Correspondencia
Mi querido Vardebedian:
Hoy tuve el gran disgusto, al revisar
mi correspondencia de esta mañana, de comprobar que mi carta del 16 de
septiembre, que contenía mi vigésimo segundo movimiento (caballo cuatro rey),
me había sido devuelta debido a un pequeño error en el sobre -precisamente, la
omisión de su nombre y residencia (¿cuán freudiano puede uno llegar a ser?)-,
amén de olvidar el sello. Nadie ignora que últimamente he estado un tanto
desconcertado debido a una irregularidad en la Bolsa y, pese a que ese día, el 16 de septiembre,
la culminación de una prolongada caída en espiral hizo volar las acciones de
Antimateria Amalgamada de la tabla de cotizaciones y redujo de un solo golpe a
mi agente de seguros a una auténtica piltrafa, no tengo excusas para mi
negligencia y monumental ineptitud. Metí la pata. Perdóneme. El hecho de que
usted no se percatara de que faltaba una carta indica igualmente cierto
despiste por su parte, que yo, por la mía, atribuyo a su impaciencia, pero Dios sabe que todos
cometemos errores. Así es la vida. Y el ajedrez.
Pues bien, aclarado el error, debo hacer una
pequeña rectificación. Si usted tuviera la amabilidad de transferir mi caballo
al cuarto escaque de su rey, pienso que podremos seguir adelante con nuestro
pequeño juego de modo más exacto. El anuncio de jaque mate que usted me hiciera
en su carta de hoy, creo que es, con toda honestidad, una falsa alarma, y, si
usted vuelve a examinar las posiciones a la luz del descubrimiento de esta
mañana, se dará cuenta de que su rey
es el que está próximo al mate, expuesto y sin defensas, un blanco inmóvil para
mis alfiles depredadores. ¡Irónicas son las vicisitudes de esta pequeña guerra!
El destino, oculto en alguna oficina de correos extraviada, crece omnipotente y
-voilá!- la suerte ha dado una
voltereta. Una vez más, le ruego que acepte mis más sinceras excusas por este
infortunado descuido y quedo, ansioso, a la espera de su próximo movimiento.
Le adjunto mi cuadragésimo quinto
movimiento: mi caballo se come a su reina.
Atentamente,
Gossage
Gossage:
He recibido esta mañana su carta relativa
al movimiento cuarenta y cinco (¿su caballo
se come a mi reina?) y asimismo su prolongada explicación acerca de la elipsis
de mediados de septiembre que sufriera su correspondencia. Veamos si le
comprendo correctamente: su caballo, al que yo retiré del tablero hace ya unas
semanas, debiera estar, según ahora afirma usted, en el cuarto escaque del rey
a consecuencia de una carta perdida en correos hace veintitrés movimientos. No
estaba al tanto de que hubiera ocurrido semejante percance y recuerdo perfectamente,
cuando usted llevó a cabo el vigésimo segundo movimiento, que fue su torre seis
reina la que luego quedó fuera de combate durante un gambito suyo que fracasó
trágicamente.
En este momento, el cuarto
escaque del rey esta ocupado por mi torre
y, como usted no tiene alfiles, pese a la carta perdida en correos, no alcanzo
a comprender qué pieza piensa utilizar para comerse a mi reina. A lo que, creo,
usted se refiere, dado que la mayoría de sus piezas están bloqueadas, es a
solicitar que mueva su rey cuatro alfil (su única posibilidad), arreglo que me
he tomado la libertad de hacer, por lo que contraataco en el movimiento de hoy,
mi cuadragésimo sexto. Me como a su reina y dejo a su rey en jaque. Ahora su
carta queda aclarada.
Pienso que los últimos
movimientos del juego podrán llevarse a cabo con sobriedad y presteza.
Suyo,
Vardebedian
Vardebedian:
Acabo de leer su última nota, en
la que me comunica un estrambótico movimiento cuarenta y seis por el cual usted
saca a mi reina de un escaque por el que desde hace once días no ha pasado. Por
medio de un cálculo paciente, pienso que he encontrado la causa de su confusión
y falta de comprensión de los hechos, sin embargo, evidentes. Que su torre esté
en el cuarto escaque del rey es algo tan imposible como dos copos de nieve
idénticos; si usted se remite al movimiento noveno del juego, comprobará que
hace ya mucho tiempo que perdió la torre. Fue evidentemente aquella arriesgada
operación suicida la que deshizo su frente de ataque y le costó ambas torres. ¿Qué hacen, pues, en el
tablero en este momento?
Para su consideración, le ofrezco
mi versión de lo sucedido: la intensidad de los intercambios salvajes y
precipitados del vigésimo segundo movimiento le dejaron en un estado de leve
distracción, y, en la ansiedad que sintió por mantenerse en sus cabales en ese
momento, no se percató de que llegaba mi carta y, en cambio, movió sus piezas
dos veces otorgándose de ese modo una ventaja injusta, ¿no le parece? Este
incidente ya pertenece al pasado, y deshacer nuestros pasos sería tediosamente
dificultoso, por no decir imposible. En consecuencia, considero que la mejor
manera de rectificar todo este asunto es permitirme la oportunidad de hacer
ahora dos movimientos consecutivos. Lo justo es lo justo.
Por tanto, en primer lugar, como
su alfil con mi peón. Luego, como este movimiento deja a su reina sin
protección, también se la como. Pienso que ahora podemos proceder con los
últimos movimientos sin dificultades.
Atentamente,
Gossage
P.S. Le adjunto un diagrama que
muestra de forma exacta como está el tablero en este momento después de la
última jugada. Como puede ver, su rey está atrapado, sin protección y solitario
en el centro. Saludos.
Gossage:
Ayer recibí su última carta y,
pese a que era levemente incoherente, creo comprender el motivo de su devaneo.
Después de haber estudiado el diagrama que adjunta, me resultó obvio que, en
las últimas seis semanas, hemos estado jugando dos partidas de ajedrez
absolutamente distintas (yo, de acuerdo con nuestra Correspondencia; usted,
según unas normas muy sui generis en
lugar de hacerlo según el sistema racional adoptado por todos). El movimiento
del rey, que supuestamente se extravió en correos, hubiera sido imposible en el
vigésimo segundo movimiento, porque, en aquel momento, la pieza estaba en la
esquina de la última fila, y el movimiento que usted describe lo hubiera
enviado sobre la mesa del café, al lado del tablero.
En cuanto a permitirle llevar a
cabo dos movimientos consecutivos para recuperar el que supuestamente se
extravió en correos, sin duda es una broma por su parte, amigo mío. Aceptaré el
primer movimiento (usted come mi alfil), pero no puedo permitir el segundo y,
como es mi turno, contraataco comiéndome su reina con mi torre. El hecho de que
usted me comunique que no tengo torres significa muy poco en la realidad,
porque sólo necesito echar un vistazo al tablero para verlas vivas en plena
batalla, rebosantes de astucia y vigor.
Por último, el diagrama que usted
fantasea que es igual al tablero pone en evidencia que ha recibido mayor
influencia de los Hermanos Marx que de Bobby Fisher y que, si bien es astuto,
poco dice en su favor después de la lectura de El ajedrez según Ninzowitsch que usted se llevó de mi biblioteca el
invierno pasado oculto debajo de su abrigo de alpaca. Le sugiero que estudie el
diagrama que le adjunto y que reajuste su tablero según esas indicaciones; así,
quizá, podamos terminar el juego con cierto grado de precisión.
Confío en usted,
Vardebedian
Vardebedian :
Sin intención de prolongar un
asunto, ya de por sí confuso (sé que su reciente enfermedad ha dejado su estado
de salud, por lo general robusto, un tanto debilitado provocando a veces la
pérdida de todo contacto con la realidad), debo aprovechar esta oportunidad
para deshacer el sórdido laberinto de circunstancias antes de que progrese de
forma irrevocable hacia una conclusión kafkiana.
De haber sabido que usted no era
lo suficientemente caballero como para permitirme recuperar el segundo
movimiento, no habría, en mi movimiento cuarenta y seis, permitido que mi peón
se apoderara de su alfil. De hecho, según su propio diagrama, estas dos piezas
están ubicadas de tal forma que lo hace imposible, obligados como estamos a las
normas establecidas por la Federación Mundial de Ajedrez y no por la Comisión de Boxeo del
Estado de Nueva York. Sin poner en duda que su intención fue constructiva al
coger a mi reina, ahora afirmo que sólo se puede llegar al desastre cuando
usted se arroga el poder arbitrario de la decisión y empieza a actuar como un
dictador, enmascarando los errores tácticos con equívocos y agresiones (una
costumbre que usted mismo condenó en nuestros líderes mundiales en su
monografía «De Sade y la no-violencia»).
Por desgracia, ya que el juego se
ha detenido, no me ha sido posible calcular con exactitud donde debería colocar
el alfil cogido por error; sugiero que lo dejemos en manos de los dioses:
cierro los ojos y lo coloco sobre el tablero, si ambos aceptamos el lugar
fortuito en que pueda aterrizar. Debo agregar un elemento vital a nuestro
encuentro. Mi movimiento cuarenta y siete: mi caballo se come a su alfil.
Atentamente,
Gossage
Gossage:
¡Qué extraña su última carta!
Bien intencionada, concisa, y, sin embargo, con todos esos elementos que podrían
pasar, en ciertos cenáculos intelectuales, por lo que Jean-Paul Sartre
describió tan brillantemente como la «nada». A uno le embarga de inmediato una
profunda sensación de desesperanza, algo así como los diarios de los
exploradores moribundos y perdidos en el Polo, o las cartas de los soldados
alemanes en Stalingrado. ¡Es fascinante comprobar hasta qué punto puede
desintegrarse la razón cuando se enfrenta a una siniestra verdad ocasional y
huye en desordenada retirada para mejor materializar un espejismo y construir
defensas precarias contra el asalto de una realidad demasiado terrible!
Tal como están las cosas, amigo
mío, acabo de pasar casi toda la semana intentando aclarar el ovillo de
pretextos lunáticos que conforman su correspondencia en un esfuerzo par ajustar
el asunto y lograr que nuestra partida finalice simplemente de una vez por
todas. Su reina no existe. Dígale adiós. Lo mismo sucede con sus torres.
Olvídese por completo de uno de los alfiles porque yo ya me lo comí. El otro
esta situado en una posición tan desoladora, lejano y ajeno a la acción
principal, que no cuente con él, o se llevará un disgusto que le partirá el
corazón.
En cuanto al caballo, que usted
perdió sin solución pero que se niega a ceder, lo he colocado otra vez en la única
posición concebible, permitiéndole de ese
modo la más increíble de las heterodoxias desde que, hace ya tanto tiempo,
los persas se sacaran de la manga este pequeño pasatiempo. Está en el séptimo
escaque de mi alfil y si usted, durante el tiempo suficiente, puede mantener en
orden sus alteradas facultades, se percatará de que esta pieza codiciada
bloquea ahora el único camino que tiene su rey para escapar a mi irresistible
movimiento en forma de tenaza. ¡Qué ironía! ¡Su conspiración egoísta se ha
resuelto en ventaja para mí! ¡El caballo, fascinado, regresa al campa de
batalla y torpedea su final de partida!
Mi movimiento es alfil cinco
caballo, y predigo jaque mate en un solo movimiento.
Cordialmente,
Vardebedian
Vardebedian:
Es obvio que la constante tensión
nerviosa, además de su desgaste de energía en defender una serie de torpes y
desesperanzadas posiciones de ajedrez, ha terminado por desbarajustar la
delicada maquinaria de su aparato psíquico y ha hecho que su comprensión de los
fenómenos externos sea en este momento un tanto lamentable. No queda otra
alternativa para remover la tensión antes de que usted termine con una lesión
permanente:
Caballo -¡sí, caballo!- seis
reina. Jaque.
Gossage
Gossage:
Alfil cinco reina. Jaque mate.
Lamento que la competición haya sido demasiado difícil para usted, pero, si
puede servirle de consuelo, le diré que, después de haber observado mi técnica,
varios maestros locales de ajedrez han desistido de presentarme batalla. Si
usted quiere una revancha, le sugiero que hagamos un intento con el scrabble, un juego en el que me intereso
desde hace poco y que, espero, no suscite tantas protestas.
Vardebedian
Vardebedian :
Torre ocho caballo. Jaque mate.
En vez de atormentarle con nuevos detalles acerca de mi jaque mate, como creo
que es usted esencialmente un hombre honrado (algún día, alguna forma de
terapia me dará la razón), acepto muy complacido su invitación para el scrabble. Tenga listo su tablero. Ya que
usted jugó blancas en ajedrez, y por lo tanto tuvo la ventaja del primer
movimiento (de haber conocido sus limitaciones, le hubiera dado mas
satisfacciones), creo tener derecho al primer movimiento. Las siete letras que
acabo de descubrir son O, A, E, J, N, R y Z (una mezcla sin futuro que debe
garantizar, hasta al más suspicaz, la integridad de mi elección). Sin embargo,
afortunadamente, un extenso vocabulario, unido a una cierta afición por lo
esotérico, me han permitido poner un orden etimológico a lo que, a una persona
menos culta, hubiera parecido un absurdo. Mi primera palabra es «ZANJERO».
Búsquela en el diccionario. Ahora colóquela, horizontalmente, con la E en el cuadro del centro.
Cuente con cuidado, sin olvidar la doble puntuación por ser el primer
movimiento y del bono de cincuenta puntos que me corresponde por el uso de las
siete letras. El marcador ahora está 116 a 0.
Su turno.
Gossage