Madam, I'm Adam  

y alguno que otro del idioma inglés (no muy bueno para esto, según entiendo):  

A man, a plan, a canal: Panamá.  
  
Más tarde Bonifaz Nuño aportó la declaración antisinestésica:  

Odio la luz azul al oído  

Y Enrique Alatorre el existencialista:  

¡Río, sé saeta! Sal, Sartre, el leer tras las ateas es oír;  

y Arreola  
Etna da luz azul a Dante;  

en tanto que Illescas, como diligente araña, sacaba sus hilitos de tejer y destejer:  

Somos laicos, Adán; nada social somos;  

o el admonitorio  

Damas, oíd: a Dios amad;   
  
o el acusatorio  

Onís es asesino;  

o el preventivo y definitivo y ahora en plan de suave melodía de égloga virgiliana:  

Si no da amor alas, sal a Roma, Adonis.  

Después venían otros suyos sumamente extraños, ya dentro de la embriaguez en, que se pierden los sentidos (que es la buena) y África y Grecia se abrazan en misterioso contubernio, como  

Acata, sale, salta, acude, saeta afromorfa;  
ateas educa, Atlas, el as ataca.  

o lo que él llamaba palíndroma de palíndromas:  

Somos seres sosos, Ada; sosos seres somos;  

en el que cada palabra es también palíndroma; o el palíndroma ad infinitum:  

O sale el as o... el as sale... o sale el as... o;  

o, por fin, el palíndroma político, en el que alguien pregunta: «¿Qué es la OIT (Organización Internacional del Trabajo)?», y se le responde:  

Tío Sam más OIT  

para rematar con algo que ya no le creíamos porque somos naturalmente desmemoriados y eso  de Evemón se nos hacía sospechoso:  

¿No me ve, o es ido Odiseo, Evemón?   

y nos tenía que explicar que Evemón no era otro que Tésalo (ah, así sí), padre de Eurípilo (claro), como fácilmente se podía ver en Ilíada II, 736; V; 79; VII, 167; VIII, 265; y XI, 575.  

Ahora yo tengo que confesar que jamás pude ni he podido posteriormente hacer o encontrar un solo palíndroma que vaya más allá de los ya dados por la madre naturaleza: oro, ara, ama, eme, etcétera, excepto uno que me costó horas de esfuerzo pero tan escatológico, para vergüenza mía, que me apresuro a ponerlo aquí: ¡Acá, caca! Sospecho que Mejía Sánchez tampoco, pues finalmente, cuando empezamos, por incapacidad manifiesta, a buscar un nuevo género, o sea los falsos palíndromas (ejemplo: Don Odón, que suena pero no es), salió con uno falsísimo pero que a todos en un momento dado nos pareció auténtico, pues en esos días se hablaba del Premio Nobel para Alfonso Reyes:  

Alfonso no ve el Nobel famoso,  

que no se lee de atrás para adelante ni de broma; en tanto que Illescas, algo cansado de su facilidad, aceptaba con entusiasmo mi modesta proposición de estructurar una larga frase en español que, leída de derecha a izquierda, dijera lo mismo, pero en inglés, o en el idioma que en ese momento le pareciera mejor, o más difícil.  

Augusto Monterroso