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lunes, 27 de octubre de 2014

Viena Edicions



La Edad Media cristiana meditó seriamente sobre el número de los demonios. En el Diálogo de milagros, de Cesáreo de Heisterbach, se narra cómo en cierta ocasión los demonios llenaron en tan gran número el coro de una iglesia que interrumpieron el canto de los monjes; estos habían comenzado el Salmo tercero: «¡Oh Yavé, cómo se han multiplicado mis enemigos!». Los demonios echaron a volar de un extremo a otro del coro y se mezclaron con los monjes, que olvidaron por completo lo que estaban cantando y, en su confusión, unos intentaban ahogar a gritos la voz de los otros. Si tantos demonios se reúnen en un lugar para perturbar un solo acto litúrgico, ¡cuántos no habrá entonces en toda la Tierra! Pero ya el Evangelio, añade Cesáreo, confirma que una legión de ellos entró en un solo hombre.
En su lecho de muerte, un sacerdote malvado dijo a una parienta que estaba junto a él: «¿Ves aquel granero grande que está enfrente de nosotros? No hay en su techumbre tantas pajas como demonios hay ahora a mi alrededor». Estaban al acecho de su alma para llevarla a su lugar de castigo. Pero los demonios también prueban suerte junto al lecho de muerte de los piadosos. Durante el entierro de una abadesa buena había más demonios reunidos en torno a ella que hojas en los árboles de un gran bosque, y en torno a un abad moribundo eran más numerosos que los granos de arena a orillas del mar. Estos datos se deben a un demonio que estuvo allí presente y dio cuenta de todo a un caballero con el que mantuvo una conversación. No ocultó el demonio su decepción ante tanto esfuerzo vano, y confesó que ya en la muerte de Cristo había estado sentado en uno de los brazos de la cruz.
Como vemos, la impertinencia de estos demonios es tan grande como su número. Cada vez que el abad cisterciense Richalm cerraba los ojos, los veía a su alrededor como si fueran una polvareda. Ha habido estimaciones más precisas de su número. Conozco dos que difieren mucho entre sí: una habla de 44.635.569, y la otra de once billones.
Elías Canetti - Masa y poder