El vago
Apoyado en una farola de la Puerta del Sol, mira entretenido
pasar la gente.
Es un hombre ni alto ni bajo, ni delgado ni grueso, ni
rubio ni moreno; puede tener treinta años y puede tener cincuenta; no está bien
vestido, pero tampoco es un desarrapado.
¿Qué hace? ¿Mira algo? ¿Espera algo? No, no espera nada.
De vez en cuando sonríe; pero su sonrisa no es sarcástica, ni su mirada es
oblicua.
No es un tipo de Montepín. No tiene los ojos impasibles,
la boca impasible y la nariz también impasible, que se necesita para ser un
satánico.
¿Es algún empleado? No. ¿Tiene rentas? Tampoco. ¿Alguna
industria? ¡Pchs! Casi, casi es una industria vivir sin trabajar.
Vamos, es un vago. Sí, es un vago. Ya veo a los catones
de las tiendas de ultramarinos indignarse contra ellos, usando la prosa
estúpida de un confeccionador de artículos de periódico de gran circulación. El
vago, para todos esos moralistas, es casi un criminal.
El mío, ése de quien hablo, seguramente no lo es; tiene la
mirada profunda, la boca burlona, el ademán indolente.
Mira como un hombre que no espera nada de nadie. Es un
espectador de la vida; no es un actor.
Es un intelectual.
Un vendedor de periódicos se acerca al farol donde se
apoya el vago, y se recuesta en él.
Un farol puede sostener dos espaldas.
* * *
Un vago apoyado en un farol es un motivo de reflexión.
El farol, la ciencia; la rigidez, la luz; el vago, la duda; la indecisión, la
sombra.
¡Glorificad a los faroles! ¡No despreciéis a los
vagos! Alguno dirá: ¡Bah!, ser vago, cosa facilísima. Error; error profundo;
ser vago, es casi ser filósofo, es algo más que ser un cualquiera.
¿Que hay vagos a patadas? ¡Qué ha de haber! Tenéis en
la clase alta, gomosos, clubman, sportsman; más o menos elegantes, más o
menos smart y hasta snobs, si queréis. Todos estos son átomos
brillantes de la atmósfera de imbecilidad que recubre a este ridículo planeta
que habitamos; pero no son vagos. No hay más que mirarlos; andan de prisa,
dando zancadas, como si en la vida hubiera algo que valiese la pena de correr,
y van siempre pensando en algún caballo, en alguna mujer, en algún perro, en
algún amigo, o en otra cosa sin importancia de la misma clase. En las otras
capas o costras sociales hay empleados, estudiantes, mendigos, maletas y
demás morralla; pero tampoco son vagos perfectos, porque no dejan correr la
vida; la emplean en tonterías, en cosas mezquinas; no se dejan arrastrar por el
far niente, como el vago tipo, al cual no se le puede achacar más que
esa pequeña debilidad de perder la afición al trabajo en la flor de la
juventud.
El vago será un bagatela; pero no es una escoria. Un
bagatela puede ser trascendental, y una cosa trascendental puede ser baladí.
Inventar un juguete demuestra tanto ingenio como inventar una máquina. Tan constructor
me creo yo que he hecho, en colaboración con un amigo, un tranvía eléctrico de
cartón que se mueve a veces, como si hubiera hecho uno de veras.
Idear una catedral será una gran cosa; pero idear una rana
de papel tampoco es despreciable.
* * *
El vago del farol y yo nos conocemos, y nos hablamos.
Me protege. Es un hombre que no saluda a nadie. Debe
tener pocos amigos; quizá no tenga ninguno. Señal de inteligencia. El mayor
número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. Creo
que es una frase.
¿A inteligente? No le gana nadie.
Se le habla de política... sonríe, se la habla de
literatura... sonríe; se la habla de cualquier otra cosa... sonríe.
El otro día me dijo uno de él que debía ser un imbécil.
Pero es lo que pasa en estas sociedades sin freno; se
empieza a hablar mal de las personas serias, y se llega a hablar mal hasta de
los vagos...
Pío Baroja