Sin
embargo, el sionismo oficial en la década de los veinte era un asunto
decepcionante. Consistía sobre todo en pedidos de dinero y más dinero; dinero
para el Fondo Nacional Judío, dinero para el Fondo de Reconstrucción Judío,
dinero para el Hospital de Hadassah, para la Universidad Hebrea, para la
Escuela de Artes de Bezalel; y dinero para pagar el sueldo de los que reunían
el dinero. El sionismo prometía ser una vía de escape del ghetto, pero el
ghetto se había apoderado de él; como una niebla rancia, pendía sobre
los Congresos Sionistas y los clubs y las oficinas del movimiento. El deber
principal de sus soldados rasos consistía en agitar una alcancía para las
colectas en una especie de quermese de beneficencia permanente. Esto
justificaba la vieja broma: «El sionismo consiste en una persona que persuade a
otra persona para que dé dinero a una tercera persona que quiere irse a
Palestina.»
……………
Los dirigentes hacían lo que podían para negar que el
sionismo tendiera a la creación de un Estado Judío; dicha expresión era tabú
dentro de la fraseología sionista oficial. Entre bastidores, sin embargo, los
augures citaban la famosa observación privada de Weizmann: «Pensar siempre en
él, no nombrarlo nunca.» En pocas palabras, la actitud de la diplomacia oficial
sionista significaba la tradicional entrada por la puerta de servicio.
A. Koestler - La flecha en el azul