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jueves, 29 de octubre de 2015

Ediciones Beta



















Alegría

Eran las doce de la noche... Totalmente excitado y despei­nado, entró volando Mitia Kuldarov en el piso habitado por sus padres, corriendo rápidamente de uno a otro aposento. Los padres se disponían a dormir; la hermana, ya en la cama, terminaba la última página de una novela, y los hermanos colegiales dormían.
-¿De dónde vienes? -se asombraron los padres-. ¿Qué te pasa?
-¡Ah...! ¡No me pregunten...! ¡Esto no lo esperaba de ningún modo...! ¡No...! ¡De ningún modo lo esperaba...! ¡Si es hasta inverosímil...!
Y Mitia, echándose a reír y sin fuerzas de tenerse en pie de pura felicidad, se sentó en una butaca.
-¡Es inverosímil...! ¡No pueden ustedes ni imaginárselo...! ¡Miren!
La hermana saltó de la cama y, echándose encima la manta, se acercó al hermano. Los colegiales se despertaron.
-Pero ¿qué te pasa...? ¿Por qué pones esa cara?
-¡Es la alegría, mamaíta...! ¡Ahora toda Rusia me cono­ce...! ¡Toda...! Antes sólo ustedes sabían que existía en el mundo el escribiente colegiado Dimitri Kuldarov; pero aho­ra ¡lo sabe ya toda Rusia...! ¡Mamaíta...! ¡Oh Dios mío...!
Levantándose de un salto, Mitia se puso a recorrer las habi­taciones; luego se volvió a sentar.
-Pero ¿qué ha ocurrido...? ¡Habla sensatamente!
-Ustedes aquí viven como las fieras... ¡No leen los periódicos! ¡No prestan la menor atención a la cuestión públi­ca...! Y, sin embargo, ¡hay tanto notable en los periódicos...! ¡Todo cuanto ocurre se sabe en seguida...! ¡Nada queda oculto! ¡Oh, qué feliz soy...! ¡Oh Dios mío...! ¡Pensar que sólo de las celebridades se escribe en los periódicos y que, sin embargo, éstos han hablado de mí...!
-¿Qué dices? ¿Dónde?
Papaíto se puso pálido, mamaíta alzó los ojos hasta la imagen y se santiguó, los colegiales se levantaron de un salto, y tal como estaban, vestidos solamente con un camisón cortito, se acercaron a su hermano mayor.
-¡Sí, señores...! ¡Los periódicos han hablado de mí...! ¡Ru­sia entera me conoce ahora...! ¡Usted, mamaíta, guarde este número como recuerdo...! ¡Lo leeremos de cuando en cuan­do...!¡Miren!
Y Mitia, sacando de su bolsillo un número de periódico y señalando con el dedo un pasaje acotado con lápiz azul, se lo tendió a su padre.
-¡Lea!
El padre se caló los lentes.
-¡Vamos, lea!
Mamaíta alzó los ojos a la imagen y se santiguó. Papaíto se aclaró la voz y empezó a leer.
-"El veintinueve de diciembre, a las once de la noche, Dimitri Kuldarov, escribiente colegiado..."
-¡Lo ven! ¡Lo ven...! ¡Siga!
-"...escribiente colegiado..., saliendo de la cervecería sita en la calle Malaia Brosnaia, en la casa Kosijin, y encontrán­dose en estado de embriaguez..."
-Éramos Simion Petrovich y yo...! ¡Todo se describe...! ¡Hasta los más ligeros detalles...! ¡Continúe! ¡Siga! ¡Escu­chen...!
-Éramos Simion Petrovich y yo...! ¡Todo se describe...!
-"...encontrándose en estado de embriaguez, resbaló, yen­do a caer bajo el caballo del isvoschik Iván Durotov, vecino de la aldea Durikina, allí detenido. El caballo, encabritado, después de pasar sobre Kuldarov, arrastrándole por encima el trineo en que se encontraba el comerciante de Moscú, de segundo grado, Stepan Lukov, voló calle abajo, teniendo que ser sujetado por los porteros. Kuldarov, hallándose en el primer momento sin sentido, fue llevado a la Comisaría del distrito, siendo allí reconocido por el médico... El golpe recibido en la nuca..."
-¡Me dio la lanza del trineo, papaíto...! ¡Siga! ¡Siga le­yendo!
-"recibido en la nuca se considera de pronóstico leve. Ha sido levantada acta del suceso. La víctima recibió asistencia facultativa... "
-¡Me mandaron poner agua fría en la nuca...! ¿Estás le­yendo...? ¿Eh...? ¡Así es como fue...! ¡Y ahora por toda Rusia ha corrido la noticia...! ¡Dadme el periódico!
Mitia cogió el periódico, lo dobló y se lo metió en el bolsillo.
-¡Corro a enseñárselo a los Makarov...! ¡Me falta todavía enseñárselo a los Ivanitzki, a Natalia Ivanovna, a Ansim Vasilich...! ¡Me voy a escape! ¡Adiós!
Y Mitia, calándose el gorro de la escarapela, triunfante y ale­gre, sale corriendo a la calle.

A. Chejov