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lunes, 13 de junio de 2016

Museu Africà


Un bastardo                                        

Había en el país de Boso un Boso que tenía tres hi­jos. El Boso era un tungutu (un mago). Los hijos fue­ron haciéndose grandes. Un día su padre les dijo: «Cuan­do yo me muera, no dividáis mi patrimonio; mantenedlo unido. Pues entre los que han de repartir hay un bastardo, y aunque no os digo quién es, basta el hecho para que toméis esa precaución. Repito que aunque sólo sea por esa razón no debéis dividir mi patrimonio cuando yo muera, sino conservarlo en común.»
El viejo Boso era un hombre de gran prestigio. Al ponerse enfermo, las gentes del pueblo decían: «Cuan­do el viejo se muera, ya no tendremos un tungutu tan notable; los hijos no llegan a su padre.»
Murió el padre. Tan pronto como sucedió esto, los hijos empezaron a mirarse con cautela unos a otros y decían: «¿No será éste el bastardo? Seguramente es un bastardo.» (En Boso, bastardo es chomodiong.) Cada uno de los hijos quería poder mirar por encima del hombro a los demás. Durante algún tiempo los hijos vivieron en paz, pero mirándose torvamente unos a otros.
Un día estalló la pelea. Cada uno le echaba en cara al otro: «Tú tienes la culpa de que los demás no po­damos coger la parte que nos corresponde en la he­rencia de nuestro padre. Pues tú eres un chomodiong.» Y el otro respondía: «Mientes, el chomodiong eres tú. Todos los bastardos mienten y atacan la fama de los hombres honrados. Y porque nuestro padre temía tus engaños es por lo que no podemos repartir nues­tro patrimonio, y por eso los demás nos vemos obli­gados a vivir con un bastardo.» Cada uno de los tres hermanos les decía a los otros cosas injuriosas. Las disputas se enconaban de día en día. Las gentes del pueblo comentaban: «El viejo Boso era un tungutu excelente, pero sus hijos no sirven para nada. Se pasan el día disputando.»
Finalmente, un día dijo el mayor: «Vamos a acabar estas disputas. Vamos en busca del juez, de un Alkali. Que el Alkali decida.» El segundo dijo: «Estoy de acuerdo.» El tercero dijo: «También yo creo que es lo mejor.» Se prepararon los tres hermanos para el ca­mino y emprendieron el viaje.
Pero los tres hermanos estaban tan encolerizados, que ninguno podía ir con los demás. Así que iban por el mismo camino, pero alejados unos de otros un buen trecho. El mayor iba delante, después venía el segun­do y luego el tercero.
Cuando el mayor llevaba andado un buen pedazo, encontró a un viejo. El viejo le preguntó: «He perdi­do mi camello. ¿Has visto pasar algún camello?» El mayor dijo: «Sin duda que ha pasado un camello.» El viejo preguntó: «¿Tenía alguna seña particular?» El mayor dijo: «Sí; era tuerto del ojo izquierdo.»
El viejo siguió andando en busca de su camello. En­contró al segundo hermano, lo paró y dijo: «He per­dido mi camello. ¿No has visto pasar algún camello?» El hermano segundo dijo: «Sin duda que ha pasado un camello.» El viejo dijo: «¿Tenía alguna seña par­ticular?» El segundo hermano contestó: «Sí; tenía una herida en la espalda.»
El viejo siguió andando en busca de su camello. Encontró al tercer hermano, lo paró y dijo: «He per­dido mi camello. ¿No has visto pasar algún camello?» El hermano tercero dijo: «Sin duda ha pasado un ca­mello.» El viejo preguntó: «¿No tenía ninguna seña particular?» El hermano tercero dijo: «Sí; estaba preñado.»
El viejo le dijo al tercer hermano: «El camello que vosotros tres me habéis descrito es mi camello. El pri­mero me dijo que era tuerto del ojo izquierdo; el se­gundo, que tenía una herida en la espalda, y tú me dices que estaba preñado. Conocéis mi camello, y en todo el camino no se ven trazas de él. Por consiguien­te, vosotros tres habéis robado mi camello y lo ha­béis escondido en alguna parte. Si no me devolvéis en seguida mi camello, os denunciaré al Alkali.» El hermano más joven dijo: «No tengo nada en contra; ve a ver al Alkali. Nos viene muy a pelo, pues tam­bién nosotros nos encaminamos en busca suya.» El vie­jo dio la vuelta y se fue con los tres hermanos a ver al Alkali. Llegó el hermano mayor. El viejo le explicó el asunto al Alkali diciendo: «Me han robado mi came­llo. Yo he venido del otro lado, de modo que por este lado nadie lo ha visto. Esta mañana había desapareci­do. Me fui por el otro lado, y encontré a estos tres que iban separados uno de otro. El primero dijo que había visto un camello tuerto del ojo izquierdo. Le pregunté después al segundo si había visto mi camello, y me dijo que había visto un camello con una herida en la espalda. Le pregunté luego al tercero si había visto un camello, y me dijo que había visto un camello que estaba preñado. Mi camello era, en efecto, tuerto del ojo izquierdo, tenía una herida en la espalda y estaba preñado. Los tres hombres han visto mi camello, pero aseguran que no saben dónde está; por consiguien­te, han tenido que robármelo.»
El Alkali preguntó al mayor: «¿De modo que tú has visto al camello?» El mayor dijo: «No, yo no he visto al camello. Sólo le he dicho al viejo que había pasado un camello.» El Alkali dijo: «¿Y en qué has conocido que el camello que había pasado era tuerto del ojo izquierdo?» El mayor respondió: «Lo he cono­cido en que la hierba sólo estaba comida del lado derecho. De aquí deduje que tenía que ser tuerto del ojo izquierdo.»
El Alkali preguntó al hermano segundo: «¿Pero tú sí habrás visto al camello?» El hermano segundo dijo: «No, yo no he visto al camello. Sólo le he dicho al viejo que había pasado un camello.» El Alkali dijo: «¿Y en qué has conocido que el camello que había pasado tenía una herida en la espalda?» El hermano segundo contestó: «Lo he conocido en que en el ca­mino había algunas hojas caídas sucias de sangre. De aquí deduje que el camello tenía que llevar una herida en la espalda. Todos los camellos cuando están heridos tienen la costumbre de arrojarse hojas a la espalda para espantar a las moscas.»
El Alkali preguntó al menor: «¿Has visto tú al menos al camello?» El hermano menor respondió: «No, yo no he visto el camello y tampoco le he dicho al viejo que le había visto. Sólo le dije que había pasado un camello.» El Alkali preguntó: «¿Pero en qué has conocido que el camello estaba preñado?» El hermano menor respondió: «Cuando un camello está preñado deja un rastro ancho en la hierba. Ese rastro ancho lo he observado en el camino por donde había pasado el camello, y de ahí deduje que el camello tenía que estar preñado.»
Entonces el Alkali le dijo al viejo: «Deja a esos tres jóvenes, pues no puedo hallar culpa en ellos. Tú, en cambio, debes estarles agradecido. Te han indicado por qué señales puede reconocerse el camino que ha seguido. Sigue esas señales y, si Alá quiere, encontra­rás tu camello.»
El Alkali les dijo a los tres jóvenes: «Quedaos en casa como huéspedes míos. Comed y bebed, y cuando hayáis descansado y refrescado, venid a verme y es­cucharé vuestra pretensión.» Les señaló a los tres her­manos en su casa una habitación y encargó que les preparasen de comer y de beber. Mandó que les dis­pusiesen una fuente de arroz y le dijo a un esclavo:
«Llévales esta fuente de arroz a los tres jóvenes y luego siéntate a la puerta. Escucha lo que dicen, fíjalo en tu memoria y después ven a repetírmelo. Fíjate en cada palabra.» El esclavo cogió la fuente de arroz y se la llevó a los tres jóvenes, diciéndoles: «El Alkali os envía esta fuente de arroz.» El mayor de los tres her­manos tomó la fuente y dijo: «Dale las gracias.» El esclavo se sentó junto a la puerta en el suelo.
El mayor levantó la tapa de la fuente, miró el arroz y dijo sin probarlo: «Está en su punto, pero el arroz está sucio.» El segundo miró a la fuente y dijo sin pro­barlo antes: «El arroz está bueno, pero la carne que tiene es carne de perro.» El menor miró a la fuente y dijo sin probarla antes: «Está bien condimentado, el arroz es bueno... pero el Alkali es un bastardo.» Cuan­do el menor dijo esto, el esclavo abandonó su puesto y se fue a donde estaba el Alkali.
El Alkali dijo: «¿Has oído todo lo que dijeron los muchachos?» El esclavo dijo: «Sí.» El Alkali pre­guntó: «¿Lo recuerdas todo?» El esclavo dijo: «Lo he oído y todo lo recuerdo.» El Alkali dijo: «Repítemelo, pues.» El esclavo dijo: «Temo repetírtelo.» El Alkali dijo: «Tengo que saberlo; dímelo.» El esclavo dijo: «Entré la fuente de arroz. El mayor alzó la tapa, miró y dijo sin haberlo probado: «Está en su punto, pero el arroz está sucio.» El segundo miró la fuente y dijo sin haberlo probado antes: «El arroz está bueno, pero la carne que tiene es carne de perro.» El menor miró la fuente y dijo sin haberlo probado antes: «Está en su punto; el arroz es bueno..., pero el Alkali es un bastardo.» Al oír esto, me levanté y me fui.»
El Alkali le dijo al esclavo: «Llámame a la esclava que ha hecho el arroz.» El esclavo llamó a la esclava. Vino la esclava, y el Alkali le dijo: «Te encargué que hicieses una fuente de arroz. ¿Cómo es que puede de­cirse que el arroz estaba sucio?» La esclava empezó a llorar y dijo: «Es verdad; antes de preparar el arroz estuve con mi amigo, y con las prisas me olvidé de lavarme.» El Alkali dijo: «Está bien. Puedes irte.»  Y la esclava se fue.
El Alkali le dijo al esclavo: «Llama al matarife que ha matado el carnero.» El esclavo llamó al matarife. Vino el matarife, y el Alkali le dijo: «Te di el encargo de matar un carnero para darles a esos jóvenes una bue­na comida. ¿Cómo es posible qué digan que la carne del arroz es carne de perro?» El matarife se quedó pensando y dijo: «La esclava vino antes y me compró un corderito. El cordero había nacido de una oveja, pero tengo que confesar que no vi que un carnero cubriese a la oveja; en cambio, sí vi en el patio a un perro que jugaba muchas veces con la oveja. Pudiera ser que quien hubiera cubierto a la oveja haya sido el perro y no el carnero.» El Alkali dijo: «Está bien. Vete.» El matarife se fue.
Después de esto, el Alkali se fue en busca de su madre y dijo: «Madre mía, han venido hoy a verme tres jóvenes que son hijos de un hombre muy inteligen­te. Los tres jóvenes saben de todo y me han demostra­do ser tan sabios como su padre. He examinado lo que han dicho y no se equivocaban. Los tres jóvenes han dicho también que yo era un bastardo. Dime, madre, lo que hay de verdad en ello, pues quiero ser justo.» Al oír esto la madre del Alkali, se echó a llorar la buena vieja. No decía nada, sino que lloraba. El Alkali dijo: «Dime, madre, lo que haya en ello. No me en­fadaré. Pero yo soy Alkali y tengo que saber la ver­dad.» La vieja lloraba. Lloraba y guardaba silencio. El Alkali dijo: «¡Habla! Necesito saberlo.»
La vieja madre del Alkali dijo: «Es cierto; los tres jóvenes han dicho la verdad. En una ocasión tu padre fue a la guerra. Estuvo siete años por allá. Yo le ha­bía sido fiel, pero un día me encontré muy excitada. Tu padre llevaba ya tanto tiempo fuera, que no creía que volviese. Me figuraba que había caído hacía tiem­po en la guerra. Yo era todavía joven y no podía domi­nar mi excitación. Había un viejo esclavo, nada más que este viejo esclavo, en el pueblo, y este esclavo me poseyó. A los pocos días volvió tu padre de la guerra. Hace de esto sesenta y cinco años, y no lo sabe ningún ser viviente más que yo.» El Alkali se fue.
El Alkali llamó a los tres jóvenes y les dijo: «Espero que hayáis descansado bastante. Explicadme ahora el asunto que os trae aquí.» El mayor de los tres herma­nos dijo: «Nuestro padre fue un gran tungutu. Algún tiempo antes de su muerte nos llamó a los tres her­manos, sus hijos, y nos dijo: «Cuando yo me muera, no repartáis mi patrimonio, mantenedlo en común. Pues entre los que han de repartir hay un bastardo, y aunque yo no diga quién es, basta el hecho para tomar esa precaución. Repito, pues, que aunque sólo sea por esa razón no debéis dividir después de mi muerte el patrimonio, sino conservarlo en común.» Murió luego mi padre, y desde entonces sólo hay entre nosotros desconfianza y desacuerdo. Dinos cómo podemos salir de esta guerra constante y qué hay de verdad en lo del bastardo.» Los otros dos hermanos dijeron: «En efec­to, así es.»
El Alkali dijo: «Disputáis acaso del bastardo. Pues bien: podéis volver a casa tranquilos sobre ese punto, pues no hay ningún bastardo entre vosotros. Vuestro padre ha dicho que entre los que repartiesen habría un bastardo. Vuestro inteligente padre veía perfecta­mente de antemano que yo intervendría para arreglar este asunto, y yo soy, en efecto, un bastardo. Luego ha dicho que aunque sólo fuese por esa razón no debíais partir, sino conservaros unidos. Tenía otra razón para ello. Deseaba que con la inteligencia que habéis here­dado no trabajaseis separados y enemigos, sino en co­munidad. De todo lo que he oído y sabido de vosotros deduzco que debéis vivir juntos. Hasta ahora tenéis antipatías por haber disputado unos con otros. Man­teneos unidos en adelante y seréis queridos y alcanza­réis poder y prestigio. Para ir a una, tomad un poco de este medicamento y pasáoslo por la cara. Con esto todo irá bien.»
Los tres hermanos cogieron el medicamento, lo comieron y se lo pasaron por la cara. Desde entonces se conservaron unidos y vivieron felices.
Este era el medicamento del bastardo que se cono­ce aun hoy y se aplica frecuentemente.

Leo Frobenius