Existe en Madrid un negocio del que en París no se
tiene la menor idea: son los aguadores. Sus tiendas consisten en un cántaro de
barro blanco, una pequeña cesta de junco o de hojalata, con dos, o tres vasos,
algunos azucarillos (palitos de caramelo y porosos) y algunas veces un par de
naranjas o de limones. Otros llevan a la espalda unos pequeños barriles
envueltos en hojarasca. Algunos tienen sus puestos en el Paseo del Prado, muy
adornados y con anuncios publicitarios de cobre amarillo y con banderines que
en nada desmerecen de las magnificencias de los vendedores de coco de París.
Estos vendedores suelen ser muchachos gallegos que
visten chaqueta color tabaco, calzones, polainas negras y un sombrero puntiagudo.
Un vaso de agua cuesta un cuarto (aproximadamente dos
ochavos). El fuego para encender un pitillo parece ser, después del agua, la
mayor necesidad de Madrid. «¡Fuego, fuego!», se oye por todas partes,
mezclándose con el grito de «¡Agua, agua!». Es una lucha encarnizada entre los
dos elementos para ver quién puede hacer más ruido. Ese fuego, más
inextinguible que el de Vesta, es llevado por unos chavales en unos pequeños
cuencos, llenos de carbón y de finas cenizas, con un mango para no quemarse
los dedos.
Théophile Gautier - Viaje a España
(1840)
El escaparate
Un hombre que se paseaba por el
barrio judío de una ciudad vio un escaparate lleno de despertadores, relojes de
pared y de pulsera. Precisamente necesitaba que le reparasen el reloj, así que
entró y se encontró con el encargado, al que le explicó lo que deseaba.
-Lo siento mucho -le dijo el
encargado-, pero no puedo hacer nada por usted.
-¿Y por qué?
-Porque no soy relojero.
-¿No es relojero?
-No. Soy un rabino especializado en
circuncisiones. Soy un circuncidador.
-Pero, entonces -dijo el hombre-,
si no es un relojero, ¿por qué coloca en su escaparate todos estos relojes y
péndulos?
-Si no -dijo el rabino-, ¿qué
queréis que coloque?
Jean-Claude Carrière