Había en el
país de Boso un Boso que tenía tres hijos. El Boso era un tungutu (un mago).
Los hijos fueron haciéndose grandes. Un día su padre les dijo: «Cuando yo me
muera, no dividáis mi patrimonio; mantenedlo unido. Pues entre los que han de
repartir hay un bastardo, y aunque no os digo quién es, basta el hecho para que
toméis esa precaución. Repito que aunque sólo sea por esa razón no debéis
dividir mi patrimonio cuando yo muera, sino conservarlo en común.»
El viejo Boso
era un hombre de gran prestigio. Al ponerse enfermo, las gentes del pueblo
decían: «Cuando el viejo se muera, ya no tendremos un tungutu tan notable; los
hijos no llegan a su padre.»
Murió el
padre. Tan pronto como sucedió esto, los hijos empezaron a mirarse con cautela
unos a otros y decían: «¿No será éste el bastardo? Seguramente es un bastardo.»
(En Boso, bastardo es chomodiong.) Cada uno de los hijos quería poder mirar por
encima del hombro a los demás. Durante algún tiempo los hijos vivieron en paz,
pero mirándose torvamente unos a otros.
Un día
estalló la pelea. Cada uno le echaba en cara al otro: «Tú tienes la culpa de
que los demás no podamos coger la parte que nos corresponde en la herencia de
nuestro padre. Pues tú eres un chomodiong.» Y el otro respondía: «Mientes, el
chomodiong eres tú. Todos los bastardos mienten y atacan la fama de los hombres
honrados. Y porque nuestro padre temía tus engaños es por lo que no podemos
repartir nuestro patrimonio, y por eso los demás nos vemos obligados a vivir
con un bastardo.» Cada uno de los tres hermanos les decía a los otros cosas
injuriosas. Las disputas se enconaban de día en día. Las gentes del pueblo
comentaban: «El viejo Boso era un tungutu excelente, pero sus hijos no sirven
para nada. Se pasan el día disputando.»
Finalmente,
un día dijo el mayor: «Vamos a acabar estas disputas. Vamos en busca del juez,
de un Alkali. Que el Alkali decida.» El segundo dijo: «Estoy de acuerdo.» El
tercero dijo: «También yo creo que es lo mejor.» Se prepararon los tres
hermanos para el camino y emprendieron el viaje.
Pero los tres
hermanos estaban tan encolerizados, que ninguno podía ir con los demás. Así que
iban por el mismo camino, pero alejados unos de otros un buen trecho. El mayor
iba delante, después venía el segundo y luego el tercero.
Cuando el
mayor llevaba andado un buen pedazo, encontró a un viejo. El viejo le preguntó:
«He perdido mi camello. ¿Has visto pasar algún camello?» El mayor dijo: «Sin
duda que ha pasado un camello.» El viejo preguntó: «¿Tenía alguna seña
particular?» El mayor dijo: «Sí; era tuerto del ojo izquierdo.»
El viejo
siguió andando en busca de su camello. Encontró al segundo hermano, lo paró y
dijo: «He perdido mi camello. ¿No has visto pasar algún camello?» El hermano
segundo dijo: «Sin duda que ha pasado un camello.» El viejo dijo: «¿Tenía
alguna seña particular?» El segundo hermano contestó: «Sí; tenía una herida en
la espalda.»
El viejo
siguió andando en busca de su camello. Encontró al tercer hermano, lo paró y
dijo: «He perdido mi camello. ¿No has visto pasar algún camello?» El hermano
tercero dijo: «Sin duda ha pasado un camello.» El viejo preguntó: «¿No tenía
ninguna seña particular?» El hermano tercero dijo: «Sí; estaba preñado.»
El viejo le
dijo al tercer hermano: «El camello que vosotros tres me habéis descrito es mi
camello. El primero me dijo que era tuerto del ojo izquierdo; el segundo, que
tenía una herida en la espalda, y tú me dices que estaba preñado. Conocéis mi
camello, y en todo el camino no se ven trazas de él. Por consiguiente,
vosotros tres habéis robado mi camello y lo habéis escondido en alguna parte.
Si no me devolvéis en seguida mi camello, os denunciaré al Alkali.» El hermano
más joven dijo: «No tengo nada en contra; ve a ver al Alkali. Nos viene muy a
pelo, pues también nosotros nos encaminamos en busca suya.» El viejo dio la
vuelta y se fue con los tres hermanos a ver al Alkali. Llegó el hermano mayor.
El viejo le explicó el asunto al Alkali diciendo: «Me han robado mi camello.
Yo he venido del otro lado, de modo que por este lado nadie lo ha visto. Esta
mañana había desaparecido. Me fui por el otro lado, y encontré a estos tres
que iban separados uno de otro. El primero dijo que había visto un camello
tuerto del ojo izquierdo. Le pregunté después al segundo si había visto mi
camello, y me dijo que había visto un camello con una herida en la espalda. Le
pregunté luego al tercero si había visto un camello, y me dijo que había visto
un camello que estaba preñado. Mi camello era, en efecto, tuerto del ojo
izquierdo, tenía una herida en la espalda y estaba preñado. Los tres hombres
han visto mi camello, pero aseguran que no saben dónde está; por consiguiente,
han tenido que robármelo.»
El Alkali
preguntó al mayor: «¿De modo que tú has visto al camello?» El mayor dijo: «No,
yo no he visto al camello. Sólo le he dicho al viejo que había pasado un
camello.» El Alkali dijo: «¿Y en qué has conocido que el camello que había
pasado era tuerto del ojo izquierdo?» El mayor respondió: «Lo he conocido en
que la hierba sólo estaba comida del lado derecho. De aquí deduje que tenía que
ser tuerto del ojo izquierdo.»
El Alkali
preguntó al hermano segundo: «¿Pero tú sí habrás visto al camello?» El hermano
segundo dijo: «No, yo no he visto al camello. Sólo le he dicho al viejo que
había pasado un camello.» El Alkali dijo: «¿Y en qué has conocido que el
camello que había pasado tenía una herida en la espalda?» El hermano segundo
contestó: «Lo he conocido en que en el camino había algunas hojas caídas
sucias de sangre. De aquí deduje que el camello tenía que llevar una herida en
la espalda. Todos los camellos cuando están heridos tienen la costumbre de
arrojarse hojas a la espalda para espantar a las moscas.»
El Alkali
preguntó al menor: «¿Has visto tú al menos al camello?» El hermano menor
respondió: «No, yo no he visto el camello y tampoco le he dicho al viejo que le
había visto. Sólo le dije que había pasado un camello.» El Alkali preguntó:
«¿Pero en qué has conocido que el camello estaba preñado?» El hermano menor
respondió: «Cuando un camello está preñado deja un rastro ancho en la hierba.
Ese rastro ancho lo he observado en el camino por donde había pasado el
camello, y de ahí deduje que el camello tenía que estar preñado.»
Entonces el
Alkali le dijo al viejo: «Deja a esos tres jóvenes, pues no puedo hallar culpa
en ellos. Tú, en cambio, debes estarles agradecido. Te han indicado por qué
señales puede reconocerse el camino que ha seguido. Sigue esas señales y, si
Alá quiere, encontrarás tu camello.»
El Alkali les
dijo a los tres jóvenes: «Quedaos en casa como huéspedes míos. Comed y bebed, y
cuando hayáis descansado y refrescado, venid a verme y escucharé vuestra
pretensión.» Les señaló a los tres hermanos en su casa una habitación y
encargó que les preparasen de comer y de beber. Mandó que les dispusiesen una
fuente de arroz y le dijo a un esclavo:
«Llévales
esta fuente de arroz a los tres jóvenes y luego siéntate a la puerta. Escucha
lo que dicen, fíjalo en tu memoria y después ven a repetírmelo. Fíjate en cada
palabra.» El esclavo cogió la fuente de arroz y se la llevó a los tres jóvenes,
diciéndoles: «El Alkali os envía esta fuente de arroz.» El mayor de los tres
hermanos tomó la fuente y dijo: «Dale las gracias.» El esclavo se sentó junto
a la puerta en el suelo.
El mayor
levantó la tapa de la fuente, miró el arroz y dijo sin probarlo: «Está en su
punto, pero el arroz está sucio.» El segundo miró a la fuente y dijo sin probarlo
antes: «El arroz está bueno, pero la carne que tiene es carne de perro.» El
menor miró a la fuente y dijo sin probarla antes: «Está bien condimentado, el
arroz es bueno... pero el Alkali es un bastardo.» Cuando el menor dijo esto,
el esclavo abandonó su puesto y se fue a donde estaba el Alkali.
El Alkali
dijo: «¿Has oído todo lo que dijeron los muchachos?» El esclavo dijo: «Sí.» El
Alkali preguntó: «¿Lo recuerdas todo?» El esclavo dijo: «Lo he oído y todo lo
recuerdo.» El Alkali dijo: «Repítemelo, pues.» El esclavo dijo: «Temo
repetírtelo.» El Alkali dijo: «Tengo que saberlo; dímelo.» El esclavo dijo:
«Entré la fuente de arroz. El mayor alzó la tapa, miró y dijo sin haberlo
probado: «Está en su punto, pero el arroz está sucio.» El segundo miró la
fuente y dijo sin haberlo probado antes: «El arroz está bueno, pero la carne
que tiene es carne de perro.» El menor miró la fuente y dijo sin haberlo
probado antes: «Está en su punto; el arroz es bueno..., pero el Alkali es un
bastardo.» Al oír esto, me levanté y me fui.»
El Alkali le
dijo al esclavo: «Llámame a la esclava que ha hecho el arroz.» El esclavo llamó
a la esclava. Vino la esclava, y el Alkali le dijo: «Te encargué que hicieses
una fuente de arroz. ¿Cómo es que puede decirse que el arroz estaba sucio?» La
esclava empezó a llorar y dijo: «Es verdad; antes de preparar el arroz estuve
con mi amigo, y con las prisas me olvidé de lavarme.» El Alkali dijo: «Está
bien. Puedes irte.» Y la esclava se fue.
El Alkali le
dijo al esclavo: «Llama al matarife que ha matado el carnero.» El esclavo llamó
al matarife. Vino el matarife, y el Alkali le dijo: «Te di el encargo de matar
un carnero para darles a esos jóvenes una buena comida. ¿Cómo es posible qué
digan que la carne del arroz es carne de perro?» El matarife se quedó pensando
y dijo: «La esclava vino antes y me compró un corderito. El cordero había
nacido de una oveja, pero tengo que confesar que no vi que un carnero cubriese
a la oveja; en cambio, sí vi en el patio a un perro que jugaba muchas veces con
la oveja. Pudiera ser que quien hubiera cubierto a la oveja haya sido el perro
y no el carnero.» El Alkali dijo: «Está bien. Vete.» El matarife se fue.
Después de
esto, el Alkali se fue en busca de su madre y dijo: «Madre mía, han venido hoy
a verme tres jóvenes que son hijos de un hombre muy inteligente. Los tres
jóvenes saben de todo y me han demostrado ser tan sabios como su padre. He
examinado lo que han dicho y no se equivocaban. Los tres jóvenes han dicho
también que yo era un bastardo. Dime, madre, lo que hay de verdad en ello, pues
quiero ser justo.» Al oír esto la madre del Alkali, se echó a llorar la buena
vieja. No decía nada, sino que lloraba. El Alkali dijo: «Dime, madre, lo que
haya en ello. No me enfadaré. Pero yo soy Alkali y tengo que saber la verdad.»
La vieja lloraba. Lloraba y guardaba silencio. El Alkali dijo: «¡Habla!
Necesito saberlo.»
La vieja
madre del Alkali dijo: «Es cierto; los tres jóvenes han dicho la verdad. En una
ocasión tu padre fue a la guerra. Estuvo siete años por allá. Yo le había sido
fiel, pero un día me encontré muy excitada. Tu padre llevaba ya tanto tiempo
fuera, que no creía que volviese. Me figuraba que había caído hacía tiempo en
la guerra. Yo era todavía joven y no podía dominar mi excitación. Había un
viejo esclavo, nada más que este viejo esclavo, en el pueblo, y este esclavo me
poseyó. A los pocos días volvió tu padre de la guerra. Hace de esto sesenta y
cinco años, y no lo sabe ningún ser viviente más que yo.» El Alkali se fue.
El Alkali
llamó a los tres jóvenes y les dijo: «Espero que hayáis descansado bastante.
Explicadme ahora el asunto que os trae aquí.» El mayor de los tres hermanos
dijo: «Nuestro padre fue un gran tungutu. Algún tiempo antes de su muerte nos
llamó a los tres hermanos, sus hijos, y nos dijo: «Cuando yo me muera, no
repartáis mi patrimonio, mantenedlo en común. Pues entre los que han de
repartir hay un bastardo, y aunque yo no diga quién es, basta el hecho para
tomar esa precaución. Repito, pues, que aunque sólo sea por esa razón no debéis
dividir después de mi muerte el patrimonio, sino conservarlo en común.» Murió
luego mi padre, y desde entonces sólo hay entre nosotros desconfianza y
desacuerdo. Dinos cómo podemos salir de esta guerra constante y qué hay de
verdad en lo del bastardo.» Los otros dos hermanos dijeron: «En efecto, así
es.»
El Alkali
dijo: «Disputáis acaso del bastardo. Pues bien: podéis volver a casa tranquilos
sobre ese punto, pues no hay ningún bastardo entre vosotros. Vuestro padre ha
dicho que entre los que repartiesen habría un bastardo. Vuestro inteligente
padre veía perfectamente de antemano que yo intervendría para arreglar este
asunto, y yo soy, en efecto, un bastardo. Luego ha dicho que aunque sólo fuese
por esa razón no debíais partir, sino conservaros unidos. Tenía otra razón para
ello. Deseaba que con la inteligencia que habéis heredado no trabajaseis
separados y enemigos, sino en comunidad. De todo lo que he oído y sabido de
vosotros deduzco que debéis vivir juntos. Hasta ahora tenéis antipatías por
haber disputado unos con otros. Manteneos unidos en adelante y seréis queridos
y alcanzaréis poder y prestigio. Para ir a una, tomad un poco de este
medicamento y pasáoslo por la cara. Con esto todo irá bien.»
Los tres hermanos cogieron el medicamento, lo comieron y se lo pasaron por la cara. Desde entonces se conservaron unidos y vivieron felices.
Este era el medicamento del bastardo que se conoce aun hoy y se aplica
frecuentemente.
Leo Frobenius