Aunque en su página, aquí, no expone sus marcapáginas os podéis poner en contacto con él a través de su correo: mataromar@gmail.com si es que os interesa alguno.
La cita
Frente al portón del parque le volvió a asaltar la misma
duda. ¿Dónde era? ¿Qué sitio había sido el elegido? La duda le proponía un
problema insoluble. Por cualquier camino, su pensamiento llegaba siempre a
este espacio en blanco, imposible de llenar. Trató de prescindir de ese
engranamiento de asociaciones que la fallaba invariablemente al llegar a un
punto fuera de su voluntad. Procuró entonces abrirse paso a través de sus
sensaciones. El mismo resultado negativo. El mismo límite invulnerable. Había
una finísima lámina aisladora interpuesta entre la hora de la cita y el sitio
fijado para el encuentro. Podía recordar claramente la primera. Lo segundo era
un misterio.
Este parque... Sí, tal vez este parque... Tenía que ser
este parque... Allí a la entrada, en la segunda rotonda de la izquierda, junto
al pequeño estanque.
El penetrante olor de aquellos nenúfares blanquecinos
descomponiéndose a flor del agua verdosa acudió a él. Lo aspiró con ansia. Se
aferró a ese olor persistente para recordar.
Miró a la garza, inmóvil, casi apoyándose contra el montículo
de césped. Sí. Aquí debía de ser..., aquí tenía que ser. Pero cuando quería
vincular todo esto al recuerdo de la cita, el parque quedaba vacío, sin vida,
desconocido.
Era necesario recordar, sin embargo. La hora de la cita
iba llegando aceleradamente. Apenas restaban unos instantes. ¡Cuál era el
lugar, Dios mío!
Trajo todas las palabras de ella. Las despertó de donde
dormían. Las acumuló como gemas preciosas sobre el terciopelo oscuro de su
recuerdo.
Tras las palabras llegó hasta los labios de ella. Pudo contemplar
con los ojos cerrados cómo volvían a moverse dulce, deliciosamente, para
pronunciarlas una por una, como ella había
oído, inclinándose un poco hacia donde se inclinan los sueños... Pero también los
labios de ella se detenían en el momento preciso de decir el lugar de la cita.
Se desdibujaban repentinamente y las palabras y la voz morían un brevísimo
instante, o esculpían un signo indefinible, duro, fatal, sobre esa misma
superficie en blanco que él no podía descifrar de ningún modo.
¡Pronto! Era necesario saberlo ahora mismo.
¡Dónde, Dios mío, dónde..., dónde!
Sobre sus muñecas temblorosas el tic-tac de su reloj-pulsera
con fuerza prodigiosa le arrastraba hacia lo irreparable. Latido a latido...
Tenía que verla. Pero... ¿dónde? Ella se iba a perder para
siempre si no la veía ahora... Aquí, por última vez o nunca más..., nunca más.
Echó a andar. La vida o la muerte divididas por esa
hoja delgada, opaca, invulnerable.
La vida o la muerte ahora, a cada paso. El sendero
lleno de sombra empezó a desenvolverse ante él; empezó a arrastrarlo, poco a
poco, cada vez más rápido.
El tic-tac del reloj-pulsera se trasladó a sus
sienes, a su garganta, a su corazón, a sus pasos. Le atenaceó con sus dos
leves, pero metálicos dedos acorazados de tiempo... Tic... tac... Un paso y
otro...
¡Ah!, este banco, en una curva del sendero. Un
rústico banco de ramas trabadas. Es preciso huir de su tentación, correr más
ligero..., salir de este parque..., buscarla a ella en otro sitio. Pero el
parque gira como un carrusel sombrío. Es inútil correr... El banco aparece una
y otra vez ofreciendo su tremenda tentación de descanso al que corre y no
puede huir.
Las ramas del banco sacan una sombra neblinosa por
sus cortezas aserradas.
Por sus muñones pulidos también empieza a retoñar la neblina
que se esparce por todo el parque...
¡A correr...! Otro recodo y otro... Otro más.
La curva otra vez, y otra vez el banco, en el mismo
sitio. La música metálica del tic-tac, más rápida. El sendero se despereza
ahora en una distancia inacabable. Allá, en el fondo, hay un boquete vagamente
luminoso, como la salida de un túnel, cada vez más lejano, cada vez menos
luminoso. ¡Y la desesperada carrera impotente para alcanzarlo, para acercarse a
esa vaga salida! Y el banco siempre en la misma curva, con sus ramas manando
niebla..., niebla...
Es preciso huir. Una vez más es preciso intentarlo.
¡En este parque, no! Ella está esperando en otro
sitio más claro, más tibio..., lejos de aquí, y la hora ya ha llegado... Pero
ella tal vez pueda esperar un poco más...
Voy a correr..., voy a salir de aquí por esa
claraboya tan distante... ¡Espérame..., espérame! ¡Oh!..., el banco de nuevo.
Me llama, me atrae, me esta inoculando un sueño extraño... ¡Oh, qué cansado me
siento..., qué cansado! Me atrae, me voy a sentar... ya no puedo más... Me
caigo de sueño... Aquí estoy... Ven, me muero de sueño... Quiero dormir en tus
brazos, en tus brazos... ¡Qué suave y blando es este banco...! ¡Ah...! Ya no
podría levantarme nunca más de aquí... Me rodean dos gruesas ramas que echan
por las cortezas mucha niebla... Son como los brazos del banco...
Infinitamente suaves, infinitamente poderosos... ¡Todo un bosque ha crecido a
mi alrededor!
¡Oh, tú! Avanzas por el sendero... ¡Por fin! ¡Has
llegado! Tu paso es fino, rápido y flexible... Eres hermosa... Estás más
hermosa que nunca... Te veo entre la niebla... Pareces la luna... Te rodea un
oleaje azulado, una anilla mágica en torno a tu cuerpo divino...
Tus ojos preguntan... Siento que indagan por mí... Te
detienes...
Contempla el banco fijamente... No ves nada... No puedes
ver nada... Luego giran tus miradas por todo el parque... Tampoco puedes
verme... Te llamo... Grito tu nombre... No me escuchas. Sin embargo, un pequeño
murmullo ha llegado a tus oídos... Te das vuelta. Sientes que alguien te ha
llamado... Nadie... Quizá el aire frotándose en la corteza de los árboles...
Miras por última vez, levemente irritada... Encoges levemente los hombros...
Miras tu pequeño reloj-pulsera... Te alisas el pelo y vas a marcharte... La
niebla deja caer su antifaz de raso gris sobre tu rostro... Te llamo aún,
débilmente... Te alejas... No me oyes... Tu paso vuelve a ser rápido, suave,
flexible, como el andar de la luna... Te llamo todavía... No me oyes... No
puedes oírme... Estoy muy lejos... Has llegado a la claraboya distante... La
vas a traspasar ahora... Tu silueta traspone la indecisa y lejana salida... Tu
silueta la atraviesa... Has atravesado mi propia vida, como la espina perfora
un pétalo moribundo... Has atravesado la fina lámina que me impedía
recordar... ¡Y ahora recuerdo! La cita contigo era aquí..., aquí..., aquí...
Augusto Roa Bastos