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jueves, 26 de mayo de 2016

Semana Santa - Palencia




El alquimista negro y su perro

De Zhou Zhou, el alquimista negro, se cuenta que en cierta ocasión atrapó a un perro calleje­ro y le enseñó a comprender el lenguaje humano. Era un perrillo negro y feo, y a nadie le agradaba su pre­sencia, pero Zhou Zhou lo llevaba consigo a todas partes. El perrillo ladraba, movía el rabo, se comía las mondas o las golosinas que le arrojaban, y nadie sabía que era capaz de comprender el lenguaje de los hombres y que todo lo que oía se quedaba grabado en su memoria. Zhou Zhou llevó a su perrillo a una casa del mundo flotante, y el animal se iba paseando por las diferentes habitaciones y escuchaba las con­versaciones filosóficas y también las cosas que se de­cían los hombres y las mujeres cuando se abrazaban sobre la esterilla. Había muchos altos funcionarios, poetas y administradores que acudían a aquella casa, y Zhou Zhou estaba seguro de que el perro había es­cuchado disertaciones inolvidables, o incluso secretos de estado. En otra ocasión, lo llevó al palacio de la Garza Blanca, donde vive la sobrina del emperador, y le dejó que vagara por los balcones, que entrara en el gineceo y que escuchara todas las conversaciones prohibidas a los oídos de los hombres.
El perro parecía triste y alicaído, y entonces Zhou Zhou le enseñó a hablar.
-Ahora cuéntame lo que has oído -le dijo el alquimista.
-Es todo demasiado triste -dijo el perro-. Para un perro, los hombres sois tan parecidos entre sí como una gota de agua a otra. Entonces, ¿por qué os odiáis tanto los unos a los otros? ¿Por qué os tenéis tanto miedo?
-¿Eso es todo lo que tienes que decirme? -dijo el filósofo airado.
-No, hay otra cosa más -dijo el perro-. Vuélveme a mi condición original.

Andrés Ibáñez